lunes, 11 de julio de 2016

Papa Francisco y la Familia, en el año de la Misericordia hay dos caminos ¿cuál es el tuyo?


En este Año de la Misericordia, podemos encontrarnos con dos caminos:

1.-Quien tiene esperanza en la misericordia de Dios y sabe que Dios es Padre; Dios perdona siempre, pero todo; más allá del desierto está el abrazo del Padre, el perdón.

2.-Y también están aquellos que se refugian en su propia esclavitud, en su propia rigidez, y no saben nada de la misericordia de Dios. Esto les pasó a los doctores de la Ley, habían estudiado, pero su ciencia no los había salvado.

La esperanza es esta virtud cristiana que nosotros tenemos como un gran don del Señor y que nos hace ver lejos, más allá de los problemas, los dolores, las dificultades, más allá de nuestros pecados,  que nos hace ver la belleza de Dios.
Cuando yo me encuentro con una persona que tiene esta virtud de la esperanza y se encuentra en un momento feo de su vida –ya sea una enfermedad, una preocupación por un hijo o una hija, o por alguien de la familia, que padece algo– pero que tiene esta virtud, en medio del dolor, tiene el ojo penetrante, tiene la libertad de ver más allá, siempre más allá. Y ésta es la esperanza.
Y ésta es la profecía que nos ofrece la Iglesia: nos quiere mujeres y hombres de esperanza, incluso en medio de los problemas. La esperanza abre horizontes, la esperanza es libre, no es esclava, siempre encuentra un lugar para resolver una situación.

En el Evangelio se nos habla de los jefes de los sacerdotes que preguntan a Jesús con qué autoridad actuaba: no tienen horizontes. Son hombres cerrados en sus cálculos, esclavos de las propias rigideces. Y los cálculos humanos cierran el corazón, cierran la libertad, mientras la esperanza nos vuelve ligeros.

¡Qué hermosa es la libertad, la magnanimidad, la esperanza de un hombre y una mujer de Iglesia! En cambio ¡qué fea y cuánto mal hace la rigidez de una mujer y de un hombre de Iglesia, la rigidez clerical, que no tiene esperanza!

En la lectura de Números de la Sagrada Escritura se nos habla de Balaán, un profeta contratado por un rey para maldecir a Israel. Balaam tenía sus defectos, e incluso sus pecados, porque todos tenemos pecados, todos. Todos somos pecadores. Pero no se asusten. Dios es más grande que todos nuestros pecados.
En su camino, Balaam encuentra al ángel del Señor y cambia su corazón. No cambia de partido, sino que cambia del error a la verdad, y cuenta lo que ve: el Pueblo de Dios vive en las tiendas, en medio del desierto, y él, además del desierto ve la fecundidad, la belleza, la victoria. Abrió su corazón, se convirtió,  y vio lejos, vio la verdad, porque con buena voluntad siempre se ve la verdad. Es una verdad que da esperanza.

                                                                                                                                             Fernando

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