La vida es, con frecuencia, una fuente inagotable de aprendizaje. Más aun en momentos de crisis, porque nos impulsan a analizar lo ocurrido y a interpretar las causas que han conducido a ellas.
En torno a lo ocurrido en el panorama político español, en las últimas elecciones municipales y autonómicas, también hay lecciones importantes a aprender.
La política española estaba muy desprestigiada. Los partidos políticos tradicionales se lo habían ganado a pulso, porque la corrupción estaba entre las grandes preocupaciones de los españoles. Los ciudadanos pedían un cambio que ni PP ni PSOE querían ver. En consecuencia, muchos votantes les han castigado, porque no estaban dispuestos a votar tapándose la nariz ni comulgar con ruedas de molino.
Surge un momento nuevo en el que los viejos partidos tendrán que hacer una renovación profunda para ganarse la confianza ciudadana. Y los nuevos responder a la ilusión que han generado sin incurrir en los errores que llevaron al desprestigio de la política.
¿Cual deberá ser el eje central de la nueva forma de hacer política?
Tanto el gobierno central como los autonómicos y los ayuntamientos se habían caracterizado por una notoria falta de transparencia.
La falta de transparencia ofende a quienes tienen derecho a conocer cómo se gestionan las instituciones. Más aún si esas instituciones son públicas, porque sus gestores están obligados a velar por el bien común. Y como la verdad termina por conocerse su manipulación u ocultación genera un importante deterioro de la confianza ciudadana en sus representantes.
Transparencia significa “dejar pasar la luz”. Es, pues, lo contrario a opaco y oculto.
La transparencia es todo un principio ético fundamentado en la virtud de la veracidad. Y es una de las claves fundamentales para generar confianza y una buena convivencia.
Así pues, una de las lecciones que podemos y debemos aprender de lo ocurrido es la importancia de la transparencia. Reconocer que, aunque no siempre sea bien valorada, la transparencia es un gran valor.
Los partidos que asuman la responsabilidad de gestionar las instituciones deben ser transparentes, mirar por el bien común y asumir que las instituciones deben ser gobernadas pero no poseídas por quien manda.
¿Cómo hacerlo?
Con sensibilidad sociopolítica, educación y una sociedad civil madura, responsable y exigente. Y con leyes que actúen eficazmente ante aquellos que con tal de satisfacer sus intereses mezquinos, se burlan de la ética y destrozan el bien común.
Alejandro Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario