Francisco
explicó que el acróstico de Misericordia compone un catálogo no exhaustivo de
las virtudes necesarias para todos aquellos que quieren hacer fértil su
consagración o su servicio a la Iglesia.
La letra
“m”, de “misionariedad y
pastoralidad”. La misionariedad es
lo que hace y muestra a la Iglesia fértil y fecunda; es prueba de la eficacia,
la capacidad y la autenticidad de nuestro obrar. La pastoralidad sana, es una virtud indispensable, de modo especial
para cada sacerdote, y es la búsqueda cotidiana de seguir al Buen Pastor, que
cuida de sus ovejas y da su vida para salvar la
vida de los demás.
La “i”, de “idoneidad y sagacidad”. La idoneidad, unida a aquel esfuerzo personal para realizar las
propias tareas y actividades, con la inteligencia y la intuición. La idoneidad es
contraria a las recomendaciones y los sobornos. La sagacidad es la
prontitud de nuestra mente para comprender y afrontar las situaciones, con sabiduría
y creatividad.
La “s” de “spiritualità e
umanità” (Espiritualidad y humanidad). La
espiritualidad es la columna vertebral de cualquier servicio en la Iglesia
y en la vida cristiana. Ésta alimenta todo nuestro obrar, lo corrige y lo
protege de la fragilidad humana y de las tentaciones cotidianas. La humanidad es aquello que encarna la
autenticidad de nuestra fe. Quien renuncia a su humanidad, renuncia a todo. La
humanidad nos hace diferentes de las máquinas y los robots, que no sienten y no
se conmueven. Cuando nos resulta difícil llorar seriamente o reír
apasionadamente —son dos signos—, entonces se ha iniciado nuestro deterioro y
nuestro proceso de transformación de ‘hombres’ a algo diferente.
La “e” de “ejemplaridad y fidelidad”. La ejemplaridad sirve para evitar los
escándalos que hieren las almas y amenazan la credibilidad de nuestro
testimonio; mientras que la fidelidad
va unida a nuestra consagración, a nuestra vocación, recordando siempre las
palabras de Cristo: ‘Él que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el
que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto’.
La “r” de “racionalidad y amabilidad”. La racionalidad sirve para evitar los
excesos emotivos, y la amabilidad
para evitar los excesos de la burocracia, las programaciones y las
planificaciones. Todo exceso es indicio de algún desequilibrio, tanto el exceso
de racionalidad, como el exceso de amabilidad.
La “i” de “inocuidad y determinación”. La inocuidad nos hace cautos en el juicio,
capaces de abstenernos de acciones impulsivas y apresuradas, es la capacidad de
sacar lo mejor de nosotros mismos, de los demás y de las situaciones, actuando
con atención y comprensión. La determinación
es la capacidad de actuar con voluntad decidida, visión clara y obediencia a
Dios, y solo por la suprema ley de la “salus animarum” (salud del alma).
La “c” de “caridad y verdad”. Son dos virtudes
inseparables de la existencia cristiana: ´realizar la verdad en la caridad y vivir la caridad en la verdad’. Hasta el
punto en que la caridad sin la
verdad se convierte en la ideología del bonachón destructivo, y la verdad sin
la caridad, en el afán ciego de judicializarlo todo.
La “o” de “onestà e maturità” (“honestidad y madurez”). La honestidad es la rectitud, la
coherencia y el actuar con sinceridad absoluta con nosotros mismos y con Dios,
mientras que la madurez es el
esfuerzo para alcanzar una armonía entre nuestras capacidades físicas,
psíquicas y espirituales.
La segunda
“r” del acróstico de Francisco
corresponde a “respetuosidad y humildad”. La respetuosidad es una cualidad de las almas nobles y delicadas, y es
propia de las personas que tratan siempre de demostrar respeto auténtico a los
demás, al propio cometido, a los superiores y a los subordinados, a los
legajos, a los documentos, al secreto y a la discreción; es la capacidad de
saber escuchar atentamente y hablar educadamente. La humildad, en cambio, es la virtud de los santos y de las personas
llenas de Dios, que cuanto más crecen en importancia, más aumenta en ellas la
conciencia de su nulidad y de no poder hacer nada sin la gracia de Dios.
La “d” de “dadivosidad”: seremos mucho más dadivosos de alma
y más generosos en dar, cuanta más confianza tengamos en Dios y en su providencia,
conscientes de que cuanto más damos, más recibimos. Sería inútil abrir todas
las puertas santas de todas las basílicas del mundo si la puerta de nuestro
corazón permanece cerrada al amor, si nuestras manos no son capaces de dar, si
nuestras casas se cierran a la hospitalidad y nuestras iglesias a la acogida.
La “i” de “impavidez y prontitud”. La impavidez o ser impávido significa no dejarse intimidar
por las dificultades, como Daniel en el foso de los leones o David frente a
Goliat; significa actuar con audacia y determinación; sin tibieza, ‘como un
buen soldado’. La prontitud, en
cambio, consiste en saber actuar con libertad y agilidad, sin apegarse a las
efímeras cosas materiales, ya que estar listos quiere decir estar siempre en
marcha, sin sobrecargarse acumulando cosas inútiles y encerrándose en los
propios proyectos, y sin dejarse dominar por la ambición.
La “a”, de “atendibilidad y sobriedad”. El atendible es quien sabe mantener los
compromisos con seriedad y fiabilidad cuando se cumplen, pero sobre todo cuando
se encuentra solo; es aquel que irradia a su alrededor una sensación de
tranquilidad, porque nunca traiciona la confianza que se ha puesto en él. La sobriedad —la última virtud de esta
lista, aunque no por importancia— es la capacidad de renunciar a lo superfluo y
resistir a la lógica consumista dominante. Además, la sobriedad es prudencia,
sencillez, esencialidad, equilibrio y moderación. La sobriedad es mirar el
mundo con los ojos de Dios y con la mirada de los pobres y desde la parte de
los pobres. Quien es sobrio es una persona coherente y esencial en todo, porque
sabe reducir, recuperar, reciclar, reparar y vivir con un sentido de la
proporción.
También
os propongo profundizar, enriquecer y completar la lista propuesta, y que sea
nuestra guía y nuestro faro, porque la misericordia no es un sentimiento
pasajero, sino la síntesis de la Buena Noticia; es la opción de los que quieren
tener los sentimientos del Corazón de Jesús, de quien quiere seriamente seguir
al Señor.
Que sea la misericordia, la que
guíe nuestros pasos, la que inspire nuestras reformas, la que ilumine nuestras
decisiones.
Amén.
Fernando
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