El gran anuncio de la Resurrección de Jesucristo infunde en los corazones de los creyentes una
íntima alegría y una esperanza
invencible. ¡Cristo verdaderamente ha resucitado!
El Evangelio nos narra la tercera
aparición de Jesús Resucitado a sus discípulos, ocurrida esta vez en el lago de Galilea y que narra la pesca
milagrosa: Esta narración se coloca en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a sus tierras y
a sus labores de pescadores, después de los desconcertantes días de la pasión,
muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había
sucedido”.
Pero, mientras todo parecía haber terminado, es una vez más Jesús que va a ‘buscar’ nuevamente a sus
discípulos. Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra en el lago,
donde ellos habían transcurrido la noche en las barcas sin pescar nada. Las
redes vacías aparecen, en cierto sentido, como el balance de su experiencia con
Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo para seguirlo, llenos de
esperanza… ¿Y ahora? Sí, lo habían visto resucitado, pero después pensaban: ‘Se
ha ido, y nos ha dejado… Ha sido como un sueño esto’.
Sin embargo, ahí, en la aurora, Jesús se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo
reconocen. A esos pescadores, cansados y desilusionados, el Señor les dice:
‘Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán’. Los discípulos confiaron
en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. A este punto
Juan se dirige a Pedro y dice: ‘¡Es el
Señor!’. Y enseguida Pedro se tiró al agua y nadó hacia la orilla, hacia
Jesús.
En aquella exclamación: ‘¡Es el Señor!’, está todo el entusiasmo de la fe pascual – ¡Es el
Señor! – esta fe pascual llena de alegría y maravilla, que contrasta
fuertemente con el desconcierto, el desaliento, el sentido de impotencia que se
habían acumulado en el espíritu de los discípulos. La presencia de Jesús
resucitado trasforma cada cosa: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo
inútil se hace nuevamente fructífero y prometedor, el sentido de cansancio y de
abandono deja el lugar a un nuevo impulso y a la certeza que Él está con nosotros.
Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la
Comunidad del Resucitado. Todos nosotros
somos la Comunidad del Resucitado. Si con una mirada superficial puede
parecer a veces que las tinieblas del mal y la fatiga del vivir cotidiano
tengan la prevalencia, la Iglesia sabe con certeza que a cuantos siguen al Señor Jesús resplandece ahora perenne la luz de la
Pascua, porque el gran anuncio de la Resurrección infunde en los corazones
de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencible.
¡Cristo verdaderamente ha resucitado!,
Os pido llevar el anuncio
de la Resurrección de Jesús a cuantos encontramos, especialmente a quien
sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los
enfermos, a los refugiados, a los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de
la luz de Cristo resucitado, un signo de su misericordiosa potencia.
Finalmente, pido al Señor que renueve también en nosotros la fe
pascual. Nos haga siempre conscientes de nuestra misión al servicio del
Evangelio y de los hermanos; nos llene de su Santo Espíritu para que,
sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia podamos proclamar la grandeza de su amor y la riqueza de su
misericordia.
Fernando
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