lunes, 31 de julio de 2017

Papa Francisco y la familia: Ante la falsedad de cerrar los ojos ante la enfermedad y la discapacidad



El verdadero sentido de la vida incluye también la aceptación del sufrimiento y de la limitación. El mundo no será mejor cuando esté compuesto solamente por personas aparentemente ‘perfectas’, sino cuando crezca la solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el respeto mutuo.
Hoy, el modo en que vivimos la enfermedad y la discapacidad es signo del amor que estamos dispuestos a ofrecer. El modo en que afrontamos el sufrimiento y la limitación es el criterio de nuestra libertad de dar sentido a las experiencias de la vida, aun cuando nos parezcan absurdas e inmerecidas.
Nosotros decimos que el sufrimiento y la enfermedad encuentran su sentido en Cristo. En realidad, todos, tarde o temprano, estamos llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir, con la fragilidad y la enfermedad nuestra y la de los demás.
Esta experiencia plantea, de manera aguda y urgente, la pregunta por el sentido de la existencia y se suele responder de dos maneras: con una actitud cínica, como si todo se pudiera resolver soportando o contando sólo con las propias fuerzas, o,  poniendo toda la confianza en los descubrimientos de la ciencia, pensando que ciertamente en alguna parte del mundo existe una medicina capaz de curar la enfermedad. Sin embargo, lamentablemente no es así, e incluso aunque esta medicina se encontrase no sería accesible a todos.
Por otro lado, en la actualidad, se considera que una persona enferma o discapacitada no puede ser feliz, porque es incapaz de realizar el estilo de vida impuesto por la cultura del placer y de la diversión.
En esta época en la que el cuidado del cuerpo se ha convertido en un mito de masas y por tanto en un negocio, lo que es imperfecto debe ser ocultado, porque va en contra de la felicidad y de la tranquilidad de los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante. Es mejor tener a estas personas separadas, en algún ‘recinto’ -tal vez dorado- o en las ‘reservas’ del pietismo y del asistencialismo, para que no obstaculicen el ritmo de un falso bienestar.  Incluso en algunos casos se considera que es mejor deshacerse cuanto antes, porque son una carga económica insostenible en tiempos de crisis.
Pero, en realidad, con qué falsedad vive el hombre de hoy al cerrar los ojos ante la enfermedad y la discapacidad. No comprende el verdadero sentido de la vida, que incluye también la aceptación del sufrimiento y de la limitación. El mundo no será mejor cuando esté compuesto solamente por personas aparentemente ‘perfectas’, sino cuando crezca la solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el respeto mutuo.
En el Evangelio, se nos presenta a una mujer pecadora que es acogida por Jesús. La mujer pecadora es juzgada y marginada, mientras Jesús la acoge y la defiende: ‘Porque tiene mucho amor’. Es esta la conclusión de Jesús, atento al sufrimiento y al llanto de aquella persona. Su ternura es signo del amor que Dios reserva para los que sufren y son excluidos.
Sabemos que no existe sólo el sufrimiento físico, puesto que, hoy, una de las patologías más frecuentes son las que afectan al espíritu. Es un sufrimiento que afecta al ánimo y hace que esté triste porque está privado de amor. Cuando se experimenta la desilusión o la traición en las relaciones importantes, entonces descubrimos nuestra vulnerabilidad, debilidad y desprotección. La tentación de replegarse sobre sí mismo llega a ser muy fuerte, y se puede hasta perder la oportunidad de la vida: amar a pesar de todo.
Por ello, la felicidad que cada uno desea, puede tener muchos rostros, pero sólo puede alcanzarse si somos capaces de amar: Es siempre una cuestión de amor, no hay otro camino. El verdadero desafío es el de amar más.
¿Qué podemos reprochar a Dios por nuestras enfermedades y sufrimiento que no esté ya impreso en el rostro de su Hijo crucificado?.  A su dolor físico se agrega la afrenta, la marginación y la compasión, mientras Él responde con la misericordia que a todos acoge y perdona.
Jesús es el médico que cura con la medicina del amor, porque toma sobre sí nuestro sufrimiento y lo redime. Nosotros sabemos que Dios comprende nuestra enfermedad, porque Él mismo la ha experimentado en primera persona.

                                                                                                                      Fernando

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