La tradición judía ha puesto este salmo penitencial en
labios de David, a quien el profeta Natán le reprendió por el adulterio
cometido con Betsabé, y el asesinato de su marido Urías.
Este Salmo presenta dos horizontes:
-la región tenebrosa del pecado (v. 3-11), en la que se sitúa el hombre desde el inicio de
su existencia: "Mira, en la
culpa nací, pecador me concibió mi madre" (v. 7). Aquí, el que reza el
salmo le expresa a Dios su condición de pecador, pero no se encierra en su
soberbia y egoísmo, sino que clama la ayuda de la infinita misericordia del
Señor.
-y la parte espiritual del Salmo, la luminosa de la gracia
(v. 12-19)”, que se da al confesar el hombre su pecado, ya
que la justicia salvífica de Dios se demuestra dispuesta a purificarlo
radicalmente, y , al perdonarlo, manifiesta su poder sobre el mal, y su
victoria sobre el pecado.
Luego el salmista se compromete a ser
testigo de su amor.
El
versículo 19, nos habla de espíritu contrito, y se refiere a la existencia
terrena de la Iglesia, mientras que el versículo 21, que habla de Holocausto, se
refiere a la Iglesia en el cielo.
San Gregorio Magno nos lo explica así: “La Santa
Iglesia tiene dos vidas: una en el tiempo y otra en la eternidad; una de fatiga
en la tierra, otra de recompensa en el cielo; una en la que se gana los
méritos, otra en la que goza de los méritos ganados”. “Tanto en una, como en la
otra vida, ofrece
el sacrificio: aquí, el sacrificio de la compunción, y allá arriba, el
sacrificio de alabanza”.
En este tiempo de Cuaresma, que se nos llama a los
cristianos a la penitencia y conversión, el Salmo 50 se convierte en el himno
que cada cristiano puede elevar a Dios, reconociendo su culpa, pidiendo un
corazón puro, y proclamando la alabanza del creador.
Finalmente, este
Salmo es una herramienta que puede ser útil en las oraciones de la familia, grupo o comunidad, en esta Cuaresma y a lo largo
de este Año de la Misericordia.
Fernando
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