jueves, 29 de junio de 2017

PAZ

Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad, verdad, justicia, y solidaridad. (Juan Pablo II)

miércoles, 28 de junio de 2017

Cada detalle cuenta

Si cuidas una abeja,
habrá más miel en el panal.
Si evitas una injusticia,
habrá más justicia en el mundo.
Si cultivas un rosal,
habrá más rosas en el jardín.
Si amas, Dios estará más
presente en el mundo.
Si siembras un grano de trigo,
habrá más pan sobre la tierra.
Si enciendes una vela,
habrá más luz en la noche.
Si vives en la verdad,
habrá menos mentira en el mundo.
Si cuidas un nido de golondrinas,
habrá más golondrinas en primavera.
Si vives en libertad,
habrá más libertad en el mundo.
Si enciendes un fuego,
habrá menos frío en el invierno.
Si irradias tu alegría,
habrá menos tristezas en el mundo.
Si esperas cambiar tú cuando haya
cambiado el mundo,
morirás sin haber vivido;
Si comienzas cambiando tú,
ya estás cambiando el mundo...

René Trossero

martes, 27 de junio de 2017

Atravesar una hoguera puede significar dejar atrás aquellas cosas de nuestra vida de las que queremos desprendernos.
Atravesar una hoguera es sentir el calor de la vida, renovar el aire del que queremos alimentarnos.
Arriesgarse ante el peligro de cruzar unos leños ardiendo sólo tiene sentido cuando por dentro hay un deseo profundo de desafiar a aquello que nos hace daño, aquello que no nos acerca a los demás ni a nosotros mismos.
Correr hacia la luz es el primer paso para dejarnos invadir por el calor de aquello que anhelamos, sin embargo no podemos quedarnos en el centro de la hoguera porque nos destruiría, moriríamos.
Del mismo modo, la vida consiste en un constante acercamiento a la luz, acoger su calor, respirar, transmitir ese calor a las personas que nos rodean y... seguir corriendo hacia la luz para renovarnos constantemente.

Encar_AM
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lunes, 26 de junio de 2017

Papa Francisco y la familia: la misión del Espíritu Santo



Uno de los aspectos de la misión del Espíritu Santo es ayudar a recordar las palabras de Jesús para ponerlas en práctica. Por eso, cuando ustedes leen todos los días – como les he aconsejado – un pasaje del Evangelio, han de pedir al Espíritu Santo: ‘Que yo entienda y que yo recuerde estas palabras de Jesús’. Y luego se lee el pasaje, todos los días… Pero antes aquella oración al Espíritu, que está en nuestro corazón: ‘Que yo recuerde y que yo entienda’.
El Evangelio que nos vuelve a llevar al Cenáculo, donde Jesús, antes de padecer su Pasión y muerte en la Cruz, promete a los Apóstoles el don del Espíritu Santo, que tendrá la tarea de enseñar y de recordar sus palabras a la comunidad de los discípulos: ‘El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho’. Enseñar y recordar. Y esto es aquello que hace el Espíritu Santo en nuestros corazones.
En el momento en el que está cerca de regresar al Padre, Jesús preanuncia la venida del Espíritu que ante todo enseñará a los discípulos a comprender cada vez más plenamente el Evangelio, a acogerlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante con el testimonio.
Jesús está próximo a confiar a los Apóstoles -que justamente quiere decir ‘enviados’- la misión de llevar el anuncio del Evangelio por todo el mundo, y les promete que no se quedarán solos: el  Espíritu Santo, el Paráclito, estará con ellos, a su lado, es más, estará en ellos, para defenderlos y sostenerlos. Jesús regresa al Padre pero continúa acompañando y enseñando a sus discípulos mediante el don del Espíritu Santo.
El segundo aspecto de la misión del Espíritu Santo consiste en el ayudar a los Apóstoles a recordar las palabras de Jesús. El Espíritu tiene la tarea de despertar la memoria, recordar las palabras de Jesús. El divino Maestro ha comunicado ya todo aquello que pretendía confiar a los Apóstoles: con Él, Verbo encarnado, la revelación es completa.
El Espíritu hará recordar las enseñanzas de Jesús en las diversas circunstancias concretas de la vida, para poderlas poner en práctica. Es precisamente lo que sucede todavía hoy en la Iglesia, guiada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que pueda llevar, a todos, el don de la salvación, o sea el amor y la misericordia de Dios.
¡No estamos solos!: Jesús está cerca de nosotros, en medio de nosotros, dentro de nosotros, y así ocurre, en la historia, mediante el don del Espíritu Santo, por medio del cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado.
El Espíritu, difundido en nosotros con los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, actúa  en nuestra vida. Él nos guía en la forma de pensar, de actuar, de distinguir qué cosa es buena y qué cosa es mala; nos ayuda a practicar la caridad de Jesús, su donarse a los  demás, especialmente a los más necesitados.
¡No estamos solos! Y la señal de la presencia del Espíritu Santo es también la paz que Jesús dona a sus discípulos: ‘Les doy mi paz’.
La paz de Jesús es diferente de aquella que los hombres se desean e intentan realizar. La paz de Jesús brota de la victoria sobre el pecado, sobre el egoísmo que nos impide amarnos como hermanos. Es don de Dios y señal de su presencia. Todo discípulo, llamado hoy a seguir a Jesús cargando la cruz, recibe en sí la paz del Crucificado Resucitado en la seguridad de su victoria y en la espera de su definitiva venida.
Pido a la Virgen María que nos ayude a acoger con docilidad el Espíritu Santo como Maestro interior y como Memoria viva de Cristo en el camino cotidiano.                                  Fernando


domingo, 25 de junio de 2017

Nuestros miedos

Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.
Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.
La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.
La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso.
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.
12 Tiempo ordinario - A
(Mateo 10,26-33)
25 de junio 2017

José Antonio Pagola

sábado, 24 de junio de 2017

Hay necesidades que son reales y otras que la publicidad nos impone

El consumiso  está tan arraigado en cada uno de nosotros que nos impide discernir entre las necesidades reales y las necesidades que la publicidad nos impone.
Consumir y hacer la compra nos parecen hechos sin importancia que nos afectan sólo a nosotros. Sin embargo, el consumo es un hecho que afecta a toda la humanidad. Porque tras ese gesto concreto y cotidiano se esconden problemas sociales, políticos y medioambientales que alcanzan a todo el planeta.
Debemos tomar conciencia de que nuestro consumo tiene un impacto mucho mayor del que nos podemos imaginar sobre el planeta y sobre la vida de millones de personas.
¿Qué impacto tiene nuestro consumo de agua?
¿Cómo repercuten nuestras decisiones en la vida de las personas que viven directamente de la tierra y que suponen más del 50% en países empobrecidos?
¿Qué relación existen entre nuestras compras y la explotación laboral en la industria manufacturera?
¿Dónde van a parar los residuos que producimos y que consecuencias tienen en esas zonas?
En relación con lo anterior el Comercio Justo es una herramienta de sensibilización enmarcada dentro de la lucha contra la pobreza y a favor de la justicia. Tiene que ver con:

• Garantizar un salario justo a los productores, de forma que les permita tener unas condiciones de vida dignas.
• Establecer una relación a largo plazo favoreciendo que puedan planificar su propio desarrollo.
• Evitar la explotación infantil.
• Promover la igualdad entre hombre y mujer
• Promover productos de calidad que sean competitivos en el mercado.
• Proteger el Medio Ambiente
Alejandro Córdoba

jueves, 22 de junio de 2017

Sois la semilla que ha de crecer

Somos semillas destinadas a crecer, madurar y fructificar.
La semilla que cae en tierra buena da fruto bueno, la que cae en tierra mala muere sin dar fruto.
Nuestra semilla es aquello que nos da vida, que nos hace buscar la luz y el agua para poder seguir creciendo y embelleciendo el planeta.
Somos semilla que una y otra vez vuelve a su interior para alimentarse y dar vida.
Somos semilla, inicio de nuestra propia creación necesitada de visitar frecuentemente para conocernos, para encontrarnos con Aquel que nos ha creado y para expandirnos hacia fuera desde la tierra que nos alimenta y enraíza con nuestra profundidad, nuestra humanidad y nuestro deseo de dar a luz aquello que somos desde dentro.
Si la semilla está viva dará vida... por siempre y para siempre.

Encar_AM
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martes, 20 de junio de 2017

Corpus

CORPUS........... la caridad es causa de felicidad personal y comunitaria. El dar supone enriquecerse a sí mismo. Con la caridad todos somos beneficiados. 
CORPUS...........es centralizar el Misterio de la Eucaristía en aquel acto de supremo servicio donde Jesús da pruebas del señorío del amor de Dios en su corazón. 
CORPUS...........es manifestar públicamente la convicción de todo cristiano católico que siente y vive en la Eucaristía el AMOR que Dios nos tiene. Que sabe que siempre hay un Misterio escondido detrás de las especies del pan y del vino. 
CORPUS..........es el AMOR de DIOS que toma cuerpo....que se hace cuerpo; visible, alimento, vino y pan. Y, si el amor de DIOS se hace cuerpo, nuestras calles se hacen hueco y se abren de par en par para que, por unos momentos, se conviertan en mesa interminable donde los seguidores de Jesús celebren, proclamen, vivan y coman su pan multiplicado. 
CORPUS........es el AMOR de DIOS a los hombres y - en trampolín- amor y servicio, generosidad y justicia, perdón y fraternidad........de los hombres con los propios hombres. 
Si el AMOR DE DIOS se hace cuerpo, por nosotros, nosotros somos urgidos por imperativo de Jesús Eucaristía a ser igualmente cuerpo visible de: justicia y del compartir, de alegría y de tolerancia, de respeto y de fe de reconciliación y de esperanza, de ilusión de coraje, de piedad y de compromiso continuado en pro de una sociedad que no tiene más esquemas sino el poder para tener. Ahora, en estos tiempos sobre todo, donde hay tanto contraste de culturas y hasta de religiones…es bueno manifestar públicamente lo que sentimos y lo que creemos:
¡DIOS ESTA AQUÍ!. 
No sé porque me da que el Corpus, hoy más que nunca, puede ser un desafío ante ese afán de replegar y de esconder todo lo que suene a religioso. La custodia, con Cristo dentro, puede ser perfectamente la gran pancarta de un Dios que sigue hablando y manifestándose a través de nosotros. 

Javier Leoz

lunes, 19 de junio de 2017

Papa Francisco y la Familia: Ante la Reconciliación



Dios no ha dejado jamás de ofrecer su perdón a los hombres: su misericordia se ha manifestado de generación en generación.
Muchas veces pensamos que nuestros pecados alejan al Señor de nosotros: en realidad, pecando, nosotros nos alejamos de Él, pero Él, viéndonos en el peligro, con mayor razón nos viene a buscar. Dios no se conforma jamás con la posibilidad que una persona permanezca extraña a su amor, pero en cambio, espera  encontrar en ella algún signo de arrepentimiento por el mal realizado.
Sólo con nuestras fuerzas no lograremos reconciliarnos con Dios. El pecado es de verdad una expresión de rechazo a su amor, con la consecuencia de cerrarnos en nosotros mismos. Pero, lejos de Dios no tenemos  una meta, y de peregrinos en este mundo nos hacemos “errantes”.  
Por eso se dice que, cuando pecamos, nosotros “le damos la espalda a Dios”. Es justamente así, el pecador  se ve solo a sí mismo, y pretende de este modo ser autosuficiente; por eso, el pecado aumenta siempre más la distancia entre nosotros y Dios, y esto se puede convertir en un abismo. A pesar de ello, Jesús viene a buscarnos como buen pastor que no está contento hasta que no encuentra la oveja perdida, como leemos en el Evangelio (Cfr. Lc 15,4-6). Él reconstruye el puente que nos une al Padre y nos permite reencontrar la dignidad de hijos. Con el sacrificio de su vida nos ha reconciliado con el Padre y nos ha donado la vida eterna (Cfr. Jn 10,15).
«¡Déjense reconciliar con Dios!» (2 Cor 5,20) - «¡Dejémonos reconciliar con Dios!» -: es el grito que el apóstol Pablo dirige a los primeros cristianos de Corinto, que, hoy, con la misma fuerza y convicción, vale para todos nosotros. ¡Dejémonos reconciliar con Dios!  
Tantas personas quisieran reconciliarse con Dios pero no saben cómo hacerlo, o no se sienten dignos, o no quieren admitirlo, ni siquiera a sí mismos. La comunidad cristiana puede y debe favorecer el regreso sincero a Dios de cuantos sienten su nostalgia. Sobre todo cuantos realizan el «ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18) están llamados a ser instrumentos dóciles del Espíritu Santo para que ahí donde ha abundado el pecado pueda sobre abundar la misericordia de Dios (Cfr. Rom 5,20). ¡Ninguno permanezca alejado de Dios a causa de obstáculos puestos por los hombres! Y esto es válido, esto vale también – y lo digo enfatizándolo – a los confesores, es válido para ellos: por favor, no pongan obstáculos a las personas que quieren reconciliarse con Dios.
¡El confesor debe ser un padre! ¡Está en lugar de Dios Padre! El confesor debe acoger a las personas que van a él para reconciliarse con Dios y ayudarlos en el camino de esta reconciliación que está haciendo. Es un ministerio tan bello: no es una sala de torturas ni un interrogatorio, no, es el Padre quien recibe, Dios Padre, Jesús, que recibe y acoge a esta persona y perdona. ¡Dejémonos reconciliar con Dios! ¡Todos nosotros! Redescubramos la necesidad de la ternura y de la cercanía del Padre, y, regresemos a Él con todo el corazón.
Tener la experiencia de la reconciliación con Dios permite descubrir la necesidad de otras formas de reconciliación: en las familias, en las relaciones interpersonales, en las comunidades eclesiales, como también en las relaciones sociales e internacionales. Alguno me decía, los días pasados, que en el mundo existen más enemigos que amigos, y creo que tiene razón. Pero no, hagamos puentes de reconciliación también entre nosotros, comenzando por la misma familia. Cuantos hermanos han discutido y sean alejado solamente por la herencia. Pero mira, ¡esto no es así!
La reconciliación de hecho es también un servicio a la paz, al reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas, a la solidaridad y a la acogida de todos.
Aceptemos, por lo tanto, la invitación a dejarnos reconciliar con Dios, para convertirnos en nuevas creaturas y poder irradiar su misericordia en medio a los hermanos, en medio a la gente.

                                                                                                          Fernando

domingo, 18 de junio de 2017

Estancados

El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia... pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación La alegría del Evangelio llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en "espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia".
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas o seguimos instalados en ese «estancamiento infecundo» del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?
Una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II fue impulsar el paso desde la "misa", entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, a la "eucaristía" vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Jesucristo resucitado.
Sin duda, a lo largo de estos años hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote "decía" la misa y el pueblo cristiano venía a "oír" la misa o a "asistir" a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical, porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
Sin duda, todos, presbíteros y laicos, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, "centro y cumbre de toda la vida cristiana". ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir "estancados" en un modo de celebración eucarística tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?

Cuerpo y Sangre de Cristo - A
(Juan 6,51-58)
18 de junio 2017

sábado, 17 de junio de 2017

Gente tóxica

Algunas personas tienen su autoestima tan baja y se sienten tan deprimidas que para subir su estado de ánimo son capaces de absorber la alegría de la gente que les rodea. Es lo que Lillian Glass, profesora de la Universidad de Minnesota, dice respecto a las personas tóxicas. Creo que casi todos tenemos algo de tóxicos y si eso es así, y te das por aludido, comparto contigo una reflexión que me quiero aplicar a mi mismo.
¿A quién le gusta rodearse de personas derrotistas, catastrofistas, empeñadas en ver la botella medio vacía, que perciben todo negativamente y que siempre están dispuestas a encontrarle los tres pies al gato?.
El argentino Bernardo Stamateas, psicólogo, teólogo y terapeuta familiar en su libro “Gente Tóxica” destaca de estas personas que son: quejicas, victimistas, mediocres, autoritarios, chismosos, envidiosos y neuróticos.
Frente a estos quejicas, Stamateas dice que darles la razón conduce a que sigan quejándose, alimentando así su hambre emocional. Y sugiere que tampoco nos esforcemos en hacerles entrar en razón, porque no entenderán hasta que no decidan cambiar de actitud, ya que sólo cambia quien decide cambiar.
Ante el “meteculpas”, que siempre busca culpables de los problemas surgidos, Stamateas propone: si te has equivocado, pide perdón, deja de darle vueltas y olvídate; y si no ha sido tuyo el error deshazte de las culpas falsas. Propone hacer caso a San Bernardo de Claraval cuando dice que “La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento”, lo que nos debe llevar a ponernos manos a la obra para prevenir nuevos problemas, en lugar de revolcarnos en la miseria.
En estudios sobre el mundo del trabajo se ha constatado un aumento de la presión arterial, clínicamente significativo, en aquellos empleados que tenían que aguantar a un jefe que no les gustaba. Y que esa hipertensión puede elevar el riesgo de enfermedades cardiacas en un 16% y la posibilidad de sufrir un infarto en un 33%.
También hay compañeros tóxicos, amigos tóxicos, familiares tóxicos. ¿Qué hacer?
El asunto es serio y preocupante. John Steinbeck dice, en su novela “las uvas de la ira”, que “Un alma triste te mata más rápido que un virus”. Y quizás no exagere.
Alguien te dirá que con la buena gente se puede ir a todas partes, pero que pretender hacerlo con las personas tóxicas es una pérdida de tiempo y de energía. No estoy del todo de acuerdo. Esa persona que hoy es tóxica pudo haber sido, en otro tiempo, simpática, alegre, con chispa, trasmisora de buenas vibraciones y portadora de felicidad. Esa persona puede serte muy próxima y no debes dejarla tirada.

Paciencia, templanza, serenidad. Evita que te impacte en exceso o que te haga sufrir. También tú tienes derecho a ser feliz.
Alejandro Córdoba

viernes, 16 de junio de 2017

MI MISION COTIDIANA

Que mi oído esté  atento a tus susurros.
Que el ruido cotidiano no tape tu voz.
Que te encuentre, te reconozca y te siga.

Que en mi vida brille tu luz.
Que mis manos estén abiertas para dar y proteger.
Que mi corazón tiemble con cada hombre y mujer que padecen.
Que acierte para encontrar un lugar en tu mundo.

Que mi vida no sea estéril.
Que deje un recuerdo cálido en la gente que encuentre.
Que sepa hablar de paz, imaginar la paz, construir la paz.
Que ame, aunque a veces duela.
Que distinga en el horizonte las señales de tu obra.

Todo esto deseo, todo esto te pido, todo esto te ofrezco, Padre.
Amén.

jueves, 15 de junio de 2017

BUENOS DÍAS

Señor Jesús,
Enséñame a vivir a fondo cada instante,
Cada segundo que me es dado.
Haz que aprenda a actuar con serenidad,
A empujar sin precipitación,
A unir paz y valentía, sensatez y decisión.
Y justamente ahora que comienzo, ayúdame, porque soy débil.

Permanece conmigo cuando trabajo,
Llena el vacío de lo que hago,
De mis obras,
De manera que lleguen a ser
Fruto de tu mismo amor.

Y no permitas que el orgullo me traicione.
Porque todo, absolutamente todo,
Señor, te lo debo a Ti.

martes, 13 de junio de 2017

VIVIR DE NUEVO

Cada nuevo día es una oportunidad para crecer, para realizar lo que el día anterior dejamos sin hacer, para dejarnos iluminar por los rayos del sol que, al fin y al cabo, son reflejos  de vida que Dios nos manda cada mañana.
¿Te has parado a pensar por un momento que este día que comienza un regalo más de los muchos que Dios te envía?
¡Abre los ojos! ¡mira a tu alrededor! ¡estira tu cuerpo y ensancha tu corazón!... porque este día no volverá ya nunca y son muchas las oportunidades que tienes de aprovecharlo al máximo dando lo mejor de ti mismo.
¡Déjate empapar por la luz! no te quedes en las sombras del ayer y renace cada día... porque...
La batalla de la vida no siempre la gana el hombre más fuerte, o el más ligero, porque tarde o temprano, el hombre que gana es aquel que cree poder hacerlo. – (Napoleon Hill)

lunes, 12 de junio de 2017

Papa Francisco y la Familia: Ante la angustia y el desconsuelo



El Señor Jesús prometió a sus discípulos que nunca los dejaría solos: que estaría cerca de ellos en cualquier momento de la vida mediante el envío del Espíritu Paráclito (cf. Jn 14,26), para ayudarlos, sostenerlos y consolarlos.
En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo. Sentimos una gran necesidad de que alguien esté cerca y sienta compasión de nosotros. Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos, golpeados en lo más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado. Miramos a nuestro alrededor con ojos vacilantes, buscando encontrar a alguien que pueda realmente entender nuestro dolor. La mente se llena de preguntas, pero las respuestas no llegan. La razón por sí sola no es capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que experimentamos y dar la respuesta que esperamos. En esos momentos es cuando más necesitamos las razones del corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad.
Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos. Cuántas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras; y juntas forman como un océano de desolación, que implora piedad, compasión, consuelo. Las más amargas son las provocadas por la maldad humana: las lágrimas de aquel a quien le han arrebatado violentamente a un ser querido; lágrimas de abuelos, de madres y padres, de niños... Hay ojos que a menudo se quedan mirando fijos la puesta del sol y que apenas consiguen ver el alba de un nuevo día. Tenemos necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del Señor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos..
En este sufrimiento nuestro no estamos solos. También Jesús sabe lo que significa llorar por la pérdida de un ser querido. Es una de las páginas más conmovedoras del Evangelio: cuando Jesús, viendo llorar a María por la muerte de su hermano Lázaro, ni siquiera él fue capaz de contener las lágrimas. Experimentó una profunda conmoción y rompió a llorar (cf. Jn 11,33-35). El evangelista Juan, con esta descripción, muestra cómo Jesús se une al dolor de sus amigos compartiendo su desconsuelo. Las lágrimas de Jesús han desconcertado a muchos teólogos a lo largo de los siglos, pero sobre todo han lavado a muchas almas, han aliviado muchas heridas. Jesús también experimentó en su persona el miedo al sufrimiento y a la muerte, la desilusión y el desconsuelo por la traición de Judas y Pedro, el dolor por la muerte de su amigo Lázaro. Jesús «no abandona a los que ama» (Agustín, In Joh 49,5). 
Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende. El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos. Ese llanto enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas. Me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo. El llanto de Jesús no puede quedar sin respuesta de parte del que cree en Él. Como Él consuela, también nosotros estamos llamados a consolar.
En el momento del desconcierto, de la conmoción y del llanto, brota en el corazón de Cristo la oración al Padre. La oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento. También nosotros, en la oración, podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su mirada nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza. Jesús, junto a la tumba de Lázaro, oró: « Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre» (Jn 11,41-42). Necesitamos esta certeza: el Padre nos escucha y viene en nuestra ayuda
El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos permite afirmar que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartará de las personas que hemos amado. Lo recuerda el apóstol Pablo con palabras de gran consuelo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? […] Pero en todo esto vencemos de sobra, gracias a Aquél que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,35.37-39). El poder del amor transforma el sufrimiento en la certeza de la victoria de Cristo, y de la nuestra con él, y en la esperanza de que un día estaremos juntos de nuevo y contemplaremos para siempre el rostro de la Santa Trinidad, fuente eterna de la vida y del amor.

Al lado de cada cruz siempre está la Madre de Jesús. Con su manto, Ella enjuga nuestras lágrimas. Con su mano nos ayuda a levantarnos y nos acompaña en el camino de la esperanza.                        Fernando

domingo, 11 de junio de 2017

La intimidad de Dios

Si por un imposible la Iglesia dijera un día que Dios no es Trinidad, ¿cambiaría en algo la existencia de muchos creyentes? Probablemente no. Por eso queda uno sorprendido ante esta confesión del P. Varillon: "Pienso que, si Dios no fuera Trinidad, yo sería probablemente ateo [...] En cualquier caso, si Dios no es Trinidad, yo no comprendo ya absolutamente nada".
La inmensa mayoría de los cristianos no sabe que al adorar a Dios como Trinidad estamos confesando que Dios, en su intimidad más profunda, es solo amor, acogida, ternura. Esta es quizá la conversión que más necesitan no pocos cristianos: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios adorado gozosamente como Amor.
Dios no es un ser "omnipotente y sempiterno" cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano destructor, un dictador arbitrario: una amenaza para nuestra pequeña y débil libertad. ¿Podríamos confiar en un Dios del que solo supiéramos que es omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien infinitamente poderoso. Parece más fácil desconfiar, ser cautos y salvaguardar nuestra independencia.
Pero Dios es Trinidad, es un misterio de Amor. Y su omnipotencia es la omnipotencia de quien solo es amor, ternura insondable e infinita. Es el amor de Dios el que es omnipotente. Dios no lo puede todo. Dios no puede sino lo que puede el amor infinito. Y siempre que lo olvidamos y nos salimos de la esfera del amor nos fabricamos un Dios falso, una especie de ídolo extraño que no existe.
Cuando no hemos descubierto todavía que Dios es solo Amor, fácilmente nos relacionamos con él desde el interés o el miedo. Un interés que nos mueve a utilizar su omnipotencia para nuestro provecho. O un miedo que nos lleva a buscar toda clase de medios para defendernos de su poder amenazador. Pero esta religión hecha de interés y de miedos está más cerca de la magia que de la verdadera fe cristiana.
Solo cuando uno intuye desde la fe que Dios es solo Amor y descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino Amor presente y palpitante en lo más hondo de nuestra vida, comienza a crecer libre en nuestro corazón la confianza en un Dios Trinidad del que lo único que sabemos por Jesús es que no puede sino amarnos.
Santísima Trinidad - A
(Juan 3,16-18)
11 de junio 2017

sábado, 10 de junio de 2017

Regálate la esperanza

No dejes que la esperanza se apague nunca dentro de ti. Y no esperes a que te la regalen.
Refuerzo el argumento con una reflexión sobre 3 velas:
La primera dijo:
- ¡YO SOY LA PAZ! pero las personas se enredan en rencores y envidias y no consiguen mantenerme. Y se acabó apagando.
Dijo la segunda:
- ¡YO SOY EL AMOR! Las personas no me valoran, ni me cuidan. Me dejan a un lado y no comprenden mi importancia. Se olvidan hasta de aquellos que están muy cerca y les aman. Y, sin esperar más, se apagó.
Un niño al ver las dos velas apagadas comenzó a llorar.
Entonces, la tercera vela dijo:
- No tengas miedo, mientras yo tenga fuego, podremos encender las demás velas.
YO SOY ¡LA ESPERANZA!
MORALEJA
¡Aplícate el cuento!
Búsca la esperanza, aliméntala, compártela, aplícala, regálala.
Alejandro Córdoba

lunes, 5 de junio de 2017

Papa Francisco y la Familia: Ante la fiesta de la Ascensión



Esta fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo da inicio a una vida nueva que lleva a anunciar el amor de Dios en todo lugar y circunstancia.
Celebramos esta fiesta, cuarenta días después de la Pascua y una semana antes de Pentecostés. En ella, contemplamos el misterio de Jesús que sale de nuestro espacio terreno para entrar en la plenitud de la gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad.
En este cielo habita ese Dios que se ha revelado tan cercano, hasta tomar el rostro de un hombre, Jesús de Nazaret. ¡Él permanece para siempre, el Dios-con-nosotros y no nos deja solos!.
También nosotros podemos mirar a lo alto para reconocer, en nosotros, a nuestro futuro. En la Ascensión de Jesús, el Crucificado Resucitado, está la promesa de nuestra participación en la plenitud de vida, ante Dios.
Después de que los discípulos vieron subir al cielo a Jesús, vuelven a la ciudad como testimonios que, con alegría, anuncian a todos la vida nueva que viene del Crucificado Resucitado, por cuyo nombre ‘serán predicados a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados’.
Éste es el testimonio que, cada domingo, debería salir de nuestras iglesias, para entrar durante la semana en las casas, en las oficinas, en las casas para los ancianos, en los lugares llenos de inmigrantes, en los lugares de encuentro y divertimento, en los hospitales, en las periferias de la ciudad….
Jesús nos ha asegurado en este anuncio y en este testimonio, que seremos revestidos de potencia de lo alto, es decir, con la potencia del Espíritu Santo.
El secreto de esta misión está en la presencia, entre nosotros, del Señor resucitado, que con el don del Espíritu Santo continúa, para abrir nuestra mente y nuestro corazón, para anunciar su amor y su misericordia, también, en los ambientes más difíciles de nuestras ciudades.
El Espíritu Santo es el verdadero artífice de las diversas formas de testimonio con las que la Iglesia y todo bautizado hacen al mundo.
Y no podemos olvidar nunca el recogimiento para alabar a Dios, y la oración para invocar el don del Espíritu Santo.
En esta semana, que lleva a la fiesta de Pentecostés, permanezcamos espiritualmente en el Cenáculo, junto a la Virgen María, para acoger el Espíritu Santo.
                                                                                              Fernando