Como ocurría con lo ecológico, quizá
podríamos decir que la crisis religiosa es, en realidad, un fenómeno tan
esencial que bien podría considerarse una viga maestra de todo el edificio
social. Opto -y es, sin duda, una opción
discutible- por incluido en este epígrafe de lo
cultural, aun sabiendo que lo religioso trasciende la cultura.
Lo hago pensando que la gran crisis que afecta a la religión y desde la que podemos dialogar creyentes y no creyentes tiene que ver con una aproximación cultural.
Lo hago pensando que la gran crisis que afecta a la religión y desde la que podemos dialogar creyentes y no creyentes tiene que ver con una aproximación cultural.
Un rapidísimo
esbozo nos permitirá vislumbrar el recorrido de lo religioso en la cultura de
los últimos siglos. De sociedades religiosas se pasó a sociedades secularizadas.
Por el medio, las grandes sospechas hacia lo religioso (desde el punto de vista
psicológico, filosófico, antropológico
y económico). La religión se cuestionó como opio del pueblo, refugio de los
débiles, proyección de los sedientos o ilusión sin porvenir.
En cada lugar
concreto dicho cuestionamiento tuvo sus acentos. En España, el cuestionamiento
de lo religioso ha sido menos intelectual y más visceral. Es
una mezcla de rechazo de lo religioso como concepto, y de lo eclesial como
concreto. La Iglesia ha estado tradicionalmente
vinculada con una de las dos Españas, y eso ha llevado a que en unas épocas
haya sido ensalzada, y en otras demonizada; que
en unas épocas haya tenido la sartén por el mango, y en
otras haya recibido los sartenazos más duros. Hoy, sin
ser tiempo de ataques furibundos -salvo algunos episodios
que generan más perplejidad que respaldo-,
hay bastante rechazo y prejuicio hacia lo eclesial en
muchos sectores -a veces contrarrestado por ataques igualmente
acerados desde grupos eclesiales
La crisis
religiosa tiene además un componente espiritual. Es
una crisis de espiritualidad. No porque vivamos en una época sin
espiritualidad. Al contrario: proliferan las
búsquedas, las propuestas y los anhelos.
Lo que ocurre es que, en buena medida, se trata de una espiritualidad
sin alma, sin contenido, sin historia detrás, y a menudo sin Dios.
Un vago sentimiento, inasible, inaprehensible
y de difícil concreción. Es, creo, una
espiritualidad demasiado difusa como para poder servir de ayuda a las
personas, más sostenida en inciensos, velas,
aromas y músicas new age que en movimientos
interiores de las
personas.
El problema de
nuestra época ante la religión es que durante
largos años no ha hecho falta. Se optó por el bienestar.
Se prescindió de las grandes preguntas. Se buscó una
independencia legítima, olvidando credos, iglesias y sacerdocios. Se humanizó
el evangelio, convirtiendo su enseñanza en
una concepción benévola del mundo, la solidaridad
y la dignidad del ser humano en él. Pero,
por el camino, se perdió la esencia, el
fundamento, el principio de lo que se puede creer.
Ahí está la
crisis. En que hoy en día hay demasiadas personas que tienen una opinión
formada de la fe, sin entender demasiado de qué va. Demasiadas
personas que están de vuelta sin tan siquiera haber ido,
como diremos más adelante, tocando (y desafinando) de oído, criticando
supuestas afirmaciones que ya nadie afirma, confundiendo
preguntas religiosas con opiniones sobre determinados rasgos de la institución
eclesial, y rechazando búsquedas que, sin
embargo, están en lo profundo de cada ser humano
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