lunes, 15 de mayo de 2017

Papa Francisco y la Familia: Ante el Buen Pastor.



Conocemos todos la imagen del Buen Pastor que lleva sobre sus hombros a la oveja perdida. Desde siempre este icono representa la atención de Jesús hacia los pecadores y la misericordia de Dios que no se resigna a perder a nadie. La parábola es narrada por Jesús para hacer entender que su cercanía con los pecadores no debe escandalizar, sino al contrario provocar en todos una seria reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe.
La narración presenta, de una parte, a los pecadores que se acercan a Jesús para escucharlo y, de otra parte, a los doctores de la ley, los escribas,  que se alejan de Él por su comportamiento. Estos se alejan, porque Jesús se acerca a los pecadores. Estos eran orgullosos, eran soberbios, se creían justos.
Nuestra parábola se desarrolla en relación a tres personajes: el pastor, la oveja perdida y el resto del rebaño. Pero quien actúa es sólo el pastor, no las ovejas. El pastor es el único verdadero protagonista y todo depende de él. Una pregunta introduce la parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?».
Se trata de una paradoja que induce a dudar del actuar del pastor: ¿Es sabio abandonar las noventa y nueve por una sola oveja? Y además, ¿no en la seguridad de un redil, sino en el desierto? Según la tradición bíblica el desierto es el lugar de muerte donde es difícil encontrar alimento y agua, sin protección y a merced de las fieras y de los ladrones. ¿Qué cosa pueden hacer noventa y nueve ovejas indefensas?
La paradoja continua diciendo que el pastor, al encontrar a la oveja, «la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense conmigo». Entonces, ¡parece que el pastor no regresa al desierto a buscar a todo el rebaño! Tendido hacia aquella única oveja parece olvidar las otras noventa y nueve. Pero en realidad no es así. La enseñanza que Jesús quiere darnos es que ninguna oveja puede perderse. El Señor no puede resignarse al hecho que una sola persona pueda perderse.
El actuar de Dios es aquel que va a buscar a los hijos perdidos, para después hacer fiesta y alegrarse con todos porque los ha encontrado. Se trata de un deseo irrefrenable: ni siquiera las noventa y nueve ovejas pueden detener al pastor y tenerlo cerrado en el redil. Él podría razonar: “Pero, hago un balance: tengo noventa y nueve, he perdido una, pero no es tanta la perdida, ¿no?”. Él va a buscar aquella, porque cada una es muy importante para Él y aquella es la más necesitada, la más abandonada, la más descartada; y Él va ahí a buscarla.
Somos todos avisados: la misericordia hacia los pecadores es el estilo con el cual actúa Dios y a esta misericordia Él es absolutamente fiel: nada ni nadie podrá alejarlo de su voluntad de salvación. Dios no conoce nuestra actual cultura del descarte, en Dios esto no cabe. Dios no descarta a ninguna persona; Dios ama a todos, busca a todos… ¡Todos! Uno por uno. Él no conoce esta palabra “descartar a la gente”, porque es todo amor y toda misericordia.
El rebaño del Señor esta siempre en camino: no posee al Señor, no podemos ilusionarnos de aprisionarlo en nuestros esquemas y en nuestras estrategias. El pastor se encontrará allí donde está la oveja perdida. ¡El Señor pues, debe ser buscado allí donde Él quiere encontrarnos, no donde nosotros pretendemos encontrarlo!
Mientras busca a la oveja perdida, Él provoca a las noventa y nueve para que participen en la reunificación del rebaño. Entonces no sólo la oveja llevada en sus hombros, sino todo el rebaño seguirá al pastor hasta su casa para hacer fiesta con los “amigos y vecinos”.
Deberíamos reflexionar muchas veces sobre esta parábola, porque en la comunidad hay siempre alguien que falta y se ha ido, dejando el lugar vacío. A veces esto desanima y nos lleva a creer que sea una perdida inevitable, una enfermedad sin remedio. ¡Y entonces corremos el peligro de encerrarnos dentro de un redil, donde no habrá el olor de las ovejas, sino el hedor de cerrado! Y los cristianos no debemos estar cerrados porque tendremos el hedor de las cosas cerradas. ¡Jamás! Debemos salir y este cerrarse en sí mismos, en las pequeñas comunidades, en la parroquia, ahí, … pero nosotros “los justos” …
Esto sucede cuando falta el impulso misionero que nos lleva a encontrar a los demás. En la visión de Jesús no existen ovejas definitivamente perdidas – esto debemos entenderlo bien – para Dios ninguno está definitivamente perdido. ¡Jamás! Hasta el último momento, Dios nos busca. Piensen en el buen ladrón; pero sólo en la visión de Jesús: que ninguno está definitivamente perdido, sino sólo en ovejas que son encontradas.
La perspectiva por lo tanto es totalmente dinámica, abierta, estimulante y creativa. Nos impulsa a salir en búsqueda, para iniciar un camino de fraternidad. Ninguna distancia puede tener alejado al pastor; y ningún rebaño puede renunciar al hermano. ¡Encontrar a quien se ha perdido es la alegría del pastor y de Dios, pero es también la alegría de todo el rebaño! ¡Somos todos nosotros ovejas encontradas y reunidas por la misericordia del Señor, llamados a congregar junto a Él a toda la grey! Gracias.

                                                                                                          Fernando

No hay comentarios:

Publicar un comentario