lunes, 2 de febrero de 2015

Dios mio te amo, Tú eres mi salvación

Primero aparece el título, debo haberlo leído o escuchado en algún Salmo, recuerdo ahora que el Salmo 17 se le parece con una variante: Dios mio te amo Tú eres mi fortaleza. Y surge como un runrún interior. Una oración incesante que va creciendo y se repite de manera mecánica. Y ese Dios mío te amo es más un deseo, una finalidad, una búsqueda que se concreta en la segunda oración: Tú eres mi salvación.
Y así de sencilla es la oración y así de profunda. Porque reconocemos que Dios nos salva. Y le rogamos que nos aparte del mal todos los días.Deseamos amarlo y sabemos que el camino pasa por amar a los demás como a nosotros mismos. Pero ¡ay!, en ocasiones descubrimos que no sabemos amarnos tampoco a nosotros. Que nos falta mucho camino que recorrer en la súplica y en la oración. No hablo de falta de autoestima. Ni de depresiones que lleven a la anhedonia. Hablo de que la gente se pierde el respeto a ella misma en muchas ocasiones. Y eso también es una falta de amor.Te pierdes el respeto cuando te dejas llevar sin ser consciente de la presencia de Dios. Y te arrastran las cosas más comunes que te alejan de Él.
Dios mío te amo, es un grito anhelante en cualquier orante. Amo lo que representa Dios: el bien, la paz, el orden, la falta de egoísmo, de envidia, en definitiva de todo mal. Y amo su presencia en los demás y cuando reconozco la belleza en cualquier manifestación artística o terrestre. Porque también hay belleza en la bondad y en los gestos altruistas. Y vuelvo a clamar con la primera oración ¡Dios mío te amo!. Te amo también a través de esa persona que me recuerda a Ti. Te amo en la majestuosidad de un amanecer, en la sinfonía de una orquesta, en la simplicidad de un trozo de pan con jamón. Te amo en lo cotidiano y en lo magnificente.
Y vuelvo ala segunda oración: Tú eres mi salvación. En las noches oscuras, en los tropiezos del día a día. Tú eres mi salvación desde la aurora al ocaso. Y podría añadir, sin Ti no soy nada. Me fascina que cuando no quede rastro mio en esta Tierra pueda gozar del bien y del amor a tu lado. Y me enamora la idea de vivir en gracia permanente. Dios mío te amo, Tú eres mi salvación. Lo eres porque te hiciste uno de tantos, viniste a compartir nuestra suerte y a mostrar que no hay derrota si nos cogemos de tu mano. No la hay porque tras la muerte existe la vida eterna. La vida plena y verdadera.
Y ahora quiero compartir esta oración con mis lectores y que ellos le encuentren su sabor. Que la caten como un buen vino. Que la sorban gota a gota. Y notarán de inmediato la presencia de Él, su fuerza amorosa. Es algo que no falla. Una invocación que salva cuando el tiempo y la rapidez vertiginosa en la que nos desenvolvemos nos hace llegar al finalizar el día sin haber pensado en Dios ni un sólo instante. Y eso es frecuente para algunos. Otros buscamos la manera de que todos los días por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche. Encontremos un pequeño momento para orar. Pero cuando eso se hace complicado, yo creo que una sencilla oración meditada, sirve para acercarnos a Dios. Una oración de tan sólo dos frases.
A muchos las oraciones vocales no les gustan. Necesitan caminar por otras rutas. Pues pese a todo les invito a que prueben con los Salmos para orar con ellos. Y para coger tan sólo dos frases y repetirlas sabiendo que estamos en presencia del Señor. Otros refieren los devocionarios clásicos. Hay ahora en Internet cantidad de recursos. Y me gustaría pensar que cuando subo al metro o al autobús y veo a la gente leyendo sus stmarphones, alguno puede que esté siguiendo la Liturgia de las Horas o recitando una oración o haciendo una comunión espiritual. Les parecerá pura fantasía, pero esa es mi propuesta de hoy, ojalá les sirva.
Carmen Bellver

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