Hay personas que ven mal que un católico critique ciertos aspectos de la Iglesia (los aspectos más humanos). Piensan que se deberían callar. Y hay otras que piensan que nos callamos muchas cosas que deberíamos denunciar o criticar, y no lo hacemos. Pero tan mal puede actuar uno hablado lo que debe callar, como callando lo que debe hablar.
Cuando uno ama a la Iglesia, cuando le interesa su buena marcha, su fidelidad al evangelio, no debe callar. Y callarlo puede ser síntoma de cobardía, de desinterés o de indiferencia. Eso no es amar a la Iglesia. Y si alguien se escandaliza, que se pregunte si un exceso de prudencia es muestra de amor o de desamor. La prudencia es una virtud. La excesiva prudencia, puede dejar de serlo.
Pero, por otra parte, la obsesión constante por destacar los defectos de la Iglesia o de sus jerarcas(que los hay), puede ser, igualmente, pernicioso. La Iglesia como divina y humana que es, tiene sus luces y sus sombras. Y es bueno saber reconocer las dos. Sólo hay sombra cuando hay sol; sin sol o sin luz no pueden darse las sombras.
Y en la visión de los objetos, unas veces nos fijamos más en la luz, para ver mejor, y otras veces en las sombras que ese objeto refleja.
Hemos de tratar de ser “prudentes”, y realistas. La fealdad de algo no desparece porque cerremos los ojos; ni la belleza se aprecia si no los abrimos.
Me gusta resaltar las muchas cosas positivas de la Iglesia (que son muchas), pero no ,e duelen prendas en criticar aquello que me arece que no es acertado, o no es de buen recibo (que tampoco faltan).
Así dice la Sagrada Escritura: “En el mucho hablar no falta el pecado; el que refrena sus labios es sabio” (Prov. 10,19). Hablar y callar, sí; pero cada cosa a su tiempo, y sin exceso.
Cuántas veces si se hablase se podrían ir corrigiendo ciertos defectos o actuaciones incorrectas. Ahí está el evangelio hablándonos de la “corrección fraterna” (que tan poco se utiliza, por cobardía).
El saber hablar o callar a tiempo, no es un ejercicio fácil. Es algo que nace de la sabiduría. Por eso tenemos que pedir ese don del Espíritu Santo, que es el “don de la sabiduría”, y que se conjuga tan bien con el sentido común, (por más que se diga que es el menos común de los sentidos).
Se puede (y debe) criticar ciertos aspectos de la Iglesia, con tal que se haga con dolor y con amor. Alabar todas sus actuaciones puede ser “zalamería”, o ceguera.
Félix González
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