La película “Yo, Daniel Blake”, de Kean Loach ha ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Premio del Público en el Festival de San Sebastián. Presenta un drama social fresco y humano que nos arrastra no solo a un choque emocional sino también a una reflexión teológica, política y social. Vale la pena verlo y comentarlo.
Un carpintero de 59 años sufre un infarto y se ve obligado a dejar de trabajar y pedir ayuda al Estado para poder seguir adelante. Su camino se cruza con una madre soltera con unas complicadas circunstancias personales que también la obligan a pedir apoyo estatal. La maraña de aberraciones burocráticas se convertirán en un infierno para ambos.
Alguien dirá que Loach se pronuncia políticamente, cuestionando de forma radical el propio sistema democrático. Que muestra la acritud de un mundo que ha sustituido la justicia por la caridad.
Y tiene razón. Pero ese radicalismo es muy parecido al que mostró el Papa Benedicto al cuestionar el capitalismo sin alma en su encíclica “Caritas in veritate”.
Bebiendo de la fuente de Benedicto también el Papa Francisco ha reiterado en varias ocasiones que la economía debe estar al servicio del hombre. Lo explica detalladamente en la Evangelii Gaudium, donde también habla del capitalismo sin alma y cuestiona el modelo económico en el que se sustenta.
El Papa Francisco propone, como alternativa, una Iglesia que diga un triple no:
• A la economía de la exclusión
• A la idolatría del dinero
• A las disparidades que engendra la violencia sistémica del capitalismo sin alma.
Es la reflexión que suscita la película que te recomiendo.
Alejandro Córdoba
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