jueves, 15 de marzo de 2012

El Silencio y la Palabra


A veces te obligan a callar, como le ha sucedido a la web del Vaticano, el mismo día en que el Papa había tratado sobre el silencio. Pero el silencio y la palabra reflejan dos polos esenciales de la vida humana: la interioridad y la realidad externa, el “dentro” y el “fuera”, que se despiertan y alimentan mutuamente. Así, según Romano Guardini, una persona madura sería aquella “en cuya vida estos dos polos producen efectos en relación correcta; que no se pierde fuera ni se enreda dentro; sino en cuya vida, más bien, ambos dominios se determinan y completan mutuamente en equilibrio”.
Es muy conveniente marcarse un rato diario, aunque sólo sea un cuarto de hora, para dialogar con Dios y escuchar a Dios, en la propia habitación o en una iglesia tranquila. En esto se puede valorar el consejo de otras personas con experiencia y también la ayuda de algunos libros.
 La concentración, sobre todo para hablar con Dios, no es algo exclusivo de monjes y ermitaños. También es necesaria para la gente “de la calle”: quien no ejercita su musculatura se atrofia, y así también con la vida interior. Quien no desconecta de la televisión o de la música corre el peligro de quedarse sin interioridad, sin capacidad de concentración. Y estar consigo mismo se le puede hacer insoportable.
 
El silencio es propio del hombre. Pero dominar el silencio es parte del dominio de sí, y por eso es una virtud.
Sólo en el silencio tiene lugar el propio conocimiento”, el conocimiento de sí.
 El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido  Aprender a comunicar implica aprender a hablar, y por tanto a escuchar y contemplar.
Cuanto más importante y necesaria es la palabra, más importantes y necesarios son la concentración y el silencio.

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