lunes, 18 de abril de 2016

La familia es “IGLESIA DOMÉSTICA” : P. Mata (I)



La familia cristiana fue descrita, desde los primeros tiempos de la Iglesia, como “Iglesia doméstica”. San Juan Crisóstomo exhortó, en una ocasión, a su gente, con estas sencillas pero profundas palabras: “Hacer de vuestra casa, una Iglesia”. Y aquel sermón de S. Juan Crisóstomo fue tan inspirador y tan entusiásticamente acogido por los cristianos, que al día siguiente, él mismo dijo: “Cuando os dije ayer que hicierais de vuestra casa una Iglesia, y prorrumpisteis en aclamaciones de júbilo, expresasteis elocuentemente qué alegría había en vuestros corazones, al escuchar estas palabras”.

1.- Ser Iglesia doméstica:
Esta enseñanza antigua, hoy ha sido recuperada por la Iglesia. El Concilio Vaticano II en la “Lumen Gentium”, nº 11, nos dice: “Recuperar el sentido de ser Iglesia doméstica”, y así llama a los matrimonios, a las familias: “Iglesias domésticas”.  
En una Iglesia clericalizada, al recuperar el sentido de Iglesia doméstica, se nos recuerda también que… “todos sois sacerdotes (¡esto ya lo sabíais!) desde el día de vuestro bautismo”.
¿Qué implica esto? El sacerdote es el “pontífice”, es decir, el puente entre Dios y los hombres. Y como tales, somos constituidos el día de nuestro bautismo. El Papa decimos que es el Sumo Pontífice”, pero “Sumo” quiere decir, que es el más representativo; pero “pontífices” los somos todos. Si uno no es “puente” entre el mundo de Dios y el mundo de los hombres, algo ahí no funciona.
Llama incluso a la Iglesia: “comunidad sacerdotal”, que eso es: “sacerdocio ministerial” al servicio del “sacerdocio común”. Y fijaros en lo que digo: de poco vale que un sacerdote celebre sacramentos, si no hay un sacerdocio común que participa y permite que se celebren esos sacramentos: si no fuera así, el sacerdote hace magia, no celebra un sacramento. Hay que destacar esto: el consagrar no es patrimonio de unos pocos. No: yo, sacerdote, puedo consagrar, porque hay un pueblo sacerdotal que celebra conmigo la Eucaristía, si no, -insisto- lo que hago es magia. (Es como si yo fuera a una panadería, y hago así, y consagro toda la panadería: ¡no, no, mire Ud!)

2.-El sacerdocio de los cónyuges cristianos:
Después de analizar uno por uno todos los sacramentos como expresión y ejercicio de ese sacerdocio común, el Vaticano II, en segundo lugar, se refiere al ejercicio de ese sacerdocio en los cónyuges cristianos. Dice: “Manifiestan el misterio de la unidad y el fecundo amor entre Cristo y la Iglesia, y, participan de él. Se ayudan mutuamente al santificarse en la vida conyugal, y , en la educación de los hijos, tienen, en su condición y estado de vida, su propia gracia en el pueblo de Dios”.
De la unión conyugal además, nacen los nuevos ciudadanos de la sociedad humana, y éstos, por la gracia del Espíritu Santo por el Bautismo, quedan constituidos como hijos de Dios, sacerdotes, profetas y reyes, para perpetuar el Pueblo de Dios en el correr de los tiempos.
Después de afirmar todo esto, el Concilio dice que la comunidad matrimonial y familiar, bien puede ser descrita como Iglesia doméstica. Y esta eclesialidad se expresa además, en la misión de los padres para con los hijos: ser los primeros predicadores de la fe tanto con su palabra como con su ejemplo; ser  fomentadores de la vocación propia de cada uno de ellos.

3.- La Iglesia como familia de Dios
El Catecismo de la Iglesia Católica parte de este punto de la descripción de la Iglesia como familia de Dios, y recuerda cómo el núcleo de la Iglesia estaba, a menudo, constituido, según los Hechos de los Apóstoles, por los que, con toda su casa, habían llegado a ser creyentes. Quienes se convertían, deseaban también que se salvase toda su casa, y dice además, que estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no-creyente.
En la Iglesia doméstica se ejercita de forma privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos y de todos los miembros de la familia. Lo hacen en cuanto participan de los sacramentos, en canto oran y dan gracias, cuando ejercitan la misión del testimonio del anuncio del evangelio.
El hogar en este sentido es llamado también “primera escuela de paciencia y del gozo del trabajo, del amor fraterno e incluso del perdón generoso y reiterado, y sobre todo, del culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” ( Catecismo de la Iglesia Católica en su nº 1658).
 Es más, la familia de la Iglesia doméstica es el laboratorio de la ternura, donde aprendemos lo que tenemos que ejercitar después, más allá de la iglesia doméstica. Lo que vivimos fuera, tiene que ser aprendido y puesto en práctica, en primer lugar, en ese laboratorio que es la propia familia, que es la Iglesia doméstica.
Y si no lo vivimos dentro, lo que vivamos fuera será pues, una pantomima.  Incluso el Papa Juan Pablo I, en su brevísimo pontificado, habló sobre la Iglesia doméstica en la única “visita ad limina” que pudo realizar a los obispos de Estados Unidos de la región Doce. Y el Papa Juan Pablo II en Evangelium Vitae resaltó la importancia de la Iglesia doméstica como “santuario de la vida”. En la “Familiaris consortio” desarrolla también la teología de la familia considerada como Iglesia Doméstica.: la primera afirmación es que la familia está llamada a hacer experiencia de una nueva y original comunión. El Espíritu Santo, infundido en los sacramentos  es el creador de esta unidad y comunión.
Si hacemos una pequeña reflexión teológica sobre la Iglesia doméstica, podemos decir que la familia es, como la Iglesia, cuerpo de Cristo en el hogar: ese es un gran misterio que cada familia, a veces de forma inconsciente, encierra. El amor del esposo y la esposa es un misterio, no porque sea algo desconocido, o que no entendemos, sino como algo que tiene una profundidad enorme. El misterio como profundidad, no como algo que se esconde, es algo que todavía no está claro.
Es un gran misterio que cada familia vive, aunque, a  veces , inconscientemente. El misterio, es decir, signo sagrado y profundo que revela el amor de Cristo Jesús por su esposa  la Iglesia. Hubo un tiempo, en que la Iglesia estaba fundamentalmente formada por Iglesias domésticas, y de hecho, sabéis que en la primera Iglesia, los cristianos se reunían en las casas-hogares de muchos miembros de la comunidad. Hay en ella, un importante mensaje para la Iglesia de hoy, que nos habla de “intimidad”, de “convivencia”, de la “alegría de compartir”. La hospitalidad y el amor de los cristianos en sus atenciones mutuas debían configurar incluso, nuestras más solemnes liturgias, que hoy están tremendamente despersonalizadas.

4.- Situaciones de esta Iglesia Doméstica:
La familia es Iglesia con límites a veces, poco definidos, a pesar de ser una pequeña e incluso pequeñísima comunidad. En ella puede ocurrir, de hecho así es, que uno de los cónyuges sea creyente y el otro no, que uno pertenezca a una religión, y el otro a otra, a una confesión cristiana y el otro a otra. Lo mismo sucede en los miembros de la familia: se trata de hijos o parientes, y seguro que más de uno os habéis lamentado …¡es que mis hijos, todo esto no…! Esto no quita que seáis Iglesia Doméstica.
En la iglesia doméstica se experimentan las diferencias, pero sin que las diferencias rompan los lazos de amor y de intimidad. El problema no es si un hijo es creyente o no-creyente: el problema es si queréis al hijo o no lo queréis: esto es lo que hace posible que seáis Iglesia Doméstica.
Puede acontecer que quienes forman un solo cuerpo pertenezcan a Iglesias o confesiones cristianas, e incluso, de diferentes religiones o creencias. Y sin embargo, ahí sigue actuando el sacramento de la creación, y el sacramento de la nueva alianza. Resulta especialmente pertinente aquí, aquel texto, en el que  el Señor hace unas recomendaciones al respecto, y dice: “Si un hermano tiene una mujer no creyente, y ella consiente en vivir con él, no la despida. Y si una mujer tiene un marido no-creyente, y él consiente en vivir con ella, no le despida, pues el  marido no-creyente queda santificado por la mujer; y la mujer no-creyente queda santificada por el marido creyente. De otro modo, vuestros hijos, serían impuros; mas ahora son santos; pero si la parte no-creyente quiere separarse, que se separe. En ese caso, el hermano o la hermana no están ligados para vivir un pacto de amor en el Señor”: es lo que se llama la “excepción paulina”: que es cuando uno, no puede vivir la fe, que era -y aun hoy es- una causa de nulidad matrimonial: esto es, si uno no permite al otro vivir la fe. Pero, cuando la viven, uno forzosamente y el otro no la tiene, se están santificando mutuamente, pues lo importante es esa primera parte: el pacto de amor en el Señor.
                                                               (continuará)

                                                               Fernando

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