Ante la
contemplación gozosa del misterio del Hijo de Dios nacido para nosotros,
podemos sacar dos consideraciones:
La primera es que si en Navidad, Dios
se revela, no como alguien que está en lo alto y domina el universo, sino como
el que se abaja, …¡Dios se abaja!...
desciende a la tierra, pequeño y pobre, significa que, para ser como Él, no debemos ponernos por
encima de los otros, sino más bien abajarnos, ponernos al servicio, hacernos
pequeños con los pequeños y pobres con los pobres.
Por eso, es
algo feo cuando se ve a un cristiano que no quiere abajarse, que no quiere
servir. Un cristiano que se pavonea por todos lados, ¿es feo eso, no?... ¡Ese
no es un cristiano! …¡Ese es un pagano!... ¡El cristiano sirve, se abaja! …¡Hagamos de
tal modo que estos nuestros hermanos y hermanas nunca se sientan solos!
En segundo lugar: si Dios, por medio de
Jesús, se comprometió con el hombre para llegar a ser como uno de nosotros,
quiere decir que cualquier cosa que
hagamos a un hermano y una hermana
lo hacemos a Él. Nos lo recordó el mismo Jesús: aquel que haya alimentado,
recibido, visitado, amado a uno de los pequeños y de los pobres entre los
hombres, lo habrá hecho al Hijo de Dios.
Confiémonos a
la materna intercesión de María, Madre de Jesús y nuestra, para que nos ayude
en esta Santa Navidad, ya cercana, a reconocer,
en el rostro de nuestro prójimo,
especialmente de las personas más débiles y necesitadas, la imagen del Hijo de Dios hecho hombre.
Que María nos
sostenga en nuestro propósito de donar a todos nuestro amor, nuestra bondad y
nuestra generosidad. De este modo seremos un reflejo y una prolongación de la
luz de Jesús, que desde la gruta de Belén, sigue irradiando en los corazones de
las personas, y ofreciendo la alegría y la paz, a las que
aspiramos desde lo profundo de nuestro ser.
Fernando
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