La senectud, que antes era venerada, hoy se rehúye y se asocia a una enfermedad. Vivimos más años pero no siempre con mejor calidad de vida. Proliferan, especialmente, la demencia senil y el Alzheimer. Son enfermedades con las que es difícil convivir, tanto el afectado como el cuidador. Y conviene tener en cuenta diferentes recomendaciones.
Son enfermedades que se caracterizan porque se pierde progresivamente la capacidad para recordar. Se alteran las actividades más elementales de la vida diaria como guardar las cosas y encontrarlas cuando se necesitan, hacer las tareas de la casa, usar el teléfono, mantener aficiones o responsabilizarse de la medicación.
Del mismo modo que es conveniente recoger la ropa antes de que se ponga a llover es necesario tomar conciencia de los cambios que se están produciendo, y de los que llegarán. Porque, en la medida que esos cambios cuesta que sean entendidos, es fácil queincidan en la convivencia familiary que la alteren.
Se trata de una etapa que lleva consigo un desgaste emocional y físico muy acusado, tanto para el enfermo como para el cuidador. Y el reto que una situación así plantea es doble.
En lo concerniente al enfermo el reto está en evitar que dimita de su propia persona, que pase a convertirse en un ser sin pasado y que su horizonte de futuro sea abandonarse a la espera de un buen morir.
Es muy importante mantener la independencia y las relaciones sociales. La que se pueda, pero sin renunciar a ella. No se trata de empeñarse en que todo siga como antes ni en seguir haciendo las mismas cosas y con las mismas capacidades. Pero tampoco de tirar la toalla y dejarse llevar por la apatía.
Hay que asumir que vivir bien no tiene por qué ser estar al cien por cien. Que no es poder hacerlo todo, sino simplemente aquello que podamos hacer bien y que nos gratifique. Es asumir que hay puertas que se van cerrando y adaptarse a ello.
Yo hace unos días regalé mis skys. Me gustaba esquiar, pero habían surgido limitaciones físicas que me hicieron ver que ya nunca podría volver a hacerlo. De entrada cuesta reconocerlo y no es agradable hacerlo. Pero hay que hacerlo, mirar adelante, abrir otras puertas y generar nuevas ilusiones.
Por lo que respecta al cuidador el reto está en no llegar a caer víctima del síndrome del quemado. En aceptar el desafío surgido para hacer frente a la situación. En no abandonar el cuidado de sí mismo, porque solo así se mantendrán las energías requeridas tanto al principio como al final de la enfermedad.
Admiro la grandeza y humanidad de los profesionales que ayudan al enfermo y a su cuidador a aprender a enfermar; a hacerse viejo sin problemas; a convivir con el dolor; a asumir los contratiempos sin exasperación; a apuntalar su supervivencia; a gestionar la calidad de vida sobrevenida, sin expectativas inalcanzables ni sin perder la ilusión por seguir viviendo.
Dedicado a los abuelos ante la celebración de su fiesta
Alejandro Córdoba
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