sábado, 18 de febrero de 2017

Al invertir nuestro dinero ¿podemos ser coherentes con nuestros valores cristianos?

Los ahorros que nosotros depositamos en los bancos son puestos a disposición de las empresas para que éstas financien sus proyectos. ¿A qué se dedica ese dinero?
Si supiéramos el destino de nuestros ahorros podríamos encontrarnos la desagradable sorpresa de que estamos contribuyendo a financiar actividades con las que no estamos de acuerdo: a empresarios corruptos, industrias contaminantes, empresas que no respetan los derechos humanos o con un alto nivel de conflictividad, productos adulterados, actividades que no están en consonancia con nuestros criterios morales.
¿Podemos evitarlo? ¿Cómo hacerlo?
¡Pues sí!
En la banca convencional hay quien tiene mejor y peor reputación lo cual es ya un primer filtro. Pero es que hay además otras alternativas. La banca ética, por ejemplo.
O determinados fondos de inversión que utilizan criterios de inversión basados en la Doctrina Social de la Iglesia.
¿Son rentables? ¡Sí! Tanto o más que los otros existentes en el mercado. Y hay datos que lo demuestran.
La banca ética es un proyecto de inversión que no es ajeno a la rentabilidad económica pero que aporta, además, rentabilidad personal y social. Que nos permite poner nuestros ahorros allí donde está nuestra cabeza y nuestro corazón. Que hace que nuestro dinero trabaje en la misma dirección que nuestras ideas.
¿Cómo buscarlos?
¡Con cuidado!
El hecho de que tu banco te diga que apoya proyectos sociales no lo hace merecedor de ser considerado como banca ética. Porque para que una entidad sea considerada como ética lo tiene que ser en todo su funcionamiento y no sólo en una parte. No basta que dé unos dinerillos en proyectos sociales y que a su vez financie actividades que rechinan en nuestra conciencia.
La banca ética y los fondos de inversión responsable son, hoy por hoy, bastante marginales. Pero están ahí, han llegado para quedarse y vale la pena creer en ellos y apostar por ellos.
Alejandro Córdoba

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