Que los cristianos cierren las puertas a los celos, envidias y
habladurías que dividen y destruyen nuestras comunidades.
Los celos actúan en nuestros
corazones y son una mala inquietud, que no tolera que un hermano o una hermana
tengan algo que yo no tengo. En vez de alabar a Dios, quien se deja llevar por
los celos, prefiere encerrarse en sí mismo, amargarse, cocinar sus sentimientos
en el caldo de la amargura.
Los celos llevan a matar. La envidia
lleva a matar. Justamente fue esta puerta, la puerta de la envidia, por la cual
el diablo entró en el mundo. La Biblia dice: ‘Por la envidia del diablo, entró
el mal en el mundo’. Los celos y la envidia abren las puertas a todas las cosas
malas.
También dividen a la comunidad.
Cuando algunos de los miembros de una comunidad cristiana sufren de envidia, de
celos, la comunidad cristiana termina dividida: uno contra el otro. Este es un
veneno fuerte. Es un veneno que encontramos en la primera página de la Biblia
con Caín.
En el corazón de una persona,
golpeada por los celos y por la envidia, ocurren dos cosas clarísimas:
La
primera cosa es la amargura: La persona envidiosa, la persona celosa es
una persona amargada: no sabe cantar, no sabe alabar, no sabe qué cosa sea la
alegría, siempre mira ‘qué cosa tiene aquel y que yo no tengo’. Y esto lo lleva
a la amargura, a una amargura que se difunde sobre toda la comunidad. Son, éstos,
sembradores de amargura.
La
segunda actitud, que lleva a los celos y a la envidia, son las habladurías.
Porque éste no tolera que aquél tenga algo, la solución es abajar al otro, para
que yo esté un poco más alto. Y el instrumento son las habladurías. Busca
siempre y tras un chisme verás que están los celos, está la envidia. Y las
habladurías dividen a la comunidad, destruyen a la comunidad. Son las armas del
diablo.
Cuántas hermosas comunidades
cristianas van bien, pero luego en uno de sus miembros entra el gusano de los
celos y de la envidia y, con esto, la tristeza, el resentimiento de los
corazones y las habladurías.
Una persona que está bajo la
influencia de la envidia y de los celos mata, como dice el apóstol Juan: “Quien
odia a su hermano es un homicida”. Y “el envidioso, el celoso, comienza a odiar
al hermano”.
Recemos por nuestras comunidades cristianas, para que
esta semilla de los celos no sea sembrada entre nosotros, para que la envidia
no encuentre lugar en nuestro corazón, en el corazón de nuestras comunidades, y
así podremos ir adelante con la alabanza del Señor, alabando al Señor, con la
alegría.
Es una gracia grande, la gracia de no
caer en la tristeza, del estar resentidos, en los celos y en la envidia.
Recen por mí. Gracias.
Fernando
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