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Es el Espíritu de las cosas del día a día, de lo cotidiano. El que se cuela
en conversaciones con una cerveza en la mano, en comidas con amigos, en tardes
de cine o en ratos de deporte compartido.
Es un
Espíritu que no hace ruido, no hace falta hablar de él, explicarlo o ni
siquiera nombrarlo. Pero se sabe que está. En el momento, aunque se esté
haciendo lo mismo de siempre, se nota que algo es distinto. Después, al
recordar, uno se da cuenta de que allí estaba este Espírito, en medio de la
normalidad, del día a día.
Un Espíritu
que sienten y reconocen los creyentes y los no creyentes. Aunque cada uno lo
llame de una manera, se dan cuenta de que allí hay una presencia o alegría que,
sin cambiar nada externamente, lo hace todo distinto.
Un Espíritu
por el que hay que apostar, y estar dispuesto a "perder tiempo".
Porque este Espíritu nos acerca a todas las personas, enseñándonos lo que de
verdad importa en la vida. Y sobre todo, porque cuando dedicamos tiempo a otros
de esta manera, este Espíritu lleva con nosotros el Evangelio a lugares en los
que de otra manera, no llegaría.
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Dani Cuesta sj
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