jueves, 4 de febrero de 2016

Papa Francisco y la Familia: Ante la Presentación de Jesús en el Templo



El 2 de febrero celebramos que María y José llevaron a su Niño al Templo de Jerusalén, dando lugar al primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por dos ancianos, Simeón y Ana.
Fue también un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con su recién nacido, y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban el Templo.
El evangelista Lucas cuenta: De la Virgen y de San José repite por cuatro veces, que querían hacer aquello que estaba prescrito por la Ley del Señor. Se intuye, casi se percibe que los padres de Jesús se alegran de observar los preceptos de Dios, sí, ¡la alegría de caminar en la Ley del Señor! Eran dos recién casados, tuvieron su niño, y están animados por el deseo de cumplir aquello que está prescrito. No una acción de fachada, no es por cumplir la regla, ¡no! Es un deseo fuerte, profundo, lleno da alegría. Es aquello que dice el Salmo: ‘Tendré en cuenta tus caminos. Mi alegría está en tus preceptos… Tu ley es toda mi alegría’
Y de los ancianos, que estaban guiados por el Espíritu Santo:
De Simeón afirma que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel y, que el Espíritu Santo estaba en él; dice que el Espíritu Santo le había prometido que no moriría antes de ver al Mesías del Señor; y lo hizo, al final, dirigiéndose al templo conducido por el Espíritu.
De Ana, que era una profetisa, es decir, estaba inspirada por Dios; y que no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día, con ayunos y oraciones.
En resumen, estos dos ancianos ¡están llenos de vida! Están llenos de vida porque son animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamados… Y he aquí el encuentro entre la Santa Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Él es quien lo mueve todo, y atrae, a unos y otros, al Templo, que es la casa de su Padre.
Este encuentro está lleno de alegría, en los jóvenes por observar la Ley del Señor, y, en los ancianos por la acción del Espíritu Santo.
¡Es un encuentro singular entre observancia y profecía, donde los jóvenes son los observantes y los ancianos son los proféticos! En realidad, si reflexionamos bien, la observancia de la Ley está animada por el mismo Espíritu, y la profecía se mueve en el camino trazado por la Ley. ¿Quién más que María está llena de Espíritu Santo? ¿Quién más que ella es dócil a su acción?.
A la luz de esta escena evangélica, nos animamos a mirar a la vida consagrada, como a un encuentro con Cristo, porque Él es quien viene a nosotros, traído por María y José, y somos nosotros los que vamos hacia Él, guiados por el Espíritu Santo. Pero en el centro está Él. Él mueve todo, Él nos atrae al Templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, abrazarlo.
Jesús nos sale al encuentro en la Iglesia, a través del carisma fundacional de un Instituto religioso: ¡Es bonito pensar así, sobre nuestra vocación! Nuestro encuentro con Cristo ha tomado su forma en la Iglesia, mediante el carisma de un testigo suyo, de una testigo suya. Esto siempre nos sorprende y nos hace estar agradecidos.
En la vida consagrada, también se vive el encuentro entre jóvenes y ancianos, entre observancia y profecía. ¡No las veamos, pues, como dos realidades que se contraponen! Dejemos más bien, que el Espíritu Santo anime a ambas, y la señal de esto es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla de vida; y la alegría de estar guiados por el Espíritu, jamás rígidos, jamás cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que nos habla, que abre, conduce, … nos invita a caminar hacia el horizonte.
Mayores y jóvenes necesitan comunicación para enriquecerse mutuamente y formar el pueblo del Señor. A los ancianos les hace bien comunicar la sabiduría a los jóvenes, y a los jóvenes recoger este patrimonio de experiencia y de sabiduría,  –no para guardarlo en un museo–, sino para llevarlo adelante, por el bien de las familias religiosas, y de toda la Iglesia. ¡Muchas gracias!                          

 Fernando

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