martes, 16 de agosto de 2016

Papa Francisco y la Familia en el Año de la Misericordia: lo más bello que pueden dar los padres a sus hijos


          
                 Es Bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye. Hacer, en su frente, la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, para que sea Él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día.


                Qué importante es para la familia encontrarse también, en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña.

                Con ocasión del Jubileo de la Misericordia muchos peregrinan hacia la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que nos pone de relieve la Palabra de Dios, a propósito de la peregrinación de Elcaná y Ana con su hijo Samuel al templo de Siló, y de José y María con Jesús para la fiesta de Pascua, es que la peregrinación la hace toda la familia.

                Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias. Cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones. Es esta una peregrinación. La peregrinación de la educación a rezar. Y saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente cantaban con las palabras del Salmo: ‘¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén!’...

Por eso, animo a las familias a caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración.

                Al final de su peregrinación a Jerusalén, la Sagrada Familia regresa a su casa a continuar su vida diaria. Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres. Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida.

                Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su ‘aventura’, probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia.

                Pido que, en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. Pobres de nosotros si Dios no nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados, a pesar de los errores que se puedan cometer.

                No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Me encomiendo a ustedes, queridas familias, con esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca.
                                                                                                                             Fernando


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