Conocemos
todos la imagen del Buen Pastor que
lleva sobre sus hombros a la oveja perdida. Desde siempre este icono representa
la atención de Jesús hacia los pecadores
y la misericordia de Dios que no se resigna a perder a nadie. La parábola es
narrada por Jesús para hacer entender que su cercanía con los pecadores no debe
escandalizar, sino al contrario provocar en todos una seria reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe.
La
narración presenta, de una parte, a los pecadores
que se acercan a Jesús para escucharlo y, de otra parte, a los doctores de la ley, los
escribas, que se alejan de Él por su
comportamiento. Estos se alejan, porque Jesús se acerca a los pecadores. Estos
eran orgullosos, eran soberbios, se creían justos.
Nuestra
parábola se desarrolla en relación a tres
personajes: el pastor, la oveja perdida y el resto del rebaño. Pero quien
actúa es sólo el pastor, no las ovejas. El
pastor es el único verdadero protagonista y todo depende de él. Una pregunta
introduce la parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja
acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido,
hasta encontrarla?».
Se
trata de una paradoja que induce a dudar del actuar del pastor: ¿Es sabio abandonar
las noventa y nueve por una sola oveja? Y además, ¿no en la seguridad de un
redil, sino en el desierto? Según la tradición bíblica el desierto es el lugar de muerte donde es difícil encontrar
alimento y agua, sin protección y a merced de las fieras y de los ladrones.
¿Qué cosa pueden hacer noventa y nueve ovejas indefensas?
La
paradoja continua diciendo que el pastor, al encontrar a la oveja, «la carga
sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y
vecinos, y les dice: Alégrense conmigo». Entonces, ¡parece que el pastor no
regresa al desierto a buscar a todo el rebaño! Tendido hacia aquella única
oveja parece olvidar las otras noventa y nueve. Pero en realidad no es así. La
enseñanza que Jesús quiere darnos es que
ninguna oveja puede perderse. El Señor no puede resignarse al hecho que una
sola persona pueda perderse.
El
actuar de Dios es aquel que va a buscar
a los hijos perdidos, para después hacer fiesta y alegrarse con todos
porque los ha encontrado. Se trata de un deseo irrefrenable: ni siquiera las
noventa y nueve ovejas pueden detener al pastor y tenerlo cerrado en el redil.
Él podría razonar: “Pero, hago un balance: tengo noventa y nueve, he perdido
una, pero no es tanta la perdida, ¿no?”. Él va a buscar aquella, porque cada
una es muy importante para Él y aquella es la más necesitada, la más
abandonada, la más descartada; y Él va ahí a buscarla.
Somos
todos avisados: la misericordia hacia los pecadores es el estilo con el cual
actúa Dios y a esta misericordia Él es
absolutamente fiel: nada ni nadie podrá alejarlo de su voluntad de
salvación. Dios no conoce nuestra actual cultura del descarte, en Dios esto no
cabe. Dios no descarta a ninguna
persona; Dios ama a todos, busca a
todos… ¡Todos! Uno por uno. Él no conoce esta palabra “descartar a la
gente”, porque es todo amor y toda misericordia.
El rebaño del Señor esta siempre en camino:
no posee al Señor, no podemos ilusionarnos de aprisionarlo en nuestros esquemas
y en nuestras estrategias. El pastor se encontrará allí donde está la oveja
perdida. ¡El Señor pues, debe ser
buscado allí donde Él quiere encontrarnos, no donde nosotros pretendemos
encontrarlo!
Mientras
busca a la oveja perdida, Él provoca a las noventa y nueve para que participen en la reunificación del rebaño.
Entonces no sólo la oveja llevada en sus hombros, sino todo el rebaño seguirá
al pastor hasta su casa para hacer fiesta con los “amigos y vecinos”.
Deberíamos
reflexionar muchas veces sobre esta parábola, porque en la comunidad hay
siempre alguien que falta y se ha ido, dejando el lugar vacío. A veces esto
desanima y nos lleva a creer que sea una perdida inevitable, una enfermedad sin
remedio. ¡Y entonces corremos el peligro de encerrarnos dentro de un redil,
donde no habrá el olor de las ovejas, sino el hedor de cerrado! Y los cristianos no debemos estar cerrados porque
tendremos el hedor de las cosas cerradas. ¡Jamás! Debemos salir y este cerrarse
en sí mismos, en las pequeñas comunidades, en la parroquia, ahí, … pero
nosotros “los justos” …
Esto
sucede cuando falta el impulso misionero
que nos lleva a encontrar a los demás. En la visión de Jesús no existen
ovejas definitivamente perdidas – esto debemos entenderlo bien – para Dios
ninguno está definitivamente perdido. ¡Jamás! Hasta el último momento, Dios nos
busca. Piensen en el buen ladrón; pero sólo en la visión de Jesús: que ninguno está definitivamente perdido, sino
sólo en ovejas que son encontradas.
La
perspectiva por lo tanto es totalmente dinámica, abierta, estimulante y
creativa. Nos impulsa a salir en
búsqueda, para iniciar un camino de fraternidad. Ninguna distancia puede
tener alejado al pastor; y ningún rebaño puede renunciar al hermano. ¡Encontrar a quien se ha perdido es la
alegría del pastor y de Dios, pero es también la alegría de todo el rebaño!
¡Somos todos nosotros ovejas encontradas y reunidas por la misericordia del
Señor, llamados a congregar junto a Él a toda la grey! Gracias.
Fernando
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