En este Año
de la Misericordia, podemos encontrarnos con dos caminos:
1.-Quien
tiene esperanza en la misericordia de Dios y sabe que Dios es Padre; Dios
perdona siempre, pero todo; más allá del desierto está el abrazo del Padre, el
perdón.
2.-Y
también están aquellos que se refugian en su propia esclavitud, en su propia
rigidez, y no saben nada de la misericordia de Dios. Esto les pasó a los
doctores de la Ley, habían estudiado, pero su ciencia no los había salvado.
La esperanza es esta virtud cristiana que
nosotros tenemos como un gran don del Señor y que nos hace ver lejos, más allá
de los problemas, los dolores, las dificultades, más allá de nuestros pecados, que nos hace ver la belleza de Dios.
Cuando yo
me encuentro con una persona que tiene esta virtud de la esperanza y se
encuentra en un momento feo de su vida –ya
sea una enfermedad, una preocupación por un hijo o una hija, o por alguien de
la familia, que
padece algo– pero que tiene esta virtud, en medio del dolor, tiene el ojo
penetrante, tiene la libertad de ver más
allá, siempre más allá. Y ésta es la esperanza.
Y ésta es
la profecía que nos ofrece la Iglesia: nos quiere
mujeres y hombres de esperanza, incluso en medio de los problemas. La esperanza
abre horizontes, la esperanza es libre, no es esclava, siempre encuentra un
lugar para resolver una situación.
En el
Evangelio se nos habla de los jefes de los sacerdotes que preguntan a Jesús con
qué autoridad actuaba: no tienen horizontes. Son hombres cerrados en sus
cálculos, esclavos de las propias rigideces. Y los cálculos humanos cierran el
corazón, cierran la libertad, mientras la esperanza nos vuelve ligeros.
¡Qué
hermosa es la libertad, la magnanimidad, la esperanza de un hombre y una mujer
de Iglesia! En cambio ¡qué fea y cuánto mal hace la rigidez de una mujer y de
un hombre de Iglesia, la rigidez clerical, que no tiene esperanza!
En la
lectura de Números de la Sagrada Escritura se nos habla de Balaán, un profeta
contratado por un rey para maldecir a Israel. Balaam tenía sus defectos, e
incluso sus pecados, porque todos tenemos pecados, todos. Todos somos
pecadores. Pero no se asusten. Dios es más grande que todos nuestros pecados.
En su
camino, Balaam encuentra al ángel del Señor y cambia su corazón. No cambia de
partido, sino que cambia del error a la verdad, y cuenta lo que ve: el Pueblo
de Dios vive en las tiendas, en medio del desierto, y él, además del desierto
ve la fecundidad, la belleza, la victoria. Abrió su corazón, se convirtió, y vio lejos, vio la verdad, porque con buena
voluntad siempre se ve la verdad. Es una verdad que da esperanza.
Fernando
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