Nuestra tarea no es simplemente un trabajo al que dedicamos unas horas al día, dice Mariano, que hoy cumple 35 años de sacerdote. Los últimos 20 en Rusia, regalando pan y rosas.
Lo nuestro es una vocación, dice. Si sólo damos pan, si solo dedicamos un poco de nuestro tiempo a los pobres, no pasamos de ser funcionarios de la caridad que no cambian nada en el mundo.
Todas las personas, necesitan sentirse tratadas como seres humanos, como personas dignas de recibir montones de rosas.
Nuestra misión es mirar al mundo y a los necesitados con ojos distintos, con ojos transfigurados. Sólo el amor es capaz de crear y hacer brotar la vida, donde aparentemente solo hay miseria y muerte.
En Rusia vemos muchos signos de muerte a nuestro alrededor. La marginación, la pobreza, el hambre, el alcoholismo o la soledad son algunos de ellos. Pero la raíz de todos los males es la pérdida de la conciencia de la dignidad de los seres humanos.
Regalar rosas es dar tiempo y calor, es decir palabras amables y cordiales, escuchar, dejarse sorprender y acariciar.
Regalar rosas es hacer lo poco o mucho que tengamos que hacer con otra tonalidad vital. Es ayudar a ver todo con ojos nuevos y creer en el futuro de los que parecen no tener derecho a él.
Regalar pan y rosas es una vocación. Es una manera de vivir.
Quizá nos podría parecer mentira o mera utopía, de no ser porque existen hombres y mujeres en nuestro mundo que viven de este modo. Quizá sean muchos más de los que imaginamos y quizá estén más cerca de nosotros de lo que pensamos.
Estas personas encuentran su fuerza en la fuente de la vida y de la dignidad del ser humano que es Dios. Porque cuando alguien deja que Dios lo transforme por dentro y se convierta dentro de él en fuente de vida, todo lo que se relaciona con esta persona cambia tarde o temprano.
Mariano ha ayudado a impulsar ese cambio en muchas personas. Gracias, Mariano, por enriquecer la vida de fe de tantas personas.
Alejandro Córdoba
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