sábado, 17 de octubre de 2015

Diez realizaciones que se derivan de "Laudato si"

Laudato si’ no tiene parangón en muchos sentidos. En el pensamiento social de la Iglesia, es la primera encíclica papal que trata los temas de medio ambiente y el cambio climático a la luz de la fe. Ninguna otra encíclica papal ha recibido tanta atención antes y después de su lanzamiento como ésta. Podría decirse que esta es una de las encíclicas más influyentes que podrían tener impacto duradero en nuestra fe, el desarrollo humano y el medio ambiente. En lugar de hacer un comentario sobre la encíclica, he adjudicado diez realizaciones a título personal después de leer la encíclica.

En primer lugar, la belleza de la creación de Dios no tiene precio. Debemos aceptar humildemente el mal que hemos hecho a la creación de Dios debido a nuestras tendencias consumistas y preferencia por las ganancias a corto plazo sobre los dividendos a largo plazo. Este es un buen punto de partida para nuestra determinación de trabajar vigorosamente para el cuidado de nuestra “herencia compartida.”

En segundo lugar, tenemos que proteger y promover nuestra interconexión. La tierra no es una realidad externa que simplemente explotamos y dominamos para nuestro propio uso. Lo que es bueno para la tierra es también bueno para la humanidad.

En tercer lugar, el bien común es nuestra casa común, es decir, el planeta tierra. Todos pertenecemos a un mismo hábitat. La promoción del bien común significa examinar y minimizar nuestro sentido de derecho. Existen limitaciones ambientales graves de un enfoque para los recursos de la tierra basado en los derechos.

En cuarto lugar, la mentalidad de usar y tirar necesita ser transformada por una cultura de cuidado del medio ambiente. Tenemos que transmitir a las generaciones futuras un mundo habitable y sostenible. A partir de un sentido de “propiedad” se nos invita a adoptar una actitud de “buena gestión” en la forma de relacionarnos con la creación.

En quinto lugar, el grito de los pobres y el grito de la tierra están estrechamente entrelazados. Los pobres, por ser los más vulnerables, sufren la mayor parte de la degradación ambiental y el cambio climático. “Un profundo sentido de comunión con el resto de la naturaleza no puede ser real si nuestros corazones carecen de ternura, compasión y preocupación por los demás seres humanos” (# 91). La cuestión de la justicia es de suma importancia en la forma en que cuidamos de los pobres y de la tierra. La demanda de justicia no sólo es aplicable entre los que más tienen y los que tienen menos acceso a los recursos naturales. También mantiene su aplicación entre las generaciones presentes y futuras.

En sexto lugar, aunque ha habido buenas iniciativas y programas para mitigar el impacto de las catástrofes ambientales, queda mucho por hacer en las relaciones globales, esferas nacionales y locales, las familias y las interacciones individuales para hacer una diferencia real. La colaboración, el diálogo y la búsqueda del bien común son cruciales para hacer frente a nuestros desafíos ecológicos y medioambientales.

En séptimo lugar, una espiritualidad de la creación puede ser una fuerza impulsora y la motivación para proteger nuestro hogar común. “El amor de Dios es la fuerza motriz fundamental en todas las cosas creadas” (# 77). La negación de Dios como el creador del universo refuerza la idea de la autonomía y la supremacía de la humanidad con una licencia para explotar la creación a voluntad.

En octavo lugar, un nuevo estilo de vida y la espiritualidad deben perseguirse a través de la educación ecológicasucediendo en diversos entornos. La familia parece ser un lugar privilegiado para la educación ecológica. Al final, la formación de una ciudadanía global que privilegia la sensibilidad ecológica y la defensa puede echar raíces en la vida de los habitantes de la tierra.

Noveno, es importante revisar los excesos de paradigmas tecnocráticos dominantes y el antropocentrismo moderno que han causado la explotación de la naturaleza y de la creación de Dios. Si bien la tecnología ha dado lugar a un cierto desarrollo genuino de los pueblos, tenemos que revisar continuamente su impacto en la ecología y el desarrollo humano.

En décimo lugar, dado el debilitamiento de la autoridad de los Estados nacionales y la prevalencia de los sectores económicos y financieros transnacionales sobre la política, la creación de una verdadera Autoridad política mundial parece el camino a seguir para gobernar con eficacia los “bienes comunes globales” (#s 174-175). Tenemos suficientes arreglos internacionales, nacionales y locales en materia de cambio climático y la protección del medio ambiente, pero el reto parece ser el mecanismo y la voluntad política para traducir hermosas ideas en realidades concretas.


(Artículo tomado de EcoJesuit )

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