Es Bendecir a sus hijos al comienzo de la
jornada y cuando concluye. Hacer, en su
frente, la señal de la cruz como el día
del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus
hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, para que sea Él su
protección y su apoyo en los distintos momentos del día.
Qué importante es para la familia encontrarse
también, en un breve momento de oración
antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y
para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son
pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la
familia desempeña.
Con
ocasión del Jubileo de la Misericordia muchos peregrinan hacia la Puerta Santa abierta en todas las catedrales
del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que nos pone de
relieve la Palabra de Dios, a propósito de la peregrinación de Elcaná y Ana con
su hijo Samuel al templo de Siló, y de José y María con Jesús para la fiesta de Pascua,
es que la peregrinación la hace toda la
familia.
Papá,
mamá y los hijos, van juntos a la casa
del Señor para santificar la fiesta con
la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras
familias. Cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a
decir sus oraciones. Es esta una peregrinación. La peregrinación de la
educación a rezar. Y saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el
sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los
Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a
Jerusalén, ciertamente cantaban con las palabras del Salmo: ‘¡Qué alegría
cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén!’...
Por eso, animo a las familias a caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos
que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos
con dificultades, pero también con
momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de
la vida compartimos
también el tiempo de oración.
Al
final de su peregrinación a Jerusalén, la Sagrada
Familia regresa a su casa a continuar su vida diaria. Jesús volvió a
Nazaret y vivía sujeto a sus padres. Esta imagen tiene también una buena
enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando
se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se
reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la
experiencia vivida.
Sabemos
lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se
había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José,
que no lo encontraban. Por su ‘aventura’, probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres.
El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de
María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la
preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió
estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia.
Pido
que, en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado
en el que se experimenta la alegría del
perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y
poner remedio. Pobres de nosotros si Dios no nos perdonase. En el seno de la
familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser
comprendidos y apoyados, a pesar de los errores que se puedan cometer.
No
perdamos la confianza en la familia.
Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Me encomiendo a ustedes, queridas familias, con esta misión
tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más
necesidad que nunca.
Fernando
No hay comentarios:
Publicar un comentario