La
misericordia de Dios está presente a lo largo de la historia del Pueblo de
Israel, en el camino de los Patriarcas:
1 - les dona hijos no obstante su
condición de esterilidad,
2 - los conduce por caminos de
gracia y de reconciliación: historia de José y de sus hermanos (Cfr. Gen
37-50). Ahora pienso en tantos hermanos que están alejados dentro de una
familia y
no se hablan. En este Año de la Misericordia es una buena ocasión para
reencontrarse, abrazarse y perdonarse, ¡eh! Olvidar las cosas feas. Pero, como
sabemos, en Egipto la vida para el pueblo se hace dura. Y es ahí cuando los
Israelitas están cerca de perecer; pero el Señor interviene y realiza la
salvación: está en Éxodo (2,23-25).
Sí,
la misericordia no puede permanecer indiferente delante del sufrimiento de
los oprimidos, del grito de quien padece la violencia, reducido a la
esclavitud, condenado a muerte. Es una dolorosa realidad que aflige toda época,
incluida la nuestra, y que muchas veces nos hace sentir impotentes, tentados a
endurecer el corazón y pensar en otra cosa. Dios en cambio «no es indiferente»,
no desvía jamás la mirada del dolor humano. El Dios de misericordia responde y
cuida de los pobres, de aquellos que gritan su desesperación. Dios escucha e
interviene para salvar, suscitando hombres capaces de oír el gemido del
sufrimiento y de obrar en favor de los oprimidos.
3
– Y Dios envió a Moisés como mediador de liberación para el pueblo. Él afronta
al Faraón para convencerlo en dejar salir a Israel; y luego guiará al pueblo, a
través del Mar Rojo y el desierto, hacia la libertad. Moisés, que la
misericordia divina ha salvado apenas nacido de la muerte en las aguas del
Nilo, se hace mediador de aquella misma misericordia, permitiendo al pueblo
nacer a la libertad salvado de las aguas del Mar Rojo.
También
nosotros en este Año de la Misericordia podemos hacer este trabajo de ser mediadores de misericordia con las
obras de misericordia para acercarnos, para dar alivio, para hacer unidad.
Tantas cosas buenas se pueden hacer.
La
misericordia de Dios actúa siempre para salvar.
Es todo lo contrario de las obras de aquellos que actúan siempre para matar:
por ejemplo aquellos que hacen las guerras. El Señor, mediante su siervo
Moisés, guía a Israel en el desierto como si fuera un hijo, lo educa en la fe y
realiza la alianza con él, creando una relación de amor fuerte, como aquel del
padre con el hijo, y, el del esposo con la esposa.
A
tanto llega la misericordia divina. Dios propone una relación de amor
particular, exclusiva, privilegiada. Cuando da instrucciones a Moisés acerca de
la alianza, dice: «Ahora, si escucháis mi voz y observáis mi alianza, seréis mi
propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me
pertenece. Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está
consagrada» (Ex 19,5-6).
Cierto,
Dios posee ya toda la tierra porque la ha creado; pero el pueblo se convierte
para Él en una posesión diversa, especial: su personal “reserva de oro y plata”
como aquella que el rey David afirmaba haber donado para la construcción del
Templo.
Por
lo tanto, esto lo hacemos para Dios acogiendo su alianza y dejándonos salvar
por Él. La misericordia del Señor hace al hombre precioso, como una riqueza
personal que le pertenece, que Él custodia y en la cual se complace.
Son
estas las maravillas de la misericordia divina, que llega a pleno cumplimiento
en el Señor Jesús, en aquella “nueva y eterna alianza” consumada con su sangre,
que, con el perdón, destruye nuestro pecado y nos hace definitivamente hijos
de Dios (Cfr. 1 Jn 3,1), joyas preciosas en las manos del Padre bueno y
misericordioso.
Y
si nosotros somos hijos de Dios y tenemos la posibilidad de tener esta herencia
– aquella de la bondad y de la misericordia – en relación con los demás, pidamos
al Señor que en este Año de la Misericordia también nosotros hagamos cosas de
misericordia; abramos nuestro corazón para llegar a todos con las obras de
misericordia, la herencia misericordiosa que Dios Padre ha tenido con nosotros.
Gracias. Fernando
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