sábado, 25 de mayo de 2013

Evangelizar sin frutos aparentes


He perdido el ánimo y la ilusión. Me cuesta superar las dificultades del día a día. Luchar por aquello en lo que creo. Me cuesta creer. Se me desinfla el alma. ¿Lo has dicho alguna vez?
Pues debes saber que no está solo. Para cualquiera sus circunstancias unas veces son más fáciles y otras más difíciles. En unas con éxitos y en otras con fracasos.
Toda la vida apostando por evangelizar y los resultados parecen estar en retroceso. Un ambiente hostil hacia los creyentes y su Iglesia que nos hace avergonzarnos de serlo y replegarnos a la sacristía. Una aparente falta de éxito. Y las reticencias y peleas internas entre nosotros porque uno es de X y el otro de Y.
Ciertamente, hay causas para perder el ánimo.
También lo perdieron los discípulos de Jesús, para quienes su mesianismo no se correspondía con lo que los discípulos esperaban y vieron frustradas las expectativas que habían depositado en El.
Traigo al recuerdo, desde mi niñez, las largas esperas de mi padre; los interminable inviernos sorianos en los que parecía que no pasaba nada; que la semilla que había depositado en la tierra no iba a llegar a germinar. Y cuando pienso esto rememoro a Machado: “mi corazón espera hacia la luz y la vida otro milagro de la primavera”.
Si se ha sembrado el milagro acaba llegando. Lentamente, y más pausadamente de lo que habríamos querido. Llega en un proceso largo, trabajoso, que requiere mucha paciencia y superar periodos prolongados de aparente esterilidad. Pero llega.
Evangelizar hoy cuesta. Requiere creer con una fe que es confianza, es decir, fe dinamizada por la esperanza. Confianza activa, de alguien que no pierde el ánimo y pone manos a la obra. Requiere perseverar, desbrozar la tierra, eliminar las malas hierbas, regar, y abonar, como hacía mi padre. Y requiere hacerlo aunque cueste, aunque haya quien nos contagie su desánimo, nos proponga no hacer nada o nos impulse a sembrar malas semillas.
Víctor Frank, al relatar su experiencia en los campos de concentración, nos dio una magnífica prueba de que en cualquier circunstancia siempre hay ocasiones para elegir. Para decidir si uno está dispuesto o no a ser el juguete de lo que le rodea. Para renunciar o no a la libertad y a la dignidad. Para dejarse moldear hasta convertirse en un pelele zarandeado por las circunstancias o para ser dueño de su propio destino.
Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino….Aun cuando condiciones tales como la falta de sueño, la alimentación insuficiente y las diversas tensiones mentales pueden llevar a creer que los reclusos se veían obligados a reaccionar de cierto modo, en un análisis último se hace patente que el tipo de personas en que se convertía un prisionero era el resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la influencia del campo…. El interés principal del hombre no es encontrar el placer o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida. ¿Tiene sentido lo que hago? ¿Tiene sentido el rumbo de mi vida?
MORALEJA
Aunque hay razones para el desánimo de las crisis también se puede aprender y madurar. Todo depende de la actitud con la que las afrontemos.
Alejandro Córdoba

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