lunes, 12 de septiembre de 2016

Año de la Misericordia: Papa Francisco y la Familia: sobre la comunicación



       
Una tarea de todo cristiano es comunicar con misericordia, lo que provoca “proximidad” con la otra persona y ayuda a crear comunión. Por eso, lo que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y cada gesto, debería expresar la compasión, la ternura y el perdón de Dios para con todos. 
        En un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad. También la Iglesia, unida a Cristo, encarnación viva de Dios Misericordioso, está llamada a vivir la misericordia como rasgo distintivo de todo su ser y actuar.
       El amor, por su naturaleza, es comunicación, lleva a la apertura, no al aislamiento. Y si nuestro corazón y nuestros gestos están animados por la caridad, por el amor divino, nuestra comunicación será portadora de la fuerza de Dios.
      Los bautizados están llamados a comunicar con todos, sin exclusión. Para ello, la Iglesia utiliza la misericordia, con la que puede tocar el corazón de las personas y sostenerlas en el camino hacia la plenitud de la vida.
      En definitiva, se trata de acoger en nosotros y de difundir a nuestro alrededor el calor de la Iglesia Madre, de modo que Jesús sea conocido y amado, ese calor que da contenido a las palabras de la fe y que enciende, en la predicación y en el testimonio, la ‘chispa’ que los hace vivos.

      La comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad, tanto en el mundo físico como en el digital. Así que, las palabras y las acciones han de ser apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio.
      El cristiano, con su palabra, se propone hacer crecer la comunión, incluso cuando debe condenar con firmeza el mal, ya que trata de no romper nunca la relación y la comunicación.

       Invito a todos a descubrir, en la comunicación, el poder de la misericordia de sanar las relaciones dañadas y de volver a llevar paz y armonía a las familias y a las comunidades. Todos sabemos en qué modo las viejas heridas y los resentimientos que arrastramos pueden atrapar a las personas e impedirles comunicarse y reconciliarse, al igual que sucede en las relaciones entre los pueblos.
      En todos estos casos, la misericordia es capaz de activar un nuevo modo de hablar y dialogar, como tan elocuentemente expresó Shakespeare: La misericordia no es obligatoria, cae como la dulce lluvia del cielo sobre la tierra que está bajo ella. Es una doble bendición: bendice al que la concede y al que la recibe.
      También el lenguaje de la política y la diplomacia ha de inspirar misericordia. Hago un llamamiento, sobre todo, a cuantos tienen responsabilidades institucionales, políticas y de formar la opinión pública, a que estén siempre atentos al modo de expresase cuando se refieren a quien piensa o actúa de forma distinta, o a quienes han cometido errores.

      Se necesita, sin embargo, valentía para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación. ¡Cómo desearía que nuestro modo de comunicar, y también nuestro servicio de pastores de la Iglesia, nunca expresara el orgullo soberbio del triunfo sobre el enemigo, ni humillara a quienes la mentalidad del mundo considera perdedores y material de desecho. Nosotros podemos y debemos juzgar situaciones de pecado –violencia, corrupción, explotación, etc.–, pero no podemos juzgar a las personas, porque sólo Dios puede leer en profundidad sus corazones. Nuestra tarea es amonestar a quien se equivoca, denunciando la maldad y la injusticia de ciertos comportamientos, con el fin de liberar a las víctimas y de levantar al caído. Las palabras de Jesucristo en el Evangelio de San Juan “La verdad os hará libres”, son dulce misericordia y el modelo para nuestro modo de anunciar la verdad y condenar la injusticia.
       Nuestra primordial tarea es afirmar la verdad con amor, puesto que sólo palabras pronunciadas con amor y  acompañadas de mansedumbre y misericordia, tocan los corazones de quienes somos pecadores. Y, al contrario, palabras y gestos duros, y moralistas, corren el riesgo de hundir más a quienes querríamos conducir a la conversión y a la libertad, reforzando su sentido de negación y de defensa.

       Es fundamental escuchar. Comunicar significa compartir, y para compartir se necesita escuchar, acoger. Escuchar es mucho más que oír. Oír hace referencia al ámbito de la información; escuchar, sin embargo, evoca la comunicación, y necesita cercanía. Aunque reconozcamos que escuchar nunca es fácil. A veces, es más cómodo fingir ser sordos.
        Escuchar significa prestar atención, tener deseo de comprender, de valorar, respetar, custodiar la palabra del otro, y, al hacerlo, se origina una especie de martirio, un sacrificio de sí mismo en el que se renueva el gesto realizado por Moisés ante la zarza ardiente: quitarse las sandalias en el ‘terreno sagrado’ del encuentro con el otro que me habla.

        Estemos atentos a las nuevas formas de comunicación como son los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales, los foros.  Pensemos que no es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica o no, sino el corazón del hombre y su capacidad para usar bien los medios a su disposición. Las redes sociales son capaces de favorecer las relaciones y de promover el bien de la sociedad, pero también pueden conducir a una ulterior polarización y división entre las personas y los grupos.
         El entorno digital es como una plaza, un lugar de encuentro, donde se puede acariciar o herir, tener una provechosa discusión o un linchamiento moral. El acceso a las redes digitales lleva consigo una responsabilidad por el otro, que no vemos, pero que es real; tiene una dignidad que debe ser respetada. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una sociedad sana y abierta a la puesta en común.
        La proximidad que se produce en el encuentro entre comunicación y misericordia genera el … que se hace cargo, consuela, cura, acompaña y celebra.

                                                                                     Fernando

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