Ligarse a Él, en una verdadera
relación de fe y de amor, no
significa estar encadenados, sino ser
profundamente libres, siempre en
camino.
Cuando leemos en el Evangelio que
Él es el Pan bajado del cielo, y que daba
su carne como alimento, y su sangre como bebida, aludiendo a su
sacrificio, algunos de quienes lo seguían quedaron desilusionados por
considerar esas palabras indignas del Mesías, no ‘exitosas’. Porque algunos miraban a Jesús como a un
Mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito,…
¡enseguida!,… y, precisamente, sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías.
Es más, ni siquiera los discípulos logran aceptar ese lenguaje, lenguaje
inquietante del Maestro. En realidad,
ellos entendieron bien las palabras de Jesús. Tan bien que no quieren
escucharlo, porque es un leguaje que pone en crisis su mentalidad. Siempre las
palabras de Jesús nos ponen en crisis; en crisis por ejemplo, ante el espíritu
del mundo, ante la mundanidad.
Sin embargo, Jesús ofrece la clave para superar la dificultad; una
clave hecha con tres elementos. Primero, su origen divino: él ha bajado
del cielo y subirá allí donde estaba antes. Segundo, sus palabras se pueden
comprender sólo a través de la acción del Espíritu Santo, Aquel que ‘da la
vida’. Y es precisamente el Espíritu Santo el que hace comprender bien a Jesús.
Y el tercer elemento, es que la verdadera causa de la incomprensión de sus
palabras es la falta de fe: ‘hay entre ustedes algunos que no creen’,
dice Jesús.
Ante el alejamiento de muchos
discípulos, Jesús no hace
descuentos y no atenúa sus palabras, aún más, obliga a realizar una
opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: ‘¿También
ustedes quieren irse?’.
Entonces, Pedro hace su confesión de
fe en nombre de los otros Apóstoles: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de Vida eterna’. No dice: ‘¿dónde iremos?’, sino ‘¿a quién iremos?’.
El problema de fondo no es ir y
abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro,
nosotros comprendemos que la fidelidad a
Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos enlazamos para
caminar juntos por el mismo camino. Y
esta persona es Jesús.
Todo lo que tenemos en el mundo no
sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos
necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus
palabras de vida eterna!.
Entonces, preguntémonos: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre,
una idea, es un personaje histórico solamente? O es verdaderamente aquella
persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo.
¿Para ti quién es Jesús? ¿Intentas
conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio todos los días, un pasaje, del
Evangelio para conocer a Jesús? ¿Llevas el Evangelio todos los días, en la
bolsa, para leerlo, en todas partes? Porque cuanto más estamos con Él, más
crece el anhelo de permanecer con él.
Para finalizar: pido a la Virgen
María que nos ayude a ‘ir’ siempre a donde Jesús, para experimentar
la libertad que Él nos ofrece, y que nos ayude a limpiar nuestras
opciones de vida, de las incrustaciones mundanas y de los miedos.
Amén.
Fernando
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