Tocar en una orquesta es una experiencia
creativa, divertida, diferente, costosa porque requiere compromiso y
dedicación, pero también muy gratificante porque te sientes parte de un grupo
que logra una melodía viva, que contagia, que transmite, que moviliza el
corazón de quién la escucha.
El Director de orquesta realmente no
toca ningún instrumento. No es el protagonista de un solo espectacular, ni
tampoco suele llevarse las mayores ovaciones. Pero sin él, la melodía no
termina de sonar, el grupo no acaba de tocar al unísono, es el que da el
arranque y quien anuncia que la obra musical va llegando a su fin.
Dios tiene las maneras de hacer de un
director que no obliga a nadie a formar parte de su orquesta, ni nos dice qué
instrumento tocar. Dios nos da libertad para descubrir qué instrumento es el
que mejor encaja con cada uno. Aquél instrumento al que más musicalidad podemos
sacarle, aquél con el que más cómodos nos sentimos.
En el escenario donde toca la orquesta
de Dios, todos tocamos acompasados, y si alguno desafinamos o nos perdemos, el
Director nos corrige con ternura, con paciencia. La melodía es común, pero cada
uno toca desde lo que sabe, desde su propio instrumento, con su técnica
personal y desde sus dones y talentos.
Durante el concierto el director sólo
nos acompaña en nuestro tocar y eso nos da seguridad. Nos hace indicaciones de
qué camino escoger, qué momento es bueno para implicarnos más o cuando conviene
reducir nuestra presencia o intensidad, pero el instrumento lo poseemos cada
uno, y somos libres de tocar como queramos.
Me gusta soñar que se nos da la
oportunidad de probar con varios instrumentos, en varios escenarios incluso con
gente distinta. Me gusta soñar que no sólo hay una manera de tocar el mismo
instrumento, y que hay canciones, melodías y ritmos diferentes. No todos
disfrutamos con el mismo ritmo, ni todos encajamos en los mismos patrones, pero
lo que de verdad me gusta soñar, es que hay un día en el que el concierto se
borda. Es espectacular. El público, la gente, el mundo lo aprecia y lo
entiende. Y lo agradece de corazón, porque toca lo más interno de cada uno. Me
gusta soñar con una orquesta, que en manos de un director como Dios, es capaz
de sacar lo mejor de sí misma, para contagiar a otros, la alegría de su música.
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