El titular es la cifra redonda de uniones matrimoniales en mi parroquia durante todo un año. Cada día hay más uniones libres, con hijos incluidos; menos matrimonios religiosos y si cabe, un buen número de bodas civiles. El nivel ínfimo de bodas religiosas muestra una dinámica demoledora, la Iglesia pierde la calle, pierde la familia, y con ellos cualquier posibilidad de relevo generacional, quedando condenada al ostracismo. La influencia de la religión en la sociedad es más bien escasa. Tenemos una ventana educadora y manipuladora sutil e imbatible: la televisión y, ahora también, la red. La gente va por libre, no admite ningún yugo que implique compromiso, obediencia o normas. El relativismo de costumbres es la tónica general. ¿Y ante ello qué podemos hacer?.
Yo creo que cultivar ese espacio sagrado que es la parroquia pero de una manera completamente nueva. No se puede considerar a la Iglesia el lugar exclusivo de las celebraciones religiosas, tiene que ser el vínculo de unión de los creyentes; el espacio de encuentro con Dios. Un espacio de reunión y de fraternidad que finalizará, como es obvio con la celebración religiosa, pero por el camino tendrán que venir otras fórmulas de convivencia social. Creo que se necesitan agentes de pastoral para aglutinar a los cristianos de domingo, los pocos que van quedando, deben unirse y vincularse de múltiples maneras. Porque es en la sociedad donde se juega la imagen de la Iglesia. Y precisamente son las organizaciones como Cáritas o Manos Unidas, las más valoradas en la escena social. Y habrá que configurar otro tipo de asociaciones que no sólo se ocupen de las misiones o de los pobres, que también cultiven el jardín interior de los fieles.
Se hace necesario abrir las puertas a la gente, mantener las Iglesias abiertas, para visibilizar la fe.Una fe cuestionada por el relativismo imperante. Pero una gracia regalada que nos exige salir “a las periferias” como dice el Papa Francisco. Salir al encuentro de los alejados con creatividad e iniciativas pioneras. Los jóvenes se alejan de la fe porque no han tenido un encuentro decisivo con Cristo, porque por el camino se les piden sacrificios que resultan anacrónicos a la sociedad del siglo XXI. Y es que hablar del pecado tiene mala prensa. Y habrá que convencerles de que es el pecado el causante del mal en el mundo y de su falta de felicidad personal. Pero para ello, primero tendrán que descubrir ese Dios misericordioso que se deshace con ternura por sus hijos. Un Dios que está a la espera con los brazos abiertos dispuestos siempre al encuentro con nosotros.
Vamos hace una sociedad que se aleja cada día más del encuentro con Dios. Y nosotros, los creyentes, somos los encargados de visibilizar el atractivo de ese encuentro con el Absoluto. Para ello debemos recuperar espacios tan importantes como la prensa, la radio, la televisión y la red. Con fórmulas creativas, alejadas de la ñoñería. Fórmulas maduras y llenas de sentido para el hombre sediento que atraviesa el desierto del sinsentido de la vida. Fórmulas de siempre, porque en definitiva todo consiste en vivir centrados en Dios. Con oración y vida sacramental, con caridad y actos sociales necesarios.
Puede ser el momento de lanzarse hacia empresas arriesgadas, confiando en la gracia de Dios, quien nos asiste. Se buscan zahoríes del espíritu que sepan canalizar su energía hacia los demás. Pero habrá que estar atentos al Espíritu que sopla como la brisa, sin ser apenas perceptible. Habrá que crear espacios donde pueda aletear ese Espíritu. La fe es un don que se nos dona por la gracia de Dios. Pero nosotros somos los encargados de trasmitirla allá donde nos encontremos. Y no con discursos teológicos, sino en la sencillez de la vida cotidiana.
En definitiva, se busca que los cristianos nos creamos que Dios nos quiere santos, no por la ausencia de pecado, sino por la gracia del Espíritu y la fuerza de nuestras propias convicciones. Cuanto más alejados del pecado, más cerca de Dios. Pero habrá que saber distinguir precisamente qué es lo que nos aleja de Él. Y para ello, nada como escuchar la Palabra de Dios, que hoy es más fácil que nunca de proclamar de manera global.
Carmen Bellver
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