jueves, 10 de enero de 2013

Cambios de humor


Hay días en que todo es brillante. Otros, en cambio, se me cae el mundo encima. Hay días en que creo contra toda duda. Otros en que se adelgazan las certezas y se multiplican las preguntas. Hay mañanas en que me como el mundo, y otras en que el mundo se me merienda entero. Hay, en fin, épocas en que estoy encantado conmigo mismo. Sin embargo, en otras ocasiones no me soporto. 

Es la vida, supongo. La sucesión de momentos, de humores, de amores, de miedos y certezas. La alternancia de esperanza y desesperación. La lucha por mantener las convicciones, también cuando parecen ser un poco menos firmes. La búsqueda de Dios que, a veces habla claro y otras calla mucho. El deseo de encuentro con otros, que a veces me hace sentir arropado, y otras me amenaza con la soledad.

Días sombríos
Hay mañanas en que uno querría no levantarse. Parece que todo sale mal. Pesan las ausencias, muerden los silencios, escuecen las heridas viejas y nuevas. Esos días como que cuesta más sonreir, y tratas de que no se note (aunque se nota). Te preguntan, “¿qué tal?” contestas con un “bien” que en realidad dice a las claras que no tan bien. Te sientes lejos de todo y de todos. Te preguntas por tu lugar en el mundo, sientes que nadie te quiere, y dudas de si tú quieres a alguien porque te sientes egoísta, insensible, indiferente... El trabajo parece menos interesante. Los estudios resultan más anodinos. El futuro no apetece nada… 
Pues quizás esos días toque reírse un poco de uno mismo. Rebajar la dosis de drama. Recordar que uno ha estado antes en esas mismas tormentas, y pasan. Apoyarse en la convicción de lo que uno ha hecho en la vida. Buscar a los otros, para compartir con ellos el mal trago o una buena cerveza. Sonreir más, si cabe.

Días radiantes
Pero hay días luminosos, en los que se disipan las nubes y todo vuelve a su sitio. Esos días piso fuerte, sonrío mucho, escucho bastante, hablo por los codos. Esos días brillan un poco más los ojos y quien me encuentra se siente bienvenido. Entonces me doy cuenta de lo importante que son los otros en mi vida. Y miro con más pasión al mundo, y con más intensidad a sus heridas, y con más fe el futuro. Esos días Dios parece más cerca, más claro, más vivo… Esos días conjugo menos el “yo” y me asomo más a otras vidas.
Y quizás en esos días también toque reírse de uno mismo. Rebajar el nivel de euforia. Asumir que uno ha estado antes como un cohete, y que hay en la vida problemas, heridas, cansancios y fatigas. Apoyarse en la fe en quien está más allá de nuestras tormentas y nuestras calmas. Buscar a los otros, para compartir con ellos la alegría… y seguir sonriendo.

Días tranquilos
Y luego están todos esos otros días en los que hay un poco de todo. Que uno no está en el cielo ni en el infierno, que ni drama ni fiesta, ni carcajada ni sollozo, ni tormenta ni suave brisa. Son los días de rutina, de lo cotidiano. Días en que amas como sabes, en que hay cosas que te duelen (sin doblarte) y otras que te sanan (sin explosiones de júbilo). Días de horario habitual, que aparentemente no dejan mucha huella… pero que también importan, porque en ellos se teje poco a poco la vida.
Y en esos días está bien mantener el humor, la alegría tranquila por lo que uno puede hacer, la gratitud por lo que tienes y la inquietud por lo que anhelas, para ti y para otros. Y los sueños para el mundo, y los pasos posibles. Y está bien no dar demasiado por supuesto a Dios, sino parar un momento y rezarle, en oración silenciosa: “Ven”
  
Fuente: pastoralsj.org

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