lunes, 26 de octubre de 2015

Papa Francisco y la Familia: Ante la vida


En nuestros días, con motivo de los progresos científicos y técnicos, las posibilidades de curación física han aumentado notablemente; y, sin embargo, en algunos aspectos parece disminuir la capacidad de «hacerse cargo» de la persona, sobre todo cuando sufre, es frágil e indefensa.  
La atención a la vida humana, sobre todo cuando se encuentra en especiales dificultades, es decir, la del enfermo, el anciano, el niño, implica profundamente a la Iglesia y su misión. Por ello, la Iglesia se siente llamada a participar en el debate que tiene por objeto la vida humana, presentando la propia propuesta fundada en el Evangelio. Desde muchos aspectos, la llamada calidad de vida está vinculada preferentemente a las posibilidades económicas, al «bienestar», a la belleza y al deleite de la vida física, olvidando otras dimensiones más profundas de la existencia como son las relacionales, espirituales y religiosas.

A la luz de la fe y de la recta razón, la vida humana es siempre sagrada y siempre «de calidad». No existe una vida humana más sagrada que otra: toda vida humana es siempre sagrada, válida e inviolable, y como tal se debe amar, defender y atender. Como tampoco existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra, por disponer de mayores medios, derechos y oportunidades económicas y sociales.

Hoy, el pensamiento dominante propone a veces una «falsa compasión»: por ejemplo: dicen que es una ayuda para la mujer es favorecer el aborto, o bien, que un acto de dignidad es facilitar la eutanasia, lo mismo que, una conquista científica es «producir» un hijo considerado como un derecho en lugar de acogerlo como don; se llega  hasta usar vidas humanas como conejillos de laboratorio para salvar posiblemente a otras...

La compasión evangélica, en cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad, es decir, la del buen samaritano, que «ve», «tiene compasión», se acerca y ofrece ayuda concreta (p.e. Lc 10, 33), y, tiene especial atención hacia los ancianos, los enfermos y los discapacitados.  

Por eso nos alienta a todos a ser «buenos samaritanos», teniendo especial atención hacia los ancianos, los enfermos y los discapacitados. La fidelidad al Evangelio de la vida y al respeto de la misma como don de Dios, a veces requiere opciones valientes y a contracorriente que, en circunstancias especiales, pueden llegar a la objeción de conciencia, por ejemplo, para los médicos.

Y a muchas consecuencias sociales que tal fidelidad comporta: Tener hijos en lugar de acogerlos como don… el jugar con la vida es un pecado contra el Creador. Cuando muchas veces en mi vida de sacerdote escuché objeciones: «Pero, dime, ¿por qué la Iglesia se opone al aborto, por ejemplo? ¿Es un problema religioso?» —«No, no. No es un problema religioso». —«¿Es un problema filosófico?» —«No, no es un problema filosófico». Es un problema científico, porque allí hay una vida humana y no es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema. «Pero no, el pensamiento moderno...» —«Pero, oye, en el pensamiento antiguo y en el pensamiento moderno, la palabra matar significa lo mismo». Lo mismo vale para la eutanasia: todos sabemos que con muchos ancianos, en esta cultura del descarte, se realiza esta eutanasia oculta.  De hecho, parece que el hombre dice a Dios: «No, el final de la vida lo decido yo, como yo quiero…

Tened amor a la vida, sirvámosla en su dignidad, sacralidad e inviolabilidad.

 Os pido, por favor, que recéis por mí, y de corazón os bendigo. Gracias.

Fernando

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