viernes, 8 de mayo de 2015

Virtudes Saludables: La virtud de la justicia


Estamos tan acostumbrados a emplear la palabra justicia para referirnos a un poder del estado: el poder judicial, y tan meneados y ventilados son sus problemas que hemos olvidado que la justicia es esencialmente una virtud ¡Y qué virtud!

La justicia forma parte de las primeras virtudes comunitarias, la vida en comunidad desde los orígenes de la especie humana ha requerido de la práctica de la justicia para que cada uno reciba lo que le corresponde, y las comunidades más progresistas no fueron tanto las más poderosas cuanto las más justas, y de hecho numerosos pueblos conquistadores terminando adoptando el sistema social de los conquistados, que siendo más débiles muchas veces eran más cultivados y prósperos.

Pero esa es la justicia desde el punto de vista social, de la cual hay una enorme cantidad de tratados. De la justicia y las leyes sólo quiero destacar dos puntos: en primer lugar que la ley se define como “el mínimo de moral exigible”, por lo tanto estamos obligados a cumplirlas o cambiarlas, pero en gran medidala desintegración social que estamos viviendo se debe a que los ciudadanos ignoran las leyes o las interpretan a su manera. Y el segundo aspecto que quiero destacar es un estado de derecho no es tanto un estado donde el poder aplica las leyes como un estado donde el poder se somete a las leyes. Pero de este punto no vamos a hablar más.

¿Dónde aprendemos a ser justos?

Volvamos al origen de la virtud de la justicia, dónde aprendemos a ser justos. En primer lugar en la familia, y este es un punto que me preocupa, porque el primer educador en la justicia era un hermano. Las familias eran numerosas, los conflictos frecuentes y las “injusticias” cotidianas, de tal manera que por efecto o por defecto, con violencia o sin ella un hermano nos hacía padecer una injusticia o reparaba un daño; pero cuando el problema era mayor nuestros padres obraban con justicia y restauraban la paz y el orden. Esta familia doméstica era el núcleo social más pequeño. De hecho envidiábamos la situación de los hijos únicos tanto como ellos envidiaban que nosotros pudiéramos tener hermanos. Ahora bien la sociedad se dirige a una familia sin hermanos, los hermanos son una especie en extinción en el mundo desarrollado, cuándo todos seamos hijos únicos ¿Quién nos enseñará a ser justos?

El segundo ámbito en el que aprendíamos la justicia era el colegio, a veces la aprendíamos en el aula con los maestros y profesores, pero siempre la aprendíamos en el patio. El patio del colegio era un lugar formidable para restaurar honras heridas, confrontar intelectualmente y sobre todo físicamente, y a veces el orgullo intelectual de una fina ironía se perdía junto con un incisivo cuando el grandote no entendía la broma y te zampaba un derechazo, que te hacía entender rápidamente que el otro tenía no sólo derecho a ser respetado sino una respetable derecha. Claro eran colegios de varones o de niñas, cada uno con su propio código, había muy pocos colegios privados y muchos y muy buenos públicos, por lo que en ambos se juntaban e interactuaban jóvenes de muy distintos orígenes sociales o posiciones económicas. Hoy la mayoría de los colegios son mixtos y en general quienes concurren pertenecen al mismo barrio, grupo social y posición económica. ¿Cómo aprenderemos justicia de nuestros compañeros si todos tenemos la misma visión de un problema? ¿Cómo lograremos que no se tengan miedo los unos de los otros si ni siquiera se conocen? ¿Cómo lograremos que se entiendan si ni siquiera se escuchan?

El tercer lugar en el que aprendemos la justicia es en la vida, es decir en la calle, en la experiencia. Y muchas veces creemos que la vida es injusta cuando nos va mal, porque nadie se queja de la injusticia de que le vaya bien, sin embargo nada enseña mas que el dolor, la debilidad, la pérdida o la enfermedad.

Cuando todo marcha bien, cuando estamos sanos o somos poderosos nos creemos dios, y así nos endiosamos, nos hacemos ídolos y nos separamos del resto de los mortales. Cuando nos viene la mala, cuando la mala suerte toca a la puerta, cuando los dados no se dan o cuando la enfermedad vuelve débil al más guapo, ahí aprendemos otra vez a ser justos.

Porque cuando estamos débiles, enfermos o temerosos, nos damos cuenta que todos somos iguales y nos necesitamos los unos a los otros.

Que todos navegamos en el mismo barco, algunos creen que por estar en primera clase están a salvo y se olvidan que el barco podrá ser muy confortable pero a todos nos rodea el mar, cuando el barco se hunde no importa en que clase estás viajando te caes al agua, y cuando alguien te rescata no importa en que clase haya estado viajando, siempre es una mano humana la que te saca del agua.

Por eso la manifestación más clara de justicia que te enseña la vida es la de respeto, tolerancia y solidaridad. Respeto por cada uno y todos los seres que te rodean, tolerancia por todas las diferencias menos las que pueden dañar a inocentes, y solidaridad especialmente con los más débiles.

Los médicos tenemos la oportunidad de ver mucha gente antes de morir, y yo personalmente he acompañado a muchos pacientes hasta la muerte; en ese momento nadie se queja del dinero que no obtuvo, la casa que no construyó o el viaje que no realizó, pero todos se arrepienten de no haber sido lo suficientemente justos, especialmente de no haberle dado a su familia todo el tiempo necesario, de no haber disfrutado del amor con la intensidad suficiente y de no haber sido más felices por que agobiados por problemas futuros ignoraron y dejaron escapar momentos de felicidad presentes.

La vida te enseña que pocas veces tienes una segunda oportunidad, pero siempre tienes la oportunidad de ser más justo con los que te rodean y hacerlos más felices. No seas injusto no desaproveches las oportunidades que hoy te brinda la vida para ser más feliz.

Dr. Ernesto Gil Deza

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