sábado, 3 de marzo de 2012

LA CRISIS RELIGIOSA


Como ocurría con lo ecológico, quizá podríamos decir que la crisis religiosa es, en realidad, un fenómeno tan esencial que bien podría considerarse una viga maestra de todo el edificio social. Opto -y es, sin duda, una opción discutible- por incluido en este epígrafe de lo cultural, aun sabiendo que lo religioso trasciende la cultura.
Lo hago pensando que la gran crisis que afecta a la religión y desde la que podemos dialogar creyentes y no creyentes tiene que ver con una aproximación cultural
.
Un rapidísimo esbozo nos permitirá vislumbrar el recorrido de lo religioso en la cultura de los últimos siglos. De sociedades religiosas se pasó a sociedades secularizadas. Por el medio, las grandes sospechas hacia lo religioso (desde el punto de vista psicológico, filosófico, antropológico y económico). La religión se cuestionó como opio del pueblo, refugio de los débiles, proyección de los sedientos o ilusión sin porvenir.
En cada lugar concreto dicho cuestionamiento tuvo sus acentos. En España, el cuestionamiento de lo religioso ha sido menos intelectual y más visceral. Es una mezcla de rechazo de lo religioso como concepto, y de lo eclesial como concreto. La Iglesia ha estado tradicionalmente vinculada con una de las dos Españas, y eso ha llevado a que en unas épocas haya sido ensalzada, y en otras demonizada; que en unas épocas haya tenido la sartén por el mango, y en otras haya recibido los sartenazos más duros. Hoy, sin ser tiempo de ataques furibundos -salvo algunos episodios que generan más perplejidad que respaldo-, hay bastante rechazo y prejuicio hacia lo eclesial en muchos sectores -a veces contrarrestado por ataques igualmente acerados desde grupos eclesiales
La crisis religiosa tiene además un componente espiritual. Es una crisis de espiritualidad. No porque vivamos en una época sin espiritualidad. Al contrario: proliferan las búsquedas, las propuestas y los anhelos. Lo que ocurre es que, en buena medida, se trata de una espiritualidad sin alma, sin contenido, sin historia detrás, y a menudo sin Dios. Un vago sentimiento, inasible, inaprehensible y de difícil concreción. Es, creo, una espiritualidad demasiado difusa como para poder servir de ayuda a las personas, más sostenida en inciensos, velas, aromas y músicas new age que en movimientos interiores de las personas.
El problema de nuestra época ante la religión es que durante largos años no ha hecho falta. Se optó por el bienestar. Se prescindió de las grandes preguntas. Se buscó una independencia legítima, olvidando credos, iglesias y sacerdocios. Se humanizó el evangelio, convirtiendo su enseñanza en una concepción benévola del mundo, la solidaridad y la dignidad del ser humano en él. Pero, por el camino, se perdió la esencia, el fundamento, el principio de lo que se puede creer.
Ahí está la crisis. En que hoy en día hay demasiadas personas que tienen una opinión formada de la fe, sin entender demasiado de qué va. Demasiadas personas que están de vuelta sin tan siquiera haber ido, como diremos más adelante, tocando (y desafinando) de oído, criticando supuestas afirmaciones que ya nadie afirma, confundiendo preguntas religiosas con opiniones sobre determinados rasgos de la institución eclesial, y rechazando búsquedas que, sin embargo, están en lo profundo de cada ser humano

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