jueves, 3 de octubre de 2013

La "estrategia Bergoglio": el Evangelio del sentido común... el de Jesús

Vivimos días, de esperanza, de gozo. Por primera vez en mucho tiempo, la práctica totalidad -excepción hecha de los cavernarios de siempre, que del frío y el miedo que les ha entrado todavía se la están buscando para envainársela. Aunque, desconfíen, pronto utilizarán las páginas de las revistas jesuitas para azuzar nuevas hogueras- de los creyentes del mundo se sienten a gusto con su Papa y su "sentido común". Suscribirían de principio a fin sus últimas declaraciones, en ese magnífico scoop que ha logrado el compañero y amigoAntonio Spadaro. Francisco se muestra tal y como es, tal y como somos los seguidores de Jesús. Normales, esperanzados, con ansias de construir. Atrás quedan los ceños fruncidos, la "mala noticia" y una Iglesia demasiado lejana. Volvemos -ya lo anunciamos, antes como una esperanza cierta, ahora como una fecunda realidad- a conjugar el verbo"Iglesia" en primera persona del plural. Esa palabra tan hermosa que supone el "Nosotros".
Vayamos al lío: Francisco se desnuda en una entrevista de 27 páginas a las revistas jesuitas de todo el mundo. A estas alturas de la película ya conocerán sus frases más gloriosas, lo que en un artículo en RD he dado en llamar "los mandamientos de Bergoglio". No son las palabras de un insconsciente, ni la "balada para un loco" del maestro Piazzola. Francisco no ha venido a cantarnos un tango apresurado y rompiente, no. El Papa sabe lo que dice: lo tiene bien pensado. Todo responde a una concienzuda estrategia basada en, como gustan los jesuitas, tres pautas: Los gestos, las palabras... y las decisiones. Ver, juzgar y actuar, que dirían los clásicos.
Hace algo más de seis meses, fuimos testigos directos del hecho, el Papa del fin del mundo se aparecía ante decenas de fieles en San Pedro -millones a través de los medios de comunicación- y, con un solo gesto, comenzó a cambiar la Historia: se inclinó y pidió la bendición del pueblo. ¡El Papa, pidiendo ser bendecido! Y sin mucetas, joyas ni aperos varios. Con su vestido blanco y su cruz de plata de toda la vida. Con sus zapatos rasgados.
Los gestos se fueron sucediendo, prácticamente a diario. Y los fuimos conociendo. El Papa que paga la factura de su hotel, que renuncia a vivir en el Palacio Apostólico, que deja de subirse a coches de lujo, que se asoma, que saluda, que se detiene a besar y sacarse una foto con cualquiera, que lava los pies a dos mujeres -una de ellas musulmana- en Jueves Santo, que en Río de Janeiro va en un Fiat sin escoltas y con la ventanilla bajada, que se reúne con el padre de la Teología de la Liberación... El Papa que, fundamentalmente -éste es el objetivo de tantos gestos-, se muestra como un hombre cercano, que improvisa, que sonríe y que predica con el ejemplo.
Tras los gestos, y junto a los ellos, las palabras, las ideas. Francisco que quiere "una Iglesia pobre y para los pobres", que ve discutible el celibato, que considera que la mujer tiene que estar en los puestos de toma de responsabilidad, que exige y se compromete por la paz y es capaz de detener una guerra casi segura, que proclama a obispos y cardenales que se acabó el carrerismo, los lujos y el boato, que eso no es de Jesús. Que considera que a veces la Iglesia está obsesionada con el sexo, los homosexuales y la condena. Que afirma que la esperanza, el cuidado y la alegría es una forma de vivir como cristianos, que proclama la primacía de la conciencia por encima de cualquier ley, que más vale pedir perdón que pedir permiso... Y es que Bergoglio, primero con sus gestos, durante y después con sus palabras, deja muy claro cuáles son sus ideas, cómo es la Iglesia que sueña (soñamos) y vive (tratamos de vivir, otra vez el magnífico "nosotros").
Un hombre auténtico, capaz, con ideas, que no tiene miedo a remover estructuras... El último paso en la "estrategia Bergoglio" es la de los hechos, las decisiones. Ya ha comenzado, entrando a cuchillo en la reforma del Banco Vaticano y la estructura de gobierno de la Santa Sede. Lo veremos en apenas dos semanas cuando se reúna la comisión de cardenales para reformar la Curia, promover la colegialidad y la opinión de muchos sea tenida en cuenta. El nombramiento de Secretario de Estado, Pietro Parolin, ya nos ha dado una pista. Vendrán más. Y tras la estructura, las decisiones de mayor calado: el papel de la mujer, los laicos, el celibato, el mismo destino del Papado, el poder de los Sínodos, una Iglesia menos vertical....
Francisco tiene totalmente clara cuál es su "estrategia". Está todo calculado. Se trata, ni más ni menos, de ser lo más auténtico posible, de ilusionar y dejarse ilusionar, de conseguir que, de nuevo, la "Buena Noticia" sea una buena noticia. Que seguir el Evangelio sea motivo de gozo y no causa de odios y frustraciones. Que los que nos decimos cristianos dejemos de tener cara de "vinagre" (otra expresión sublime de este hombre, solamente un hombre, pero menudo hombre).
Se trata, en definitiva, de vivir el Evangelio de un modo lo más parecido posible a como lo vivió Jesús de Nazaret. Y de hacerlo como una persona normal, que vive en el mundo de hoy, con los anhelos, dudas y certezas de los hombres y mujeres de este siglo XXI. Una estrategia que él mismo definió, durante la JMJ de Río: Las Bienaventuranzas y Mateo 25. La alegría y la fe, que llevan al compromiso. La lucha por la justicia, la paz y contra la pobreza. La"revolución Bergoglio", que no es otra que la del sentido común. La del "Nosotros".

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