Somos 7000 millones de habitantes. Sobre el papel todos iguales en dignidad. Pero, en la práctica, sólo el 20% vivimos en la “sociedad del bienestar”. El 80% restante sobrevive en situaciones de precariedad.
Desde el año 1969 la humanidad se ha duplicado. ¿Hay recursos para todos? ¿Es posible que todos tengan acceso al agua, alimentos, servicios de salud, educación?.
No hay recursos para todos, ni los habrá, mientras prevalezcan los intereses económicos sometidos a los designios de unos cuantos líderes del G7, G8 o G20.
Sí es posible que haya recursos para todos. Pero se precisa un cambio radical. Ese del que habla la Carta de la Tierra, a partir del reconocimiento de abordar los urgentes problemas agravados por la globalización.
Las asimetrías actuales son éticamente inadmisibles. Unos cuantos “los bienestantes” tenemos de todo. Y la mayoría vive, con frecuencia, en condiciones inhumanas.
Es necesaria una política energética, monetaria, alimenticia, educativa, que asegure una calidad de vida mínima para todos los seres humanos. ¿Es posible impulsarla?
El papa Francisco está haciendo referencia, casi permanente, al problema del hambre, la salud y el dolor de los más desgraciados de la tierra. Y proponiendo soluciones concretas como abrir a los refugiados los conventos vacíos.
Son signos de esperanza. Y debemos no solo aferrarnos a ellos sino comprometernos a impulsarlos.
Con los pies en la tierra debemos ser conscientes de que, esas declaraciones de nuestro Papa, van a contracorriente de lo que hasta ahora ha sido lo política y eclesiásticamente correcto. No debemos sorprendernos, por ello, si surgen voces críticas y campañas de desprestigio.
Tenemos a nuestro favor la convicción de que el acercamiento y apoyo de la Iglesia a los más necesitados deriva de la radicalidad que emana del Evangelio.
Un tiempo de crisis y de vacío existencial como el actual es propicio para que surjan nuevos liderazgos. El del Papa Francisco muestra sencillez y austeridad; inspira confianza; y trasmite coherencia. No es de extrañar, pues, que mucha gente lo reconozcamos como nuestro pastor.
Lo deseable es que esa gente demos un paso adelante para hacer que la Iglesia sea un auténtico “hospital de campaña”, especialmente para los más necesitados.
Alejandro Córdoba
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