Confundimos la ternura con la ñoñería, y esto hace que la escondamos en lo más profundo de nuestro corazón para no ser señalados como mimosos o sensibleros.
Preferimos ir por la vida sacando pecho y demostrando una fortaleza que no siempre se corresponde con nuestra realidad interior.
La palabra ternura, tan poco usada en nuestro vocabulario habitual, entraña un contenido que va más allá de lo visible.
La ternura se manifiesta en una simple mirada, en unas manos unidas que transmiten empatía, en un gesto cariñoso hacia conocidos y desconocidos, en una palabra oportuna dicha en un momento especial, en un silencio que acoge y en una sonrisa solidaria.
¡Cuánta ternura necesitamos en la vida! ¡Cuántos momentos vivimos en los que requerimos gestos de amor, de ese amor verdadero que llega al corazón!
La ternura llega sin buscarla y la damos cuando somos sensibles a la realidad que nos rodea. “Felices los tiernos de corazón, porque ellos verán a Dios”… y yo digo: “Felices aquellos que con su vida nos muestran una forma diferente de ir por el mundo, un camino a seguir y un modelo a imitar”.
Llamamos “tierno” a lo blando, a aquello que está aún sin hacer… y yo me pregunto: “¿Lo rígido, fuerte y maduro es capaz de doblegarse ante el dolor, la misericordia y compasión?”
El Papa Francisco nos hace una llamada a testimoniar a Jesucristo desde la palabra y la vida, nos habla de la ternura de Dios hecha realidad en nuestra vida si le seguimos con fe y coherencia.
Encar_AM
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