lunes, 26 de diciembre de 2016

Papa Francisco y la Misericordia en el Diálogo



        
 Dialogar es escuchar lo que me dice el otro, y decir con docilidad lo que yo pienso.

En el pasaje del Evangelio de Juan del encuentro de Jesús con la samaritana, lo que impresiona es el diálogo muy in­tenso entre la mujer y Jesús. Un aspecto muy importante de la misericordia, que es precisamente el diálogo, que se nos revela como un acto fundamental para encontrar la misericordia divi­na
El diálogo permite a las personas conocerse y comprender las exigen­cias los unos de los otros. Sobre to­do, es una señal de gran respeto, porque pone a las personas en acti­tud de escucha y en la condición de acoger los mejores aspectos del in­terlocutor. En segundo lugar, el diá­logo es expresión de caridad, por­que, aun no ignorando las diferen­cias, puede ayudar a buscar y a com­partir el bien común. Además, el diálogo invita a ponernos ante el otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser re­conocido.
Muchas veces no encontramos a los hermanos, a pesar de vivir a su lado, sobre todo cuando hacemos prevalecer nuestra posición frente a la del otro. No dialogamos cuando no escuchamos suficientemente o tendemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón; pues ¿cuántas veces esta­mos escuchando a una persona, la paramos y decimos: “¡No! ¡No! ¡No es así!” y no dejamos que la persona termine de explicar lo que quiere de­cir?. Y esto impide el diálogo: esta es una agresión. El verdadero diálo­go, en cambio, necesita momentos de silencio, en los cuales acoger el don extraordinario de la presencia de Dios en el hermano.
            Dialogar ayuda a las personas a humanizar las relacio­nes y a superar las in­comprensiones. ¡Hay tanta necesidad de diálogo en nuestras fa­milias, y cómo se re­solverían más fácil­mente las cuestiones si aprendiéramos a escu­charnos mutuamente! ¡Qué bien iría la relación entre marido y mujer, y entre padres e hijos. Cuánta ayuda puede llegar también del diálogo entre los profe­sores y sus alumnos; o entre directi­vos y obreros, para descubrir las exi­gencias mejores del trabajo.
De diálogo también vive la Iglesia con los hombres y las mujeres de to­dos los tiempos, para comprender las necesidades que alberga el cora­zón de cada persona y para contri­buir a la realización del bien común, con una palabra de esperanza. En este diálogo constante, la Iglesia descu­bre la verdad profunda de su misión en medio del mundo y contribuye a la construcción de la paz.
Pensemos en el gran don de la crea­ción y en la responsabilidad que to­dos tenemos de salvaguardar nuestra casa común: el diálogo sobre este te­ma tan central es una exigencia ine­ludible. Pensemos en el diálogo en­tre las religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio de los hombres, y para contri­buir a la construcción de la paz y de una red de respeto y fraternidad (cf Ene. Laudato si’, 201).
Todas las formas de diálogo son expresiones de la gran exigencia de amor de Dios, que sale al encuentro de todos, pues, en cada uno, pone una semilla de su bondad, pa­ra que pueda colaborar en su obra creadora. El diálogo derriba los mu­ros de las divisiones y de las incom­prensiones; crea puentes de comuni­cación y no permite que nadie se aisle, encerrándose en su pequeño mundo. No os olvidéis: dialogar es escuchar lo que me dice el otro y de­cir con docilidad lo que pienso yo.
            Si las cosas van así, la familia, el ba­rrio, el puesto de trabajo serán mejo­res. Pero si yo no dejo que el otro diga todo lo que tiene en el corazón y empiezo a gritar —hoy se grita mu­cho— no llegará a buen fin esta rela­ción entre nosotros; no llegará a buen fin la relación entre marido y mujer, entre padres e hijos. Escu­char, explicar, con docilidad, no chi­llar al otro, no gritar al otro, sino te­ner un corazón abierto.
Jesús conocía bien lo que había en el corazón de la samaritana, una gran pecadora; no obstante lo cual, no le negó que se pudiera explicar, dejó que hablara hasta el final, y en­tró poco a poco en el misterio de su vida. Esta enseñanza vale también para nosotros. A través del diálogo podemos hacer crecer las señales de a misericordia de Dios y convertir­las en un instrumento de aceptación y respeto.
El diálogo permite conocer, enten­der y acoger las exigencias de cada persona; es expresión de caridad pa­ra buscar el bien común; nos coloca delante del otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y ayuda a humanizar nuestras relacio­nes y a superar los desacuerdos; nos da la ocasión para escucharnos recí­procamente y resolver los inconve­nientes que se presentan, y, crear puentes de comunicación para ser signos de la misericordia de Dios. Muchas gracias.

                                                                                              Fernando

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