El último domingo, cuando asistí a la misa del pueblo de mi mujer, llegó el cura pálido y demacrado. Tras vomitar suspendió la celebración de la eucaristía y me pidió leyera el evangelio y diera la comunión. Estábamos apenas 5 personas.
¿Vale la pena vagar de pueblo en pueblo en el frío e interminable invierno soriano?, me pregunté.
Recordé el libro de Bernanos “Diario de un cura rural” y lo interpreté en clave de pasión. Pasión entre una fe dubitativa y esperanzada. Pasión entre la duda del sin sentido de la obra realizada y el aliento de Teresa de Calcuta, cuando dice: “Lo que realizamos es menos que una gota en el océano. Pero si faltase la gota, el océano carecería de algo”.
Si faltase, en mi pueblo, esa visita apresurada de un cura que tiene que atender a doce pueblos más hay gente a quien le faltaría algo.
Recordé un proverbio indio que dice "Antes de juzgar a una persona camina tres lunas sobre sus zapatos". Sumergido en la piel de ese cura y, conocidas sus circunstancias, pedí perdón por haber juzgado sus debilidades.
San Francisco de Asís decía que es dando como se recibe y es olvidándose como se encuentra. Y rezaba así “Haz, señor, que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar”.
Ese cura rural del que hablo da mucho más de lo que recibe. Da su vida, yendo de pueblo en pueblo a llevar un poco de alimento espiritual a quien lo busca. Ojalá y encuentre la satisfacción de encontrar un sentido pleno a su vida, sabiendo que el que no vive para los demás no sabe vivir.
En la vida hay dos actitudes básicas: la queja y la gratitud. Mi experiencia relatada me lleva no a destruir sino a construir; no a criticar sino a dar gracias. Y puesto que sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no entregarlo, quiero mostrar aquí mi gratitud a la labor callada de Don Alfonso.
Alejandro Córdoba
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