Santa Teresa nació en el seno de una
familia creyente que, sin duda alguna, influyó decisivamente en su vida. Sus
padres, aunque residentes en Ávila, eran oriundos de Toledo: D. Alonso Sánchez , conocido como “el
Toledano” era hijo del converso D, Juan Sánchez de Toledo, dedicado a los
negocios de paños, casado con Dª Inés de Cepeda, cristiana vieja, natural de
Tordesillas. Fue penitenciado por la Inquisición de Toledo y por ello decidió
trasladar su negocio a Ávila. D. Alonso era el segundo hijo de los muchos que
tuvo este matrimonio. D. Alonso se casó en 1505 con D.ª Catalina del Peso, pero
a los dos años murió y le dejó dos hijos., En 1509 contrae de nuevo matrimonio
con D.ª Beatriz de Ahumada, joven de
quince años que residía en Olmedo con su madre D.ª Teresa de las Cuevas, de
origen abulense y prima en tercer grado de la esposa difunta. La boda se
celebró en Gotarrendura, aldea de Ávila, donde los padres de D.ª Beatriz poseían fincas. En 1515 nació la
primera hija de este matrimonio, Teresa, que recibió este nombre por su abuela
materna. Dª Beatriz murió a los treinta y tres años, dejando diez hijos. Así
Teresa se crió entre doce hermanos.
En el Libro de la vida la santa nos cuenta algunos pormenores:
CAPÍTULO 1
En
que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas
virtuosas, y la ayuda que es para esto serlo los padres.
1. El tener padres virtuosos y temerosos de
Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía,
para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de
romance para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de
hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos,
comenzó a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no
ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas. Era mi padre hombre
de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los
criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los
había gran piedad…
3. Eramos tres hermanas y nueve hermanos.
Todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no
fui yo, aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender
a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las
buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar
de ellas.
4. Pues mis hermanos ninguna cosa me
desayudaban a servir a Dios. Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos
a leer vidas de Santos, que era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran
amor y ellos a mí. Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban,
parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir
así, no por amor que yo
entendiese tenerle, sino por gozar tan en
breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo, y juntábame con este mi
hermano a tratar qué medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra de
moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen. Y paréceme
que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si viéramos algún medio, sino
que el tener padres nos parecía el mayor embarazo. Espantábanos mucho el decir
que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos
ratos tratando de esto
y gustábamos de decir muchas veces: ¡para
siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido
me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad.
5. De que vi que era imposible ir a donde me
matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa
procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego
se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora
me pone devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa.
6. Hacía limosna como podía, y podía poco.
Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el
rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba mucho,
cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo
me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho.
7. Acuérdome que cuando murió mi madre quedé
yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había
perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi
madre, con muchas lágrimas…
P.P. Y Mª A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario