Cuando pienso en la cercanía de Dios
imagino unos brazos siempre a punto para remangarse, echar una mano y tocar la
vida. Dios entra en este mundo, besa sus heridas, acompaña soledades y goza con
nuestras alegrías. No le resulta ajena la vida pues conoce lo que significa ser
hombre. No es un espectador sin más de la gran obra del mundo. Contempla pero
también actúa.
Por esto me imagino a Dios como un
jardinero y no como el señor de la tierra que se pasea y sólo se satisface con
el deleite estético, ignorando lo que hace posible los olores y colores.
El jardinero sueña su jardín. Se ensucia
las manos preparando el terreno donde sembrará, ilusionado, las semillas que
previamente ha elegido. Proyecta los espacios, los conjuntos, las combinaciones
de colores y de formas. Se preocupa por sus plantas, regándolas, podándolas,
buscando el lugar idóneo para ellas, potenciándolas para que den su mejor
fruto.
Cuando una planta enferma, el dueño sólo
encuentra en ella algo que afea su apariencia. El jardinero, sin embargo,
encuentra una oportunidad para la compasión. Busca la causa de su mal y la
cuida hasta que se recupera. El jardinero conoce los ritmos y los tiempos de
cada una de ellas. No las fuerza para que florezcan a la vez o para que tengan
un rendimiento casi artificial. Tampoco se cansa de verlas y en cada temporada
sabe encontrarles su novedad.
El jardinero sabe que su trabajo es
oculto y discreto. Cuando es el tiempo de esplendor de su obra, se sitúa
en segundo plano o desaparece para que otros pongan su atención en lo que para
él es lo más importante, aquello a lo que dedica su tiempo y sus esfuerzos. Sabe
además que a él corresponde mancharse las manos, pincharse con las espinas,
llenarse de barro, aguantar encorvado las horas de frío o de sol.
Cuando sus plantas no siguen adelante es
él quien se lleva las decepciones, sufriendo el hueco que dejan. Podrá sustituirla
por otra, pero no será la misma. Sabe, por tanto, que en su labor es
imprescindible la paciencia, que por mucho que cuide sus plantas, no puede
controlarlo todo. Él solo puede dar lo que tiene, velar por su crecimiento y
protegerlas.
Así imagino a Dios con las personas. Nos
sueña y acompaña, se alegra y sufre, nos cuida y sabe respetar el libre
caminar. Y, aunque a veces le demos la espalda, siempre nos espera con sus
paternales brazos abiertos.
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