La conversión está presente en toda la
Biblia, de modo particular en la predicación de los profetas, que invitan
continuamente al pueblo a ‘volver al
Señor’ pidiéndole perdón y cambiando de estilo de vida.
Convertirse
según los profetas significa cambiar de dirección de marcha y dirigirse de
nuevo al Señor, basándose en la certeza de que Él nos ama y su amor es siempre fiel.
El
mismo Jesús se dirigió a la gente diciendo: ¡conviértanse y crean en el
Evangelio!. Con este anuncio Él se presenta al pueblo, pidiendo acoger su palabra como la última y
definitiva que el Padre dirige a la humanidad.
Cuando
Jesús llama a la conversión no se
erige en juez de las personas, sino que lo hace a partir de la cercanía, del
compartir la condición humana, esto es, compartir el camino, la casa, mesa. Es
que la misericordia hacia los que tenían necesidad de cambiar de vida, llegaba
con su presencia amable, para
envolver a cada uno en la historia de salvación.
De
esta manera, Jesús tocaba en lo profundo
del corazón de las personas y ellas se sentían atraídas por el amor de Dios
y los animaba a cambiar de vida.
Como
ejemplo nos encontramos con las conversiones de Mateo y de Zaqueo, quienes se
sintieron amados por Jesús y, a través de Él, por el Padre.
Porque
pienso que la verdadera conversión llega
cuando acogemos el don de la gracia. Un claro signo de su autenticidad es que nos acordemos de la necesidad de los hermanos,
y estemos listos para ir a su encuentro.
Os
invitó a acoger la invitación de Dios a la conversión y a no poner
resistencias, porque sólo si nos abrimos a su misericordia encontraremos la verdadera vida y la verdadera alegría.
Fernando
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