«Y les respondió Jesús: “¿No han leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo hombre y mujer, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?… Pues bien, lo que Dios unió que no lo separe el hombre.» Mt 19, 4-6 El matrimonio es el comienzo de la vida familiar. Y es algo tan grande y tan sagrado, que Dios le dio una característica fundamental: la indisolubilidad. Significa que nada en este mundo, fuera de la muerte, disuelve esta unión. Porque en él lo que uno espera, es que la otra persona lo entregue todo, sin condiciones, en las buenas y en las malas. Y es también lo que cada uno anhela, entregar la vida entera para siempre. Algo menos que esto, no llena el corazón y no es matrimonio. ¿Alguien se imaginaría una unión matrimonial con condiciones o sólo por un tiempo, con fecha de expiración?
Pero al ser el matrimonio algo tan importante y sagrado, también tiene unos requisitos fundamentales que deben ser cumplidos, como todo en la vida. Como por ejemplo: que los novios hayan actuado libremente, sin ser obligados o presionados; que sepan a qué se comprometían con este Sacramento; que tengan las capacidades para asumir las obligaciones esenciales de éste; etc. Si faltó alguno de estos, la unión ha sido inválida, es decir, el matrimonio nunca llegó a surtir efecto en los contrayentes, aunque la ceremonia se haya celebrado. Internamente faltó algo fundamental.
Por eso hace poco el Papa Francisco emitió un documento en el que quiere hacer más accesible la declaración de nulidad, a las personas que consideren que tuvieron un matrimonio inválido. Los requisitos y las causas de nulidad siguen siendo las mismas, eso no ha cambiado, pero el Papa quiere agilizar el proceso y hacerlo más accesible a todas las personas que en justicia les corresponda. Por tanto esto no significa ni aprobar el divorcio en la Iglesia, ni anular matrimonios que hayan sido válidos. Sino agilizar el proceso para declarar nulos los que hayan sido inválidamente celebrados.
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