Es un Amor
fiel, un Amor que recrea todo, un Amor estable y seguro. Es un Amor que no
decepciona, que nunca viene a menos.
Qué importante es que las familias se
sientan acogidas en la Iglesia. Hay que decir que
las familias necesitan sentir la caricia
materna de la Iglesia para avanzar en la vida conyugal, en la educación de
los hijos, en el cuidado de los ancianos y también en la transmisión de la fe a
las jóvenes generaciones.
Jesús encarna este Amor, porque Él es
Testimonio. Él no se cansa nunca de querernos, de soportarnos, de perdonarnos,
y … nos acompaña en el camino de la vida.
Sabemos que Cristo por Amor se ha
hecho hombre, por Amor murió y resucitó, y por Amor está siempre a nuestro
lado, en los momentos buenos y en los difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el
fin, sin límites y sin medida. Esta fidelidad
de Jesús en su Amor hacia nosotros, no disminuye ni siquiera ante nuestra
infidelidad, pues permanece fiel, también cuando nos hemos equivocado, y nos
espera para perdonarnos: Él es el rostro
del Padre misericordioso. Aquí está el Amor fiel.
Hay otro aspecto del Amor de
Dios: El Señor nos ama con un Amor que recrea, pues nos da la posibilidad de
tener una vida nueva, esto es, que
lo recrea todo y hace nuevas todas las
cosas.
Reconocer los propios límites, las propias
debilidades, es la puerta que abre al
perdón de Jesús, a su Amor que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos.
Así, la salvación puede entrar en el corazón cuando nos abrimos a la verdad y
reconocemos nuestros errores, nuestros pecados. Entonces nos encontraremos con
la preciosa experiencia de Aquél que ha venido no para los sanos, sino para los
enfermos, no para los justos, sino para los pecadores.
Y la prueba de esta vida nueva es sabernos despojar de los
vestidos usados y viejos, de rencores y de las enemistades, para llevar la
túnica limpia de la mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los otros,
de la paz del corazón, propia de los hijos de Dios.
En el Evangelio leemos aquel pasaje en el que
los discípulos se encuentran con Jesús en una barca, y de pronto, se levanta un
fuerte viento, … sí, Él está, siempre, junto a nosotros, con la mano tendida y
el corazón abierto.
Tenemos que preguntarnos cómo hoy estamos agarrados a la roca que es
el Amor de Dios, y cómo vivimos el Amor de Dios, ya que siempre existe el
riesgo de olvidar este Amor grande que el Señor nos ha mostrado. También
corremos el riesgo de dejarnos paralizar
por los miedos del futuro y buscar seguridad en las cosas, o, en un modelo
de sociedad cerrada que tiende a excluir más que a incluir.
Sigamos el ejemplo de los santos más
cercanos, y vivamos la alegría del Evangelio practicando la misericordia. Igualmente,
podemos compartir las dificultades de tanta gente, de las familias,
especialmente de las más frágiles y marcadas por la crisis económica. Y
preguntémonos: ¿creemos que el Señor es fiel?... ¿Cómo vivimos la novedad de
Dios que todos los días nos transforma?.
Pensemos que el Espíritu Santo nos ayuda a ser siempre conscientes de este Amor
‘rocoso’ que nos hace estables y fuertes en los pequeños o grandes
sufrimientos, nos hace capaces de no cerrarnos frente a la dificultad, de
afrontar la vida con valentía y mirar al futuro con esperanza. Como sucediera
en el Mar de Galilea, también hoy en el mar de nuestra existencia, Jesús es
Aquél que vence las fuerzas del mal y las amenazas de la desesperación. Y
tengamos la seguridad de que la paz que Él nos dona es para todos; también para
tantos hermanos y hermanas que huyen de guerras y de persecuciones en busca de
paz y de libertad”. Amén.
Fernando
No hay comentarios:
Publicar un comentario