La familia cristiana
fue descrita, desde los primeros tiempos de la Iglesia, como “Iglesia
doméstica”. San Juan Crisóstomo exhortó, en una ocasión, a su gente, con estas
sencillas pero profundas palabras: “Hacer de vuestra casa, una Iglesia”. Y
aquel sermón de S. Juan Crisóstomo fue tan inspirador y tan entusiásticamente
acogido por los cristianos, que al día siguiente, él mismo dijo: “Cuando os dije
ayer que hicierais de vuestra casa una Iglesia, y prorrumpisteis en
aclamaciones de júbilo, expresasteis elocuentemente qué alegría había en
vuestros corazones, al escuchar estas palabras”.
1.- Ser Iglesia doméstica:
Esta enseñanza
antigua, hoy ha sido recuperada por la Iglesia. El Concilio Vaticano II en la “Lumen
Gentium”, nº 11, nos dice: “Recuperar el sentido de ser Iglesia doméstica”,
y así llama a los matrimonios, a las familias: “Iglesias domésticas”.
En una Iglesia clericalizada,
al recuperar el sentido de Iglesia doméstica, se nos recuerda también que… “todos
sois sacerdotes (¡esto ya lo sabíais!) desde el día de vuestro bautismo”.
¿Qué implica esto?
El sacerdote es el “pontífice”, es decir, el puente entre Dios y los hombres. Y
como tales, somos constituidos el día de nuestro bautismo. El Papa decimos que
es el Sumo Pontífice”, pero “Sumo” quiere decir, que es el más representativo;
pero “pontífices” los somos todos. Si uno no es “puente” entre el
mundo de Dios y el mundo de los hombres, algo ahí no funciona.
Llama incluso a la
Iglesia: “comunidad sacerdotal”, que eso es: “sacerdocio ministerial” al
servicio del “sacerdocio común”. Y fijaros en lo que digo: de poco vale que un
sacerdote celebre sacramentos, si no hay un sacerdocio común que participa y
permite que se celebren esos sacramentos: si no fuera así, el sacerdote hace
magia, no celebra un sacramento. Hay que destacar esto: el consagrar no es
patrimonio de unos pocos. No: yo, sacerdote, puedo consagrar, porque hay un
pueblo sacerdotal que celebra conmigo la Eucaristía, si no, -insisto- lo que
hago es magia. (Es como si yo fuera a una panadería, y hago así, y consagro
toda la panadería: ¡no, no, mire Ud!)
2.-El sacerdocio de los cónyuges cristianos:
Después de analizar
uno por uno todos los sacramentos como expresión y ejercicio de ese sacerdocio
común, el Vaticano II, en segundo lugar, se refiere al ejercicio de ese
sacerdocio en los cónyuges cristianos. Dice: “Manifiestan el misterio de la unidad
y el fecundo amor entre Cristo y la Iglesia, y, participan de él. Se
ayudan mutuamente al santificarse en la vida conyugal, y , en la educación
de los hijos, tienen, en su condición y estado de vida, su propia gracia en el
pueblo de Dios”.
De la unión
conyugal además, nacen los nuevos ciudadanos de la sociedad humana, y
éstos, por la gracia del Espíritu Santo por el Bautismo, quedan constituidos
como hijos de Dios, sacerdotes, profetas y reyes, para perpetuar el Pueblo de
Dios en el correr de los tiempos.
Después de afirmar
todo esto, el Concilio dice que la comunidad matrimonial y familiar, bien puede
ser descrita como Iglesia doméstica. Y esta eclesialidad se expresa además, en
la misión de los padres para con los hijos: ser los primeros
predicadores de la fe tanto con su palabra como con su ejemplo; ser fomentadores de la vocación propia de cada
uno de ellos.
3.- La Iglesia como familia de Dios
El Catecismo de la
Iglesia Católica parte de este punto de la descripción de la Iglesia como
familia de Dios, y recuerda cómo el núcleo de la Iglesia estaba, a menudo,
constituido, según los Hechos de los Apóstoles, por los que, con toda su casa,
habían llegado a ser creyentes. Quienes se convertían, deseaban también que se
salvase toda su casa, y dice además, que estas familias convertidas eran
islotes de vida cristiana en un mundo no-creyente.
En la Iglesia
doméstica se ejercita de forma privilegiada el sacerdocio bautismal del
padre de familia, de la madre, de los hijos y de todos los miembros de la
familia. Lo hacen en cuanto participan de los sacramentos, en canto oran y dan
gracias, cuando ejercitan la misión del testimonio del anuncio del evangelio.
El hogar en este
sentido es llamado también “primera escuela de paciencia y del gozo del
trabajo, del amor fraterno e incluso del perdón generoso y reiterado, y sobre
todo, del culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida”
( Catecismo de la Iglesia Católica en su nº 1658).
Es más, la familia de la Iglesia doméstica es
el laboratorio de la ternura, donde aprendemos lo que tenemos que ejercitar
después, más allá de la iglesia doméstica. Lo que vivimos fuera, tiene que ser
aprendido y puesto en práctica, en primer lugar, en ese laboratorio que es la
propia familia, que es la Iglesia doméstica.
Y si no lo vivimos
dentro, lo que vivamos fuera será pues, una pantomima. Incluso el Papa Juan Pablo I, en su brevísimo
pontificado, habló sobre la Iglesia doméstica en la única “visita ad limina”
que pudo realizar a los obispos de Estados Unidos de la región Doce. Y el Papa
Juan Pablo II en Evangelium Vitae resaltó la importancia de la Iglesia
doméstica como “santuario de la vida”. En la “Familiaris consortio”
desarrolla también la teología de la familia considerada como Iglesia
Doméstica.: la primera afirmación es que la familia está llamada a hacer
experiencia de una nueva y original comunión. El Espíritu Santo,
infundido en los sacramentos es el
creador de esta unidad y comunión.
Si hacemos una
pequeña reflexión teológica sobre la Iglesia doméstica, podemos decir que la
familia es, como la Iglesia, cuerpo de Cristo en el hogar: ese es un
gran misterio que cada familia, a veces de forma inconsciente, encierra. El amor
del esposo y la esposa es un misterio, no porque sea algo desconocido, o
que no entendemos, sino como algo que tiene una profundidad enorme. El misterio
como profundidad, no como algo que se esconde, es algo que todavía no está
claro.
Es un gran misterio
que cada familia vive, aunque, a veces ,
inconscientemente. El misterio, es decir, signo sagrado y profundo que revela
el amor de Cristo Jesús por su esposa la
Iglesia. Hubo un tiempo, en que la Iglesia estaba fundamentalmente formada por
Iglesias domésticas, y de hecho, sabéis que en la primera Iglesia, los
cristianos se reunían en las casas-hogares de muchos miembros de la comunidad.
Hay en ella, un importante mensaje para la Iglesia de hoy, que nos habla de “intimidad”,
de “convivencia”, de la “alegría de compartir”. La hospitalidad y el amor
de los cristianos en sus atenciones mutuas debían configurar incluso, nuestras
más solemnes liturgias, que hoy están tremendamente despersonalizadas.
4.- Situaciones de esta Iglesia Doméstica:
La familia es
Iglesia con límites a veces, poco definidos, a pesar de ser una pequeña e
incluso pequeñísima comunidad. En ella puede ocurrir, de hecho así es, que uno
de los cónyuges sea creyente y el otro no, que uno pertenezca a una
religión, y el otro a otra, a una confesión cristiana y el otro a otra. Lo
mismo sucede en los miembros de la familia: se trata de hijos o parientes, y
seguro que más de uno os habéis lamentado …¡es que mis hijos, todo esto no…!
Esto no quita que seáis Iglesia Doméstica.
En la iglesia
doméstica se experimentan las diferencias, pero sin que las diferencias
rompan los lazos de amor y de intimidad. El problema no es si un hijo es
creyente o no-creyente: el problema es si queréis al hijo o no lo queréis: esto
es lo que hace posible que seáis Iglesia Doméstica.
Puede acontecer que
quienes forman un solo cuerpo pertenezcan a Iglesias o confesiones cristianas,
e incluso, de diferentes religiones o creencias. Y sin embargo, ahí
sigue actuando el sacramento de la creación, y el sacramento de la nueva
alianza. Resulta especialmente pertinente aquí, aquel texto, en el que el Señor hace unas recomendaciones al
respecto, y dice: “Si un hermano tiene una mujer no creyente, y ella consiente
en vivir con él, no la despida. Y si una mujer tiene un marido no-creyente, y
él consiente en vivir con ella, no le despida, pues el marido no-creyente queda santificado por la
mujer; y la mujer no-creyente queda santificada por el marido creyente. De otro
modo, vuestros hijos, serían impuros; mas ahora son santos; pero si la parte
no-creyente quiere separarse, que se separe. En ese caso, el hermano o la
hermana no están ligados para vivir un pacto de amor en el Señor”: es lo que se
llama la “excepción paulina”: que es cuando uno, no puede vivir la fe,
que era -y aun hoy es- una causa de nulidad matrimonial: esto es, si uno no
permite al otro vivir la fe. Pero, cuando la viven, uno forzosamente y el otro
no la tiene, se están santificando mutuamente, pues lo importante es esa
primera parte: el pacto de amor en el Señor.
(continuará)
Fernando
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