miércoles, 19 de octubre de 2016

Año de la Misericordia: El Papa Francisco y, el Amor de Dios


Es un Amor fiel, un Amor que recrea todo, un Amor estable y seguro. Es un Amor que no decepciona, que nunca viene a menos.

               Qué importante es que las familias se sientan acogidas en la Iglesia. Hay que decir que las familias necesitan sentir la caricia materna de la Iglesia para avanzar en la vida conyugal, en la educación de los hijos, en el cuidado de los ancianos y también en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones.
              Jesús encarna este Amor, porque Él es Testimonio. Él no se cansa nunca de querernos, de soportarnos, de perdonarnos, y … nos acompaña en el camino de la vida.

              Sabemos que Cristo por Amor se ha hecho hombre, por Amor murió y resucitó, y por Amor está siempre a nuestro lado, en los momentos buenos y en los difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el fin, sin límites y sin medida. Esta fidelidad de Jesús en su Amor hacia nosotros, no disminuye ni siquiera ante nuestra infidelidad, pues permanece fiel, también cuando nos hemos equivocado, y nos espera para perdonarnos: Él es el rostro del Padre misericordioso. Aquí está el Amor fiel.
    
              Hay otro aspecto del Amor de Dios: El Señor nos ama con un Amor que recrea, pues nos da la posibilidad de tener una vida nueva, esto es, que lo recrea todo y hace nuevas todas las cosas.
             Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su Amor que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos. Así, la salvación puede entrar en el corazón cuando nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestros errores, nuestros pecados. Entonces nos encontraremos con la preciosa experiencia de Aquél que ha venido no para los sanos, sino para los enfermos, no para los justos, sino para los pecadores.
            Y la prueba de esta vida nueva es sabernos despojar de los vestidos usados y viejos, de rencores y de las enemistades, para llevar la túnica limpia de la mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los otros, de la paz del corazón, propia de los hijos de Dios.

              En el Evangelio leemos aquel pasaje en el que los discípulos se encuentran con Jesús en una barca, y de pronto, se levanta un fuerte viento, … sí, Él está, siempre, junto a nosotros, con la mano tendida y el corazón abierto.
             Tenemos que preguntarnos cómo hoy estamos agarrados a la roca que es el Amor de Dios, y cómo vivimos el Amor de Dios, ya que siempre existe el riesgo de olvidar este Amor grande que el Señor nos ha mostrado. También corremos el riesgo de dejarnos paralizar por los miedos del futuro y buscar seguridad en las cosas, o, en un modelo de sociedad cerrada que tiende a excluir más que a incluir.
             Sigamos el ejemplo de los santos más cercanos, y vivamos la alegría del Evangelio practicando la misericordia. Igualmente, podemos compartir las dificultades de tanta gente, de las familias, especialmente de las más frágiles y marcadas por la crisis económica. Y preguntémonos: ¿creemos que el Señor es fiel?... ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos transforma?.

             Pensemos que el Espíritu Santo nos ayuda a ser siempre conscientes de este Amor ‘rocoso’ que nos hace estables y fuertes en los pequeños o grandes sufrimientos, nos hace capaces de no cerrarnos frente a la dificultad, de afrontar la vida con valentía y mirar al futuro con esperanza. Como sucediera en el Mar de Galilea, también hoy en el mar de nuestra existencia, Jesús es Aquél que vence las fuerzas del mal y las amenazas de la desesperación. Y tengamos la seguridad de que la paz que Él nos dona es para todos; también para tantos hermanos y hermanas que huyen de guerras y de persecuciones en busca de paz y de libertad”. Amén.                                                                                                       
Fernando


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