Cada
uno a su manera, se diría que todos compartimos la vocación de trabajar por el bien común. Ya hace 50
años, el Concilio
Vaticano II definía el bien común como “el conjunto de condiciones
de la vida social que hacen
posible a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y
fácilmente la propia perfección”; por eso hemos de agradecer a quienes aspiran
–desde su rol y misión– a que las personas y la sociedad se desarrollen,
alcancen su perfección.
Estoy seguro
de vuestras búsquedas de lo bello, lo verdadero, lo bueno, en este afán por el
bien común. Que este esfuerzo ayude siempre a crecer en un mayor respeto a la
persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a
su desarrollo integral, a la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad
de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia
distributiva. (cf. Laudato si’ 157). Que la
riqueza se distribuya.
Nos urge poner las bases de una ecología integral, es problema de salud. Una ecología integral que
incorpore claramente todas las dimensiones humanas en la resolución de las
graves cuestiones socioambientales de nuestros días, porque si no, los
glaciares de esos mismos montes seguirán retrocediendo y la lógica de la
recepción, la conciencia del mundo que queremos dejar a los que nos sucedan, su
orientación general, su sentido, sus valores también se derretirán como esos
hielos (cf. Laudato si’ 159-160). De esto hay que tomar conciencia. Ecología
integral supone ecología de la
madre tierra, cuidar la madre tierra, ecología humana, cuidarnos entre
nosotros, y ecología social.
Como todo está relacionado, nos necesitamos unos a otros. Si la
política se deja dominar por la especulación financiera, o, la economía se rige
únicamente por el paradigma tecnocrático y utilitarista de la máxima
producción, no podrán ni siquiera comprender, y menos aún resolver, los grandes
problemas que afectan a la humanidad.
Es
necesaria también la cultura, tanto del desarrollo de la capacidad
intelectual del ser humano en las ciencias, y en generar belleza en las artes, como
en el desarrollo de las tradiciones populares locales, con su particular
sensibilidad ante el medio de donde han surgido y al que dan sentido. Se
requiere de igual forma una educación ética y moral, que cultive
actitudes de solidaridad y corresponsabilidad entre las personas. Debemos
reconocer el papel específico de las religiones en el desarrollo de la cultura
y los beneficios que puedan aportar a la sociedad.
Los
cristianos, como discípulos de la Buena Noticia, somos portadores de un mensaje
de salvación que tiene en sí mismo la capacidad de ennoblecer a las
personas, de inspirar grandes ideales capaces de impulsar líneas de acción que
vayan más allá del interés individual, posibilitando la capacidad de renuncia
en favor de los demás, como la sobriedad y las demás virtudes que nos contienen
y nos unen. Esas virtudes que tan
sencillamente se expresa en esos tres mandamientos, “no mentir”, “no robar”,
“no ser flojo”; pero debemos estar en alerta, pues muy fácilmente nos
habituamos al ambiente de inequidad que nos rodea, y que nos hace insensibles a
sus manifestaciones. Y así confundimos, sin darnos cuenta, el «bien común» con
el «bien-estar», Y de ahí se va
resbalando de poquito a poquito, y, el ideal del bien común se va perdiendo, y
termina en el bienestar sobre todo cuando somos nosotros los
que lo disfrutamos y no los otros.
El bienestar que se refiere solo a la
abundancia material tiende a ser egoísta, tiende a defender los intereses
de parte, a no pensar en los demás, y a dejarse llevar por la
tentación del consumismo. Así entendido, el bienestar, en vez de
ayudar, incuba posibles conflictos y
disgregación social; instalado como la perspectiva dominante, genera el mal de
la corrupción que cuánto desalienta y tanto mal hace. En cambio, el bien común es algo más que la suma
de intereses individuales; es un pasar
de lo que «es mejor para mí» a lo que «es mejor para todos», e incluye todo
aquello que da cohesión a un pueblo: metas comunes, valores compartidos,
ideales que ayudan a levantar la mirada, más allá de los horizontes
particulares.
Los diferentes agentes sociales tienen la responsabilidad de contribuir a la
construcción de la unidad y el desarrollo de la sociedad. La libertad siempre es el mejor ámbito para que los pensadores, las
asociaciones ciudadanas y los medios de comunicación desarrollen su función,
con pasión y creatividad, al servicio del bien común. También los cristianos,
llamados a ser fermento en el pueblo, aportan su propio mensaje a la sociedad.
La luz del Evangelio de Cristo no es propiedad de la Iglesia; ella es su
servidora, y debe servir al
Evangelio de Cristo, para que llegue hasta los extremos del mundo. La
fe es una luz que no encandila,
las ideologías encandilan, la fe no encandila, la fe es una luz que
no obnubila, sino que alumbra y guía con respeto la conciencia y la
historia de cada persona y de cada convivencia humana. El cristianismo ha
tenido un papel importante en la formación de la identidad de todo el pueblo.
La libertad religiosa –como es acuñada habitualmente esta expresión en el fuero civil– es quien
también nos recuerda que la fe no puede reducirse al ámbito puramente
subjetivo. No es una subcultura. Será
nuestro desafío alentar y favorecer que germinen la espiritualidad y el compromiso de la fe, el compromiso cristiano
en obras sociales. En extender el
bien común a través de las obras sociales.
Entre los
diversos actores sociales, quisiera destacar la familia,
amenazada en todas partes, por
factores como la violencia doméstica, el alcoholismo, el machismo,
la drogadicción, la falta de trabajo, la inseguridad ciudadana, el abandono de
los ancianos, los niños de la calle, y, recibiendo pseudo-soluciones desde
perspectivas que no son saludables a la familia sino que provienen claramente
de colonizaciones ideológicas. Son tantos los problemas sociales que resuelve
la familia, que lo resuelve en silencio, son tantos que no promover la familia es
dejar desamparados a los más desprotegidos.
Una nación
que busca el bien común no se puede cerrar en sí misma; las redes de relaciones
afianzan a las sociedades. El problema de la inmigración en nuestros días nos
lo demuestra. El desarrollo de la diplomacia con los países del entorno, que
evite los conflictos entre pueblos hermanos y contribuya al diálogo franco y
abierto de los problemas, hoy es indispensable. Construir puentes en vez de levantar muros. Todos los temas, por
más espinosos que sean, tienen soluciones compartidas, tienen soluciones
razonables, equitativas y duraderas. Y, en todo caso, nunca han de ser motivo
de agresividad, rencor o enemistad, que agravan más la situación y hacen más
difícil su resolución. ¡Qué hermosos son los países que superan la desconfianza
enfermiza e integran a los diferentes, y
que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindos
cuando están llenos de espacios que conectan, relacionan, favorecen el
reconocimiento del otro! (cf. Evangelii gaudium 210). Porque en la integración
y en su búsqueda de la unidad, estamos llamados a ser «esa multiforme armonía
que atrae» (Evangelii gaudium 117).
Muchas
gracias por vuestra atención. Pido al Señor sigáis progresando cada vez más,
para que logréis sea esa patria feliz donde el hombre vive el bien de la dicha
y la paz. Que la Virgen santa os cuide y el Señor os bendiga abundantemente. Y,
por favor les pido, que no se olviden de rezar por mí. Fernando
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