El Papa Francisco presidió el rezo de las
vísperas, la oración que reza la Iglesia al
caer la tarde, y pronunció la siguiente meditación:
¡Qué
lindo es rezar todos juntos las
vísperas!. ¡Cómo no soñar con una Iglesia que refleje y repita la armonía de
las voces y del canto en la vida
cotidiana! Y lo hacemos hoy en la Catedral, que es signo de la Iglesia y de
cada uno de nosotros.
La
oración litúrgica, su estructura y modo pausado, quiere expresar a la Iglesia
toda, esposa de Cristo, que intenta configurarse con su Señor. Cada uno de
nosotros en nuestra oración queremos ir
pareciéndonos más a Jesús.
La
oración hace emerger aquello que vamos viviendo o deberíamos vivir en la vida
cotidiana, al menos con la oración que no quiere ser alienante o sólo
preciosista. La oración nos da impulso para ponernos en acción, o, para revisarnos
en aquello que rezamos en los salmos:
somos las manos del Dios «que alza de la basura al pobre» (Sal 112,7)
y somos los que trabajamos para que la
tristeza de la esterilidad se convierta en campo fértil.
Nosotros
que cantamos que «vale mucho a los ojos del Señor la vida de los fieles»,
somos los que luchamos, peleamos, defendemos
la valía de toda vida humana, desde la concepción hasta que los años sean
muchos y las fuerzas pocas.
La
oración es reflejo del amor que sentimos
por Dios, por los otros, por el mundo creado; el mandamiento del amor es la
mejor configuración del discípulo misionero con Jesús.
Estar
apegados a Jesús da profundidad a la
vocación cristiana, que interesada en el «hacer» de Jesús –que es mucho más
que actividades– busca asemejarse a Él en todo lo realizado. La belleza de la
comunidad eclesial nace de la adhesión de cada uno de sus miembros a la persona
de Jesús, formando un «conjunto vocacional» en la riqueza de la diversidad
armónica.
Las
antífonas de los cánticos evangélicos de este fin de semana nos recuerdan el
envío de Jesús a los doce. Siempre es
bueno crecer en esa conciencia de trabajo apostólico en comunión. Es
hermoso verlos colaborando pastoralmente, siempre desde la naturaleza y función
eclesial de cada una de las vocaciones y carismas.
Quiero
exhortarlos a todos ustedes, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y
seminaristas a comprometerse en esta
colaboración eclesial, especialmente en torno a los planes de pastoral de
las diócesis y de su misión, cooperando con toda su disponibilidad al bien
común.
Si
la división entre nosotros provoca esterilidad (cf. Evangelii gaudium 98-101),
no cabe duda de que de la comunión y la
armonía nace la fecundidad, porque son profundamente consonantes con el
Espíritu Santo.
Todos
tenemos limitaciones. Ninguno puede
reproducir en su totalidad a Jesucristo, y si bien cada vocación se configura
principalmente con algunos rasgos de la vida y la obra de Jesús, hay algunos
comunes e irrenunciables. Recién hemos alabado al Señor porque «no hizo
alarde de su categoría de Dios» (Flp 2,6) y esa es una
característica de toda vocación cristiana: no hizo alarde de su categoría. El llamado por Dios no se pavonea, no
anda tras reconocimientos ni aplausos pasajeros, no siente que subió de
categoría ni trata a los demás como si estuviera en un peldaño más alto.
La supremacía de Cristo es
claramente descrita en la liturgia de la Carta a los Hebreos; nosotros acabamos
de leer casi el final de esa carta: «Hacernos perfectos como el gran pastor
de las ovejas» (Hb 13,20), y esto supone asumir que todo
consagrado se configura con Aquel que en su vida terrena, «entre ruegos y
súplicas, con poderoso clamor y lágrimas» alcanzó la perfección
cuando aprendió, sufriendo, qué significaba obedecer; y eso también es parte de
la llamada, es parte de su vocación.
Terminemos
de rezar nuestras vísperas; el sonido de las campanas antecede y acompaña en
muchas oportunidades nuestra oración litúrgica: hechos de nuevo por Dios cada vez que rezamos, firmes como un campanario, gozosos de repicar las
maravillas de Dios, compartamos el Magnificat y dejemos al
Señor hacer, que Él haga, a través de nuestra vida consagrada, grandes cosas en
nuestra acción pastoral.
Fernando
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