A veces te obligan a callar, como
le ha sucedido a la web del Vaticano, el mismo día en que el Papa había tratado
sobre el silencio. Pero el silencio y la palabra reflejan dos polos esenciales
de la vida humana: la interioridad y la realidad externa, el “dentro” y el
“fuera”, que se despiertan y alimentan mutuamente. Así, según Romano Guardini,
una persona madura sería aquella “en cuya vida estos dos polos producen efectos
en relación correcta; que no se pierde fuera ni se enreda dentro; sino en cuya
vida, más bien, ambos dominios se determinan y completan mutuamente en
equilibrio”.
Es muy conveniente marcarse un
rato diario, aunque sólo sea un cuarto de hora, para dialogar con Dios y
escuchar a Dios, en la propia habitación o en una iglesia tranquila. En esto se
puede valorar el consejo de otras personas con experiencia y también la ayuda
de algunos libros.
La concentración, sobre todo para hablar con
Dios, no es algo exclusivo de monjes y ermitaños. También es necesaria para la
gente “de la calle”: quien no ejercita su musculatura se atrofia, y así también
con la vida interior. Quien no desconecta de la televisión o de la música corre
el peligro de quedarse sin interioridad, sin capacidad de concentración. Y
estar consigo mismo se le puede hacer insoportable.
El silencio es propio del hombre. Pero dominar el silencio es parte del dominio de sí, y por eso es una virtud.
Sólo en el silencio tiene lugar
el propio conocimiento”, el conocimiento de sí.
El silencio es parte integrante de la
comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido
Aprender a comunicar implica aprender a hablar, y por tanto a escuchar y
contemplar.
Cuanto más importante y necesaria
es la palabra, más importantes y necesarios son la concentración y el
silencio.
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