Domingo 4 de mayo. Dejamos Aragón y retornamos a nuestra Castilla y
León, camino del Monasterio de Santa María de Huerta (Soria). A María la cantábamos con los Laudes “Salve, Madre, en la tierra de mis amores,
te saludan los cantos que alza el amor…”. Tres imágenes: Ntra Sra de la
Encina (Ponferrada), Ntra Sra de la Majestad (Astorga) y Ntra Sra de la
Asunción (La Bañeza) nos recordaban a este Sector ENS.
Llegada y subida a la Iglesia donde el Padre Prior
de estos monjes del Cister iba a celebra la misa dominical, con presencia de
fieles. Sus largos hábitos blancos nos mostraban una cierta juventud de la
veintena de monjes de la comunidad. Su canto suave y melodioso nos invitaba a
la oración y al recogimiento, como ya habíamos leído, a la entrada: “Silencio,
estamos recogidos en oración”.
Estos monjes siguen la espiritualidad que San
Benito dejó plasmada en su Regla escrita en el siglo VI y asumida por los
primeros cistercienses desde la fundación de Císter en 1098, hoy unidos a
nuestros más conocidos trapenses, como denota su hábito. Un montaje audiovisual nos presentó la
historia de la vida de los monjes, dedicados a la oración y al trabajo, en
soledad interior y vida comunitaria, en silencio que escucha y palabra que
comparte y acoge, y, en separación y solidaridad con el mundo.
La vida monástica se desarrolla en la primera
planta; por lo que la planta baja ocupada en el pasado, hoy se puede visitar
tranquilamente siguiendo un díptico, muy sencillo y claro, que se facilita con
el tíquet de la entrada. Recordemos que, en 1151 el rey Alfonso VII de Castilla
fue quien autorizó la fundación del monasterio, aunque fue Alfonso VIII quien
ayudó y favoreció su construcción.
La puerta monumental de entrada es del recinto es de estilo renacentista (XVI), de estructura similar a un arco de
triunfo romano, en el que vemos un frontón triangular con la imagen de La
Virgen . La Iglesia, muy espaciosa, de planta de cruz latina; hay que apreciar la
sensación de austeridad y el típico carácter anguloso cisterciense. Llama la
atención el gran rosetón y su forma de dos círculos concéntricos (el interior
con forma de sol) unidos por columnas. Dentro del apartado de dependencias
medievales son interesantes las correspondientes
a los legos: cilla y refectorio de conversos, y la de los monjes: claustro,
restos de la sala capitular, cocina y refectorio gótico. La restauración
llevada a cabo en décadas recientes ha cuidado el detalle artístico y resalta
las líneas arquitectónicas propias cistercienses, con una gran limpieza que ha
dejado al descubierto la piedra original. No dejamos el monasterio sin antes
admirar su tienda, y adquirir recuerdos y frutos de su elaboración.
En Almazán almorzamos su típico “somarro”.
Después subimos a su recinto histórico, donde fuimos recibidos por José
A. Márquez, cronista oficial de la Villa quien nos presentó lo más singular. Almazán
es un término árabe y significa “el fortificado”; lo que nos traslada a la
época de la Reconquista, en donde fue un enclave estratégico defensivo, al
igual que contra los franceses en la Guerra de la Independencia.
En el ámbito
de su amplia Plaza Mayor, se erige la estatua de Diego Laínez, la sede del
Ayuntamiento, la Iglesia de San Miguel, y el Palacio de los Hurtado de Mendoza.
En la oficina de turismo se nos ofreció un magnífico audiovisual sobre tan
singular villa amurallada, que admiramos desde un balcón sobre el río. En esta
villa murió el gran dramaturgo Tirso de Molina, en el entonces convento de la
Merced (1648).
Poco después iniciamos el regreso a Palencia, con
el agradecimiento a tan acogedora compañía, a la vivencia tan familiar del
encuentro, y a las bendiciones que el Señor y su Madre María, de seguro,
otorgarán por el empeño en hacer felices a cuantos nos rodean, viviendo la
espiritualidad del Sacramento del Matrimonio. Fernando
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