El problema sería algo así como el «mal de la
piedra». Uno de esos síntomas que afectan a todo en general y a nada en particular. Se trata de la crisis del tiempo. Cuanto más tiempo pasa, menos tiempo tenemos. El presente es cada vez más
omnipresente, y se come a toda velocidad pasado y futuro. Y así se pierde la posibilidad de vivir el
tiempo como historia. Esto ocurre de dos formas.
Por
una parte, está el ensanchamiento del presente. El presente, el aquí y el
ahora, está constantemente ante nuestros ojos, y vivimos sepultados por una avalancha de información, actividad, acontecimientos, circunstancias cambiantes ... que no nos permiten
frenar. Es talla cantidad de información que nos llega sin cesar que
difícilmente podemos abarcarla (¡cuánto menos procesada o asimilada ... !). Un ejemplar del dominical
del New York Times contiene más información que la que una persona culta
del XIX consumía durante toda su vida". El presente urge, exige, fagocita cualquier memoria para ofrecernos nuevos nombres, nuevas historias, nuevos
proyectos. Ayer es el pasado. Hace una semana, ¿quién lo recuerda? El problema de la pérdida de memoria es que nos hace más manipulables. En cuanto al futuro, el largo plazo se equipara a la eternidad. ¿Dentro de un año? ¡Largo me lo fiáis ... ! No puedo esperar tanto.
Por
otra parte, está el imperativo de lo inmediato. Favorecido por las nuevas tecnologías, que nos permiten estar en contacto instantáneo por diversos medios, no hay forma de sustraerse al instante. Más conexiones, a mayor velocidad, con mayor capacidad para
intercambiar información en flujos enormes. Cierto es que esa capacidad para estar constantemente conectados ha transformado radicalmente -y facilitado- la forma de trabajar y de encontrarse. Pero cierto es también que la línea que separa la liberación de la condena es, en este caso, muy estrecha. «Hoy es Ahora» podría ser un buen eslogan para este tiempo nuestro. La prensa diaria llega tarde si no tiene plataformas en las que contar al instante lo que ocurre. Los dispositivos móviles nos posibilitan -o nos exigen-estar constantemente localizables, disponibles, con la respuesta preparada. ¿Quién no se ha encontrado alguna vez con el reproche de un interlocutor por tardar varias horas en devolver una llamada? La impaciencia es una nueva enfermedad que se agrava a medida que perdemos la costumbre de esperar. N o tenemos tiempo que perder.
Las
víctimas de este ensanchamiento del presente son el pasado y el futuro. El primero, porque parece condenado al olvido
instantáneo. El segundo, porque resulta demasiado intangible como para apostar
por él. El corto plazo manda. El medio plazo incordia. El largo plazo apesta.
Hoy es Ahora
José María Rodríguez Olaizola, sj
Preciosa reflexión, que, no obstante, me dej aintranquilo y me lleva a la siguiente pregunta, ¿a dónde vamos tan deprisa? ¿somos así más felices? hay, hay, hay.... qué líos y qué difícil...exceso de información, exceso de datos, exceso de...
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