La alegría está unida a palabras que infunden esperanza, y
permiten mirar el futuro con serenidad. Por eso el Señor ha condenado
toda condena y ha decidido vivir en medio de nosotros. Así que
no podemos dejarnos vencer por el cansancio, no está consentida
ninguna forma de tristeza, ni tampoco tenemos motivo por tantas preocupaciones ante
las múltiples formas de violencia que hieren nuestra humanidad. Porque el Señor
está junto a nosotros y esto debe
llenar nuestro corazón de alegría.
En un contexto histórico como el nuestro de
grandes abusos y violencias, obra sobre todo de hombres de poder,
Dios hace saber que Él mismo reinará sobre su pueblo, que no lo dejará a merced
de la arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de toda angustia. Por
ello debemos alegrarnos siempre, y con nuestra afabilidad dar a todos testimonio de
la cercanía y del cuidado que Dios tiene por cada persona.
La Puerta
Santa también implica un signo y una invitación de la alegría, puesto que nos
recuerda que estamos en el tiempo del
gran perdón.
Es, por tanto, el momento de redescubrir la presencia
de Dios y su ternura de padre. Es el momento para descubrir la
presencia de Dios, y, la ternura del Padre. Dios no ama la rigidez. Él es
Padre, es tierno, todo lo hace con ternura de Padre.
Delante de la Puerta Santa que estamos
llamados a cruzar, se nos pide ser instrumentos de misericordia, conscientes de
que seremos juzgados sobre esto.
Quien ha sido bautizado sabe que tiene un
compromiso mayor. La fe en Cristo provoca un camino que dura toda la vida: el de ser misericordiosos como
el Padre.
Fernando
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