viernes, 14 de febrero de 2014

Precio y valor

¿Qué soy yo? ¿Qué valgo yo? ¿Qué quiero ser?
Hay realidades presentadas en elegantes envoltorios pero con pobres contenidos en su interior. Con un alto precio pero con un escaso valor. Y, como decía Machado, “es de necios confundir precio y valor”.
Esa confusión se produce, también, con las personas. Con apariencia asombrosa, rostro perfecto, cuerpo ágil y hasta seductores hablando. Pero con el alma encogida. Gente cuya parte más preciosa es el marco, porque su contenido tiene poca sustancia y es, cuando menos, decepcionante.
Esa realidad, desdibujada por la apariencia, no es un asunto exclusivo de la sociedad actual. Ya en el siglo XVII Baltasar Gracian se refirió a “individuos que son solo fachada, como casas sin terminar por falta de dineros. Tienen la entrada de gran palacio, pero las estancias restantes son como raquíticas cabañas”.
No es mi intención juzgar a nadie. Menos, aun, en el día de mi cumpleaños. Simplemente busco el despertador que rompa mi noche y dé paso a la luz. Que inquiete mi conciencia; que me permita identificar lo extraordinario entre las cosas ordinarias; que me haga un lifting no de mi apariencia externa sino de la interna; que me ayude a conocer y madurar lo que vale de verdad; que dé sentido a mi vida.
Al cumplir 59 años quiero regalarme el convencimiento de que una persona no se hace vieja cuando ha vivido muchos años sino cuando se le acaban las alegrías y renuncia a las esperanzas.
Sabedor de que los años arrugan la piel pero que es la renuncia de los ideales lo que arruga el alma quiero seguir buscando y soñando.
En mis deseos suscribo unas sabias palabras de Thomas De Kempis “No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen; lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más”.
Alejandro Córdoba

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