lunes, 14 de marzo de 2016

Papa Francisco y la Familia: Ante el Salmo 50


      
   Conocido como el “Miserere”, y  llamado el “himno del pecado y del perdón”, así empieza: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad: por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra Ti, contra Ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces”,  …
La tradición judía ha puesto este salmo penitencial en labios de David, a quien el profeta Natán le reprendió por el adulterio cometido con Betsabé, y el asesinato de su marido Urías.

Este Salmo presenta dos horizontes:
-la región tenebrosa del pecado (v. 3-11), en la que se sitúa el hombre desde el inicio de su existencia: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (v. 7). Aquí, el que reza el salmo le expresa a Dios su condición de pecador, pero no se encierra en su soberbia y egoísmo, sino que clama la ayuda de la infinita misericordia del Señor.  

-y la parte espiritual del Salmo, la luminosa de la gracia  (v. 12-19)”, que se da al confesar el  hombre su pecado, ya que la justicia salvífica de Dios se demuestra dispuesta a purificarlo radicalmente, y , al perdonarlo, manifiesta su poder sobre el mal, y su victoria sobre el pecado.

            Luego el salmista se compromete a ser testigo de su amor.
            El versículo 19, nos habla de espíritu contrito, y se refiere a la existencia terrena de la Iglesia, mientras que el versículo 21, que habla de Holocausto, se refiere a la Iglesia en el cielo.
San Gregorio Magno nos lo explica así: “La Santa Iglesia tiene dos vidas: una en el tiempo y otra en la eternidad; una de fatiga en la tierra, otra de recompensa en el cielo; una en la que se gana los méritos, otra en la que goza de los méritos ganados”. “Tanto en una, como en la otra vida, ofrece el sacrificio: aquí, el sacrificio de la compunción, y allá arriba, el sacrificio de alabanza”.

En este tiempo de Cuaresma, que se nos llama a los cristianos a la penitencia y conversión, el Salmo 50 se convierte en el himno que cada cristiano puede elevar a Dios, reconociendo su culpa, pidiendo un corazón puro, y proclamando la alabanza del creador.

Finalmente,  este Salmo es una herramienta que puede ser útil en las oraciones de la familia,  grupo o comunidad, en esta Cuaresma y a lo largo de este Año de la Misericordia.

                                                                                                                                             Fernando

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