lunes, 25 de enero de 2016

El Papa Francisco y la Familia: Ante los celos, envidias y habladurías

Que los cristianos cierren las puertas a los celos, envidias y habladurías que dividen y destruyen nuestras comunidades.

Los celos actúan en nuestros corazones y son una mala inquietud, que no tolera que un hermano o una hermana tengan algo que yo no tengo. En vez de alabar a Dios, quien se deja llevar por los celos, prefiere encerrarse en sí mismo, amargarse, cocinar sus sentimientos en el caldo de la amargura.

Los celos llevan a matar. La envidia lleva a matar. Justamente fue esta puerta, la puerta de la envidia, por la cual el diablo entró en el mundo. La Biblia dice: ‘Por la envidia del diablo, entró el mal en el mundo’. Los celos y la envidia abren las puertas a todas las cosas malas.

También dividen a la comunidad. Cuando algunos de los miembros de una comunidad cristiana sufren de envidia, de celos, la comunidad cristiana termina dividida: uno contra el otro. Este es un veneno fuerte. Es un veneno que encontramos en la primera página de la Biblia con Caín.

En el corazón de una persona, golpeada por los celos y por la envidia,  ocurren dos cosas clarísimas:
La primera cosa es la amargura: La persona envidiosa, la persona celosa es una persona amargada: no sabe cantar, no sabe alabar, no sabe qué cosa sea la alegría, siempre mira ‘qué cosa tiene aquel y que yo no tengo’. Y esto lo lleva a la amargura, a una amargura que se difunde sobre toda la comunidad. Son, éstos, sembradores de amargura.

La segunda actitud, que lleva a los celos y a la envidia, son las habladurías. Porque éste no tolera que aquél tenga algo, la solución es abajar al otro, para que yo esté un poco más alto. Y el instrumento son las habladurías. Busca siempre y tras un chisme verás que están los celos, está la envidia. Y las habladurías dividen a la comunidad, destruyen a la comunidad. Son las armas del diablo.

Cuántas hermosas comunidades cristianas van bien, pero luego en uno de sus miembros entra el gusano de los celos y de la envidia y, con esto, la tristeza, el resentimiento de los corazones y las habladurías.

Una persona que está bajo la influencia de la envidia y de los celos mata, como dice el apóstol Juan: “Quien odia a su hermano es un homicida”. Y “el envidioso, el celoso, comienza a odiar al hermano”.

Recemos  por nuestras comunidades cristianas, para que esta semilla de los celos no sea sembrada entre nosotros, para que la envidia no encuentre lugar en nuestro corazón, en el corazón de nuestras comunidades, y así podremos ir adelante con la alabanza del Señor, alabando al Señor, con la alegría.

Es una gracia grande, la gracia de no caer en la tristeza, del estar resentidos, en los celos y en la envidia.

Recen por mí. Gracias.

                                                                       Fernando

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