El
verdadero sentido de la vida incluye también la aceptación del sufrimiento y de la limitación. El mundo no será
mejor cuando esté compuesto solamente por personas aparentemente ‘perfectas’,
sino cuando crezca la solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el
respeto mutuo.
Hoy,
el modo en que vivimos la enfermedad y la discapacidad es signo del amor que estamos dispuestos a ofrecer. El modo en que
afrontamos el sufrimiento y la limitación es el criterio de nuestra libertad de
dar sentido a las experiencias de la vida, aun cuando nos parezcan absurdas e
inmerecidas.
Nosotros
decimos que el sufrimiento y la enfermedad encuentran
su sentido en Cristo. En realidad, todos, tarde o temprano, estamos
llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir, con la fragilidad y la
enfermedad nuestra y la de los demás.
Esta
experiencia plantea, de manera aguda y urgente, la pregunta por el sentido de la existencia y se suele
responder de dos maneras: con una actitud
cínica, como si todo se pudiera resolver soportando o contando sólo con las
propias fuerzas, o, poniendo toda
la confianza en los descubrimientos de la ciencia, pensando que ciertamente
en alguna parte del mundo existe una medicina capaz de curar la enfermedad. Sin
embargo, lamentablemente no es así, e incluso aunque esta medicina se
encontrase no sería accesible a todos.
Por otro lado, en la actualidad, se considera que una persona enferma o
discapacitada no puede ser feliz, porque es incapaz de realizar el estilo
de vida impuesto por la cultura del placer y de la diversión.
En
esta época en la que el cuidado del
cuerpo se ha convertido en un mito
de masas y por tanto en un negocio,
lo que es imperfecto debe ser ocultado, porque va en contra de la
felicidad y de la tranquilidad de los privilegiados y pone en crisis el modelo
imperante. Es mejor tener a estas
personas separadas, en algún ‘recinto’ -tal vez dorado- o en las ‘reservas’
del pietismo y del asistencialismo, para que no obstaculicen el ritmo de un
falso bienestar. Incluso en algunos
casos se considera que es mejor
deshacerse cuanto antes, porque son una carga económica insostenible en
tiempos de crisis.
Pero,
en realidad, con qué falsedad vive el
hombre de hoy al cerrar los ojos ante la enfermedad y la discapacidad. No
comprende el verdadero sentido de la vida, que incluye también la aceptación
del sufrimiento y de la limitación. El mundo no será mejor cuando esté
compuesto solamente por personas aparentemente ‘perfectas’, sino cuando crezca
la solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el respeto mutuo.
En el Evangelio,
se nos presenta a una mujer pecadora
que es acogida por Jesús. La mujer pecadora es juzgada y marginada, mientras Jesús la acoge y la defiende: ‘Porque
tiene mucho amor’. Es esta la conclusión de Jesús, atento al sufrimiento y al
llanto de aquella persona. Su ternura es
signo del amor que Dios reserva para los que sufren y son excluidos.
Sabemos
que no existe sólo el sufrimiento físico, puesto que, hoy, una de las
patologías más frecuentes son las que afectan
al espíritu. Es un sufrimiento que afecta al ánimo y hace que esté triste porque está privado de amor.
Cuando se experimenta la desilusión o la traición en las relaciones
importantes, entonces descubrimos nuestra vulnerabilidad, debilidad y
desprotección. La tentación de replegarse sobre sí mismo llega a ser muy
fuerte, y se puede hasta perder la
oportunidad de la vida: amar a pesar de todo.
Por
ello, la felicidad que cada uno
desea, puede tener muchos rostros, pero sólo
puede alcanzarse si somos capaces de amar: Es siempre una cuestión de amor,
no hay otro camino. El verdadero desafío es el de amar más.
¿Qué
podemos reprochar a Dios por nuestras enfermedades y sufrimiento que no esté ya
impreso en el rostro de su Hijo
crucificado?. A su dolor
físico se agrega la afrenta, la marginación y la compasión, mientras Él responde con la misericordia que a todos acoge y perdona.
Jesús
es el médico que cura con la medicina
del amor, porque toma sobre sí nuestro sufrimiento y lo redime. Nosotros
sabemos que Dios comprende nuestra enfermedad, porque Él mismo la ha
experimentado en primera persona.
Fernando
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