El 2 de febrero
celebramos que María y José llevaron a su Niño al Templo de Jerusalén, dando
lugar al primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por dos
ancianos, Simeón y Ana.
Fue también un
encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con
su recién nacido, y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que
frecuentaban el Templo.
El evangelista
Lucas cuenta: De la Virgen y de San José repite por cuatro veces, que querían
hacer aquello que estaba prescrito por la Ley del Señor. Se intuye, casi se
percibe que los padres de Jesús se alegran de observar los preceptos de Dios,
sí, ¡la alegría de caminar en la Ley del Señor! Eran dos recién casados,
tuvieron su niño, y están animados por el deseo de cumplir aquello que está
prescrito. No una acción de fachada, no es por cumplir la regla, ¡no! Es un
deseo fuerte, profundo, lleno da alegría. Es aquello que dice el Salmo: ‘Tendré
en cuenta tus caminos. Mi alegría está en tus preceptos… Tu ley es toda mi
alegría’
Y de los ancianos, que
estaban guiados por el Espíritu Santo:
De Simeón afirma
que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel y, que el Espíritu
Santo estaba en él; dice que el Espíritu Santo le había prometido que no
moriría antes de ver al Mesías del Señor; y lo hizo, al final, dirigiéndose al
templo conducido por el Espíritu.
De Ana, que era una
profetisa, es decir, estaba inspirada por Dios; y que no se apartaba del
templo, sirviendo a Dios noche y día, con ayunos y oraciones.
En resumen, estos
dos ancianos ¡están llenos de vida! Están llenos de vida porque son animados
por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamados… Y he aquí
el encuentro entre la Santa Familia y estos dos representantes del pueblo santo
de Dios. En el centro está Jesús. Él es quien lo mueve todo, y atrae, a unos y
otros, al Templo, que es la casa de su Padre.
Este encuentro está
lleno de alegría, en los jóvenes por observar la Ley del Señor, y, en los
ancianos por la acción del Espíritu Santo.
¡Es un encuentro
singular entre observancia y profecía, donde los jóvenes son los observantes y
los ancianos son los proféticos! En realidad, si reflexionamos bien, la
observancia de la Ley está animada por el mismo Espíritu, y la profecía se
mueve en el camino trazado por la Ley. ¿Quién más que María está llena de
Espíritu Santo? ¿Quién más que ella es dócil a su acción?.
A la luz de esta
escena evangélica, nos animamos a mirar a la vida consagrada, como a un
encuentro con Cristo, porque Él es quien viene a nosotros, traído por María y
José, y somos nosotros los que vamos hacia Él, guiados por el Espíritu Santo.
Pero en el centro está Él. Él mueve todo, Él nos atrae al Templo, a la Iglesia,
donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, abrazarlo.
Jesús nos sale al
encuentro en la Iglesia, a través del carisma fundacional de un Instituto
religioso: ¡Es bonito pensar así, sobre nuestra vocación! Nuestro encuentro con
Cristo ha tomado su forma en la Iglesia, mediante el carisma de un testigo
suyo, de una testigo suya. Esto siempre nos sorprende y nos hace estar
agradecidos.
En la vida
consagrada, también se vive el encuentro entre jóvenes y ancianos, entre
observancia y profecía. ¡No las veamos, pues, como dos realidades que se
contraponen! Dejemos más bien, que el Espíritu Santo anime a ambas, y la señal
de esto es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla de vida;
y la alegría de estar guiados por el Espíritu, jamás rígidos, jamás cerrados,
siempre abiertos a la voz de Dios que nos habla, que abre, conduce, … nos invita
a caminar hacia el horizonte.
Mayores y jóvenes
necesitan comunicación para enriquecerse mutuamente y formar el pueblo del
Señor. A los ancianos les hace bien comunicar la sabiduría a los jóvenes, y a
los jóvenes recoger este patrimonio de experiencia y de sabiduría, –no para guardarlo en un museo–, sino para
llevarlo adelante, por el bien de las familias religiosas, y de toda la
Iglesia. ¡Muchas gracias!
Fernando
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