El buen profesional y profesional bueno no es un ingenuo ni un tonto. Es un hombre/mujer que tiene los pies en la tierra y los tiene asentados con dignidad.
Sabe que las circunstancias son difíciles y los obstáculos numerosos. Pero no anda siempre a la defensiva, desconfiando de todo y de todos.
No necesita airear sus fortalezas ni venderse, porque sus hechos hablan por sí solos. Persigue los objetivos. Se implica para alcanzarlos. Y se preocupa y ocupa de no dejar víctimas en el camino.
Practica la humildad sincera, seguro de lo que hace y de cómo lo hace. Y esa humildad le ennoblece y le resalta aun más.
Ruega a Dios como Ghandi: “Si me das fortuna, no me quites la razón. Si me das éxito, no me quites la humildad. Si me das humildad, no me quites la dignidad”.
En el Frankenstein de Mary Shelley los hombres son felices cuando encuentran otras gentes con quienes compartir la vida y perseguir metas que merezcan la pena. E infelices cuando, aun teniendo todas las perfecciones imaginables, se quedan solos y aislados de todos los demás.
El buen profesional y profesional bueno sabe hacer camino con otros. Con caminantes que no son compañeros de viaje circunstanciales sino personas con las que teje una relación de confianza recíproca.
El buen profesional y profesional bueno se siente satisfecho de lo que hace; tiene el regusto que dejan las cosas bien hechas; duerme con la conciencia tranquila y encuentra sentido a su vida y a cómo la vive.
Alejandro Córdoba
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