lunes, 12 de diciembre de 2016

Año de la Misericordia: Papa Francisco y un encuentro con jóvenes


Me da una gran alegría poder encontrarme con ustedes, en este clima de fiesta. Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y amor a Jesús.  Ustedes han compartido el tesoro más grande que tienen, sus historias, sus vidas y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.
Me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes han compartido:
-Manuel, vos nos decías algo así: «Hoy me sobran ganas de servir a otros, tengo ganas de superarme». Pasaste momentos muy difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy tienes muchas ganas de servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.
-Liz, no es nada fácil ser madre de los propios padres y más cuando uno es joven, pero qué sabiduría y maduración guardan tus palabras cuando nos decías: «Hoy juego con ella, le cambio los pañales, … todas las cosas que los hago se las entrego a Dios, y, apenas estoy compensando todo lo que mi madre hizo por mí».
Ustedes jóvenes, sí que son valientes. También compartieron cómo hicieron para salir adelante. ¿Dónde encontraron fuerzas?. Los dos dijeron: «En la parroquia». En los amigos de la parroquia y en los retiros espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y los retiros espirituales.
Los amigos: La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven puede tener y puede ofrecer. Es verdad. ¡Qué difícil es vivir sin amigos!. Fíjense si será de las cosas más hermosas que Jesús dice: «yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre» (Jn 15,5).
            Uno de los secretos más grande del cristiano radica en ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien, está a su lado, lo cuida, lo ayuda, le dice lo que piensa sí, y no lo deja tirado. Así es Jesús con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos aguantan, se acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros: nos aguanta, nos acompaña, nos protege.
Los retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos banderas. Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera de Cristo. Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, ¿en cuál nos gustaría jugar?.
            Con esta meditación, nos hace imaginar, cómo sería pertenecer a uno u a otro equipo. Sería como preguntarnos, ¿con quién queréis jugar en la vida? Y dice San Ignacio que el demonio, para reclutar jugadores, promete, a aquellos que jueguen con él, riqueza, honores, gloria, poder. Serán famosos, todos los endiosarán.
Por otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús no nos presenta una vida de estrellas, de famosos; por el contrario, nos dice que jugar con él es una invitación a la humildad, al amor, al servicio a los demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.
En la Biblia, al demonio se le llama el padre de la mentira. Aquel que prometía, o mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas cosas serías feliz. Y después te dabas cuenta que no eras, para nada, feliz: que estuviste detrás de algo que lejos de darte la felicidad, te hizo sentir más vacío, más triste. Amigos: el diablo es un «vende humo». Te promete, te promete, pero no te da nada, nunca va a cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear cosas que no dependen de él, y te hace depositar la esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada. Es un gran «vende humo» porque todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas.
Por el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su jugada. No nos vende humo, no nos promete aparentemente grandes cosas. No nos dice que la felicidad estará en la riqueza, el poder, orgullo. Por el contrario, nos muestra que el camino es otro. Dice a sus seguidores: Bienaventurados, felices los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por todo esto (cf. Mt 5,1-12). ¿Por qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un camino que es vida, que es verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su estilo, su manera de vivir la vida, la amistad, la relación con su Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos hijos. Hijos amados. Él sabe que la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en poner el hombro, dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír, y, por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no condenar ni juzgar a nadie, en perdonar. Y además, Dios es misericordia, es perdón.
Todos en algún momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es como recobrar la vida, es tener una nueva oportunidad. Por eso, felices aquellos que son portadores de nueva vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan para ello, los que luchan para ello. Errores tenemos todos, equivocaciones, miles. Por eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error, en sus equivocaciones: estos sí que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie. Ellos son quienes nos muestran que el camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible, real, que llena el corazón: son los limpios de corazón, los que superan las dificultades.
Felices los que ven especialmente lo bueno de los demás. Ellos son nuestros amigos y modelos: son esos jugadores indispensables que uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son el ejemplo de que Jesús no es un «vende humo», su propuesta es de plenitud, es una propuesta de amistad, de amistad verdadera, de esa amistad que todos necesitamos. Amigos al estilo de Jesús, no para quedarnos entre nosotros, sino para salir a la «cancha», e ir a hacer más amigos. Para contagiar la amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el estudio, en la previa, por WhatsApp, en Facebook o Twitter… cuando salgan a bailar, en la plaza o jugando un partidito en la cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de Jesús. No vendiendo humo, sino haciendo el aguante. El aguante de saber que somos felices al hacer el bien, y, porque tenemos un Padre, que nos perdona, que nos ama.                                                                                                                  Fernando


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